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A los 82 años, murió Abelardo Castillo, uno de los grandes escritores argentinos

Autor de novelas y libros de cuentos, fue también el creador de recordadas revistas literarias. Sus talleres de escritura eran muy valorados.

02 Mayo de 2017 11:37
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A los 82 años, murió Abelardo Castillo, un enorme escritor argentino, un destacado narrador, autor de libros de cuentos como "Las otras puertas", "Cuentos crueles" o "Las maquinarias de la noche", o de obras teatrales como "Israfel" o "El otro Judas" y de novelas como "Crónica de un iniciado", "El Evangelio según Van Hutten" o "El que tiene sed".

Castillo fue además el fundador de revistas literarias esenciales  como "El escarabajo de oro" y "El grillo de papel" y un gran formador de escritores a través de sus míticos talleres literarios, para quienes también dejó un libro sobre su oficio: "Ser escritor".

Castillo tenía 82 años.

No es sencillo hablarle de un escritor a quienes no lo leyeron: toda información parecerá inconclusa, todo dolor parecerá exagerado para quienes no se adentraron en su obra. Digamos que la pérdida de Castillo deja un cráter en la literatura argentina, como los que dejaron recientemente las muertes de Alberto Laiseca, Andrés Rivera o Ricardo Piglia. Como Piglia, Abelardo Castillo había llegado a publicar sus diarios. Quedó un tomo a ser editado, que ahora será póstumo. 

En diciembre de 2016, con motivo de la aparición de su antología Del mundo que conocemos, Romina Calderaro lo entrevistó en Radio del Plata. En aquella hermosa entrevista, que la periodista gestionó a partir del sincero deslumbramiento que le produjera su lectura, Castillo dijo cosas como estas.  

El suicidio

Creo que el suicidio, como posibilidad metafísica, y como problema existencial es uno de los grandes temas de la literatura contemporánea y de la literatura, a partir del famoso suicidio de Romeo y Julieta. La pregunta esencial sobre esto la formuló de alguna manera Albert Camus, en "El mito de Sísifo", cuando él se pregunta si la vida vale la pena ser vivida o no. Yo siempre pensé que en esa pregunta había un énfasis muy francés. No se trata de si la vida vale la pena de ser vivida, porque... la vida de quién, y quién decide eso. La vida de mi gato, la vida de los árboles, que tienen vida, la vida de los africanos que en este momento se están muriendo apestados o sidósicos. ¿Qué es la vida, en general? Creo que la pregunta existencial verdadera, la que realmente conmueve y la que realmente conmueve y la que realmente pone en cuestión al hombre es si MI vida vale la pena de ser vivida. Yo tengo una desconfianza muy grande a las frases genéricas y sobre todo a las consignas y a los eslogans. Me molestan, te diría, casi estéticamente. Y en esta pregunta, entonces, yo diría: ¿Mi vida vale la pena de ser vivida? Y ahí empezamos a hablar en serio. Muchos han dicho, refiriéndose a la literatura, si la literatura sirve para algo, o algún actor si actuar sirve para algo. Y yo creo que la pregunta había que plantearla siempre en primera persona. ¿Mi literatura tiene sentido? ¿Mi relación con tal persona tiene sentido? ¿Ser yo padre tiene sentido? ¿Que yo escriba tiene sentido? Y ahí empezamos a hablar en serio. Ahora, creo que el problema es que si lo planteamos así en general y nos respondemos seriamente, podemos diezmar la población del mundo en una cantidad bastante apreciable.

Su literatura 

El lector es quien en última instancia decide si un libro merece ser leído o no. El libro no es lo que escribe un escritor. El acto de escribir es un acto de libertad que se confronta con el acto de libertad del elector cuando lee. De esas dos libertades nace lo que se llama el hecho estético. 

Yo tengo un ejemplo de cómo recibe el lector un libro, que de alguna manera sigue perteneciendo al misterio. Hace muchos años, yo venía de una entrevista con Antonio Carrizo, que me hacía creo que en la Universidad de Palermo. Hace no mucho tiempo había salido mi novela Crónica de un iniciado, y cuando iba saliendo de la universidad una chica me dice "¿Usted es Abelardo Castillo?", "Sí", "Yo a usted le debo la vida". Y yo le dije "Caramba, cuándo hice semejante acto de arrojo". Me dice que estaba muy mal cuando leyó "Crónica de un iniciado", porque el padre había muerto, una serie de cosas, y mi libro la había sacado de un pozo del cual ella pensaba que no se podía salir. Y le dije "Te lo agradezco, pero ahora me debés una explicación, porque ese libro es un libro muy amargo, un libro donde el personaje  de Esteban Espósito sostiene que no hay salida, que el mundo de la obra del hombre, junto con el hombre y todo lo que queramos que está a su alrededor está condenado a ir hacia la nada, etc. y casi no dejo lugar para la esperanza. Y me dice: "Justamente por eso, porque pensé que si un escritor que siente eso puede escribir un libro así, entonces la esperanza existe". Nunca hubiera imaginado que por esa especie de demostración por el absurdo alguien iba a salir de un pozo de angustia, o de tristeza, o de una depresión. Sin embargo ella, porque el libro era amargo, salió de la depresión. Entonces un escritor no puede ni remotamente saber lo que produce su libro. Además lo que produce, no lo produce en general  lo produce en particular. A otro le puede producir una cosa distinta y a otro no le puede producir nada y le puede parecer que ese libro es un cachivache.  

El arte de los pueblos pobres

Muchas veces he hecho una broma en la que creo de verdad: la literatura es el arte de los pueblos pobres. Porque vos para ser pintor necesitás mucho dinero. Que las telas, que la pintura, que el modelo al que habrás de pagarle, para ser una tenista, la pelota, la raqueta, la vestimenta. Para ser pianista ni te cuento, o para ser músico necesitás por lo menos un flautín. En cambio, para ser escritor necesitás un papel y un lápiz. 

El boxeo

Lo he practicado, me fascina y me atrapa, pero no me gusta. Siento que es un deporte que debería prohibirse. Lo que pasa es que cuando veo a cierta clase de boxeadores -entre nosotros, por ejemplo, Nicolino Locche, o en el mundo hombres como Ray Sugar Leonard o naturalmente Muhammad Alí, siento que ahí hay algo verdaderamente estético, pero la violencia, lo que le gusta a la gente del boxeo, no me gusta. Creo que me pasa a mí con el boxeo lo mismo que le pasaba a Borges con los malevos.  No creo que le gustara la cercanía de los malevos, pero ha exaltado el coraje de los cuchilleros y de los compadres, ¿no? Hay algo que atrae en eso, que es tal vez lo mismo que nos hace leer la Ilíada y la Odisea.

Dios

Yo soy agnóstico. Eso significa nada más que lo siguiente: no me atrevo ni a afirmar ni a negar la existencia de Dios. Creo que es una pedantería inmensa creer que en nuestra pobre inteligencia podemos afirmar o negar a Dios desde el sentido matemático de la palabra. Pero creo que hombres mucho más eminentes o más científicos que yo, como Pascal, no sólo no se atrevían a negar la existencia de Dios sino que creían en Dios. Einstein nunca negó la existencia de Dios y hasta uno piensa que era realmente teísta. Lo que he resuelto mirando ese problema es que es una cuestión que no me atañe. Que Dios exista o no ya no es una cuestión mía. Un hombre hace el bien o no lo hace prescindiendo de la existencia de Dios. Cuando Dostoievski dice Si Dios no existe todo está permitido, creo que se equivoca. Hay algo más terrible todavía: exista Dios o no, todo está permitido.  Pero hay una cosa que se llama conciencia, que es lo que nos permite o no hacer ciertas cosas. Lo curioso es que algo muy parecido ya lo decía San Pablo en la epístola a los Corintios. Por supuesto, yo me he educado en el mundo religioso. En mi infancia, en mi preadolescencia, hasta pensé en ser sacerdote, no "pensé", quise ser sacerdote, pero un día la fé se alejó de mí y salvo el estupor que me causó el sentir "Dios no está más de mi lado", no lo vi tampoco como una pérdida. Pensé "Dios no es algo que tenga que ver con los humanos, los humanos tenemos que ver con nosotros". Y ahí vino mi segunda teoría: por qué será que un gato es perfecto como un gato, que un animal es perfecto como un animal, por qué el único animal que no es perfecto como lo que es, es el hombre. Vale decir: ¿es el mejor de los animales o el peor? Y ahí encontré probablemente una respuesta pesimista: a mí me parece que es el peor de los animales y tal vez toda esperanza consiste en ver si algún día el hombre llega a ser un hombre. No estamos en la prehistoria, como creían los grandes pensadores marxistas del siglo XIX, estamos en la protohistoria. Y Rilke, para mí el mayor de los poetas contemporáneos, sostenía que el hombre es algo así como el preludio del ángel. Yo creo que el hombre es como el preludio del hombre. Lo que nosotros llamamos "hombre" no tiene nada que ver con lo humano. Mientras tanto, hacemos lo que podemos con nuestra imperfección y nuestra maldad.