En el año 2013 entrevisté a Alejandro Dolina para un libro en homenaje a Sandro, un libro que por razones ajenas a mi voluntad permanece inédito hasta ahora. Aquí va el testimonio del escritor de Flores sobre su amigo, en el día en el que el enorme Roberto Sánchez hubiese cumplido 73 años.
Primero he sido su admirador: me acerqué a él como consumidor de su música en un momento en que empieza a cantar y componer baladas como “Dos solitarios”, “Así”, ese tipo de canciones... Era un cantorazo... Después lo vi en persona por primera vez en mi programa de televisión La barra de Dolina. Evidentemente había una corriente de simpatía mutua, porque él me dijo que solía leer las cosas que yo escribía o escuchar las cosas que hacía por radio y televisión. Grabamos juntos a dúo una canción de él, “La juventud se va”, y él cantó un valsecito de Pepe Trelles. Tuvimos un diálogo muy intenso y muy lindo que fue registrado y grabado. Fue una jornada muy luminosa, con un artista con el cual había una vecindad temática, pero pasó...
Un día estaba en Mar del Plata y sonó el teléfono. Era él que llamaba siempre en forma personal, sin usar intermediarios. Me dijo que tenía un proyecto para Pepe Trelles y quería que lo escribiera yo. Yo escribí bastantes cosas y tuvimos algunas reuniones larguísimas, muchas las hacíamos a bordo de su Rambler convertido en un Cadillac, que había dotado de una heladera, retapizado, un Rambler viejísimo, que en ese tiempo era una reliquia y lo había “limusinizado”. Con el correspondiente chofer, nos sentábamos atrás Sandro, Pepe Trelles y yo y hablábamos, y luego escuchábamos tangos mientras el chofer nos paseaba por todo Buenos Aires. Pasábamos horas y horas escuchando a Ignacio Corsini y muchas canciones del propio Sandro y de Pepe.
Al final no se hizo el proyecto, pero cada tanto Roberto nos convocaba a su casa de Banfield a Pepe y a mí para reunirnos. Allí descubrí otras afinidades: un hombre muy lector y muy interesado en ingresar al mundo del pensamiento. Quizá no era un baqueano todavía, pero sí un hombre muy interesado... Era un tipo que decía A ver qué pasa con estos asuntos filosóficos, cómo se manejan, cómo hace la gente que lee filosofía, qué es lo que descubre en esto. Y lo pensaba quizá con pureza de aficionado, no con esa falsa grandilocuencia del que cree que está “adentro”, sino con el verdadero interés del buen diletante. Yo no era un experto en rock 'n' roll como él, pero sí un tipo de los libros y de alguna clase de tangos o valsecitos que a él le gustaban mucho. Y él tenía una mirada crítica, observadora, no solamente sentimental sino muy atenta, sobre su propia juventud e infancia en un barrio de Buenos Aires. Quería desentrañar los misterios de las relaciones que se producen allí, qué había de mítico y qué de real en esa relación que se produce entre el barrio y el hombre en las infancias clásicas de muchachos de clase media.
Sandro en "La barra de Dolina" 1990
Me parece que nos teníamos afecto. Él me abrió alguna puerta que casi no le abría a nadie. Condescendió incluso a grabar en un proyecto mío, Lo que me costó el amor de Laura. Hizo un esfuerzo muy grande para grabar el tango “El seductor” y lo hizo por amistad: en ese momento estaba muy resfriado, pero cantó igual. Le mandé un boceto grabado por Rolón en la misma tonalidad, él lo tuvo y después vino al estudio Moebio, donde grabábamos. Estaba con sus anteojitos, mirando la letra, preocupado porque era una grabación difícil. Lo fuimos grabando de a pedacitos y quedó fantástico. Recuerdo que estábamos terminando, llega el puente de la canción, hizo una especie de trino de los que son clásicos en él, y dijo, contento, ¿Ven? ¡Así se gana uno la vida! Él observaba sus propios recursos artísticos. Fue muy emocionante. Era un Sandro íntimo, tierno y un poco desvalido porque estaba enfermo. Después se quedó conversando mientras escuchábamos una y otra vez lo que habíamos grabado y mientras decidíamos qué toma le gustaba más, etc. Pero se quedó allí conversando con todos nosotros y para todos los que estábamos allí fue una experiencia inolvidable.
Estaba interesadísimo en la condición humana".
Me senté a la mesa de su familia, me mostró algunos recuerdos de su intimidad, pero, mejor que eso, me mostró su pensamiento, que era el de un tipo que en algún momento, mal o bien, se había llevado por delante esto de andar pensando, de andar leyendo, y naturalmente lo había afectado. Había afectado su sensibilidad, había movilizado su mente, probablemente había influido en su arte. Estaba interesadísimo en la condición humana. Finalmente, ese es el propósito de todo artista profundo: emitir un juicio acerca de la condición humana. Roberto trataba de saber cuáles son los recursos que este juicio requiere, y lo manejaba con dignidad.
Estaba solo. Se sentía solo"
También esa época pasó, dejaron de ocurrir aquellas tertulias y él adoptó una costumbre extraordinaria. Durante una larga época que se puede medir en años me llamaba por teléfono todas las tardes y me contaba alguna historia inventada, o a veces un cuento. Decía, por ejemplo, Habla el muchacho del Packard, y se hacía pasar por el dueño del Packard -siendo yo el dueño de un garaje- y me preguntaba cuándo podía pasar a retirarlo... O decía Hola, habla el muchacho del Packard, y te voy a contar una historia... Yo no sé hablar por teléfono, soy muy cortante, muy insolvente para las charlas telefónicas, pero él las llevaba bien y me resultaba muy grato conversar con él, casi siempre a las 2, 3 de la tarde. Hablábamos sobre alguna ficción inventada por él o sobre un tema filosófico en el cual había estado pensando. Estaba solo. Se sentía solo. Algo había que no encontraba en las personas más cercanas que yo, que no era un gran amigo suyo. Yo era un tipo que había conocido en su profesión, que por ahí le había caído más o menos bien, pero no uno de sus amigos históricos. Creo que en alguna parte de su pensamiento necesitaba una retroalimentación que no encontraba en su entorno más cercano.
El seductor y las chicas feas Dolina/Sandro
Recuerdo haber trabajado con él -y cuando digo “trabajado”, me refiero a analizar con detenimiento- a Borges y a Oscar Wilde, inclusive él utilizó en uno de sus espectáculos un cuento de Oscar Wilde que examinamos juntos [se refiere a El ruiseñor y la rosa”, que Sandro recitaba en su ciclo Historia viva]. Tenía una biblioteca muy considerable, nos hacía servir un vermut a Pepe y a mí, y de pronto traía un libro, muy entusiasmado, y decía ¡Mirá esto, mirá lo que dice acá! Es una de las personas más interesantes que he conocido, y he conocido a muchas.