04 Agosto de 2021 09:00
Ana Frank soñaba con ser escritora. Y aunque la brutalidad nazi truncó su sueño, poco podría haberse imaginado que el diario en el que transcribiría sus vivencias de niña y adolescente en la Holanda ocupada por las fuerzas de Adolf Hitler se convertiría en una de las obras literarias más poderosas de la historia.
Hoy, Ana cumpliría 90 años. Había nacido un 12 de junio de 1929 en la ciudad alemana de Frankfurt pero la persecución nazi a los judíos la obligó a mudarse a Ámsterdam con toda su familia: sus padres Otto y Edith, y su hermana mayor Margot.
Sin embargo, el fantasma también los perseguiría allí. La ocupación alemana de la ciudad forzó a los Frank a ocultarse en el sótano de una casa junto al dentista Fritz Pfeffer y la familia Van Pels, formada por el matrimonio de Hermann y Auguste, y su hijo Peter.
Sublimando la angustia del encierro, Ana comenzó a escribir sus vivencias diarias en un cuaderno que sus padres le habían regalado para su cumpleaños número 13. Escenas de la persecución alemana a los judíos holandeses, la convivencia cotidiana en el sótano y el enamoramiento que eventualmente nació entre ella y Peter van Pels son algunos de los temas centrales de su escritura.
"Para alguien como yo es una sensación muy extraña escribir un diario. No solo porque nunca he escrito, sino porque me da la impresión de que más tarde ni a mí ni a ninguna otra persona le interesarán las confidencias de una colegiala de trece años", escribía en el primer capítulo. "Pero eso en realidad da igual, tengo gana de escribir y mucho más de desahogarme y sacarme de una vez unas cuantas espinas. 'El papel es más paciente que los hombres'. Me acordé de esta frase uno de esos días medio melancólicos en que estaba sentada con la cabeza apoyada entre las manos, aburrida y desganada sin saber si salir o quedarme en casa, y finalmente me puse a cavilar sin moverme de donde estaba. Sí, es cierto, el papel es paciente, pero como no tengo intención de enseñarle nunca a nadie este cuaderno de tapas duras llamado pomposamente 'diario', a no ser que alguna vez en mi vida tenga un amigo o una amiga que se convierta en el amigo o la amiga 'del alma', lo más probable es que a nadie le interese".
A la claridad de su registro, Ana unía una sorprendente claridad de ideas. "¡Las mujeres deben ser respetadas! En términos generales, los hombres son tenidos en gran estima en todas partes del mundo, así que ¿por qué no pueden las mujeres tener su parte? A los soldados y a los héroes de la guerra se les honra y conmemora, a los exploradores se les otorga fama inmortal, los mártires son venerados, pero ¿cuántas personas ven a las mujeres también como soldados?", supo reflexionar en un párrafo que bien podría calificarse como feminista.
"Es difícil en tiempos como estos pensar en ideales, sueños y esperanzas, sólo para ser aplastados por la cruda realidad. Es un milagro que no abandonase todos mis ideales. Sin embargo, me aferro a ellos porque sigo creyendo, a pesar de todo, que la gente es buena de verdad en el fondo de su corazón", resume mientras tanto en el párrafo que tal vez condense de mejor manera el espíritu de esperanza y resiliencia de todo el diario.
Muerte y legado
La última anotación en su diario corresponde al martes 1 de agosto de 1944. Tres días más tarde, el escondite fue descubierto por la Gestapo. Algunos teorizan que sus ocupantes fueron delatados, sin embargo se cree que el hecho fue casual y que las fuerzas policiales del regimen nazi se toparon con el sótano mientras investigaban delitos de trabajo ilegal en el edificio.
Luego de un paso por el terrible campo de concentración de Auschwitz, Ana murió de tifus en el campo de Bergen Belsen, a apenas meses del final de la Segunda Guerra Mundial. El único sobreviviente del sótano fue su padre Otto.
Frank logró reencontrarse con el diario de su hija, que había quedado al cuidado de Miep Gies y Bep Voskuijil, amigas holandesas de la familia que también los ayudaron a ocultarse durante su estadía en Amsterdam.
Publicado por primera vez en 1947 en una humilde tirada de 3.000 ejemplares -luego de que lo rechazaran 15 editoriales-, la resonancia del diario de Ana se volvió imparable. Eleanor Roosevelt, primera dama estadounidense, prologó la edición norteamericana llamándolo "uno de los más sabios y conmovedores comentarios" sobre la guerra.
"Cada año, a medida que disminuye el número de testigos presenciales del Holocausto, la importancia del libro crece", reflexionó en relación al escrito Jan Erik Dubbelman, jefe del departamento internacional de la Casa de Ana Frank en Ámsterdam, en díalogo con la BBC. A su juicio, el diario "tiene mucho que enseñarnos sobre lo frágil que puede ser la vida y lo urgente y necesaria que es proteger la dignidad humana".