¿Qué diría David Viñas de la cuarentena que nos toca vivir en estos días? ¿Qué diría, justo él, el escritor menos aséptico del mundo, no sólo porque fumaba como un escuerzo y tenía el bigote amarillento de nicotina, sino por los hedores, los sudores y el sexo a menudo tosco de sus personajes? Soledad Silveyra, que fuera su pareja en algún momento de los 80 y conservó luego una amistad entrañable con él, contó que una vez abrió la heladera de David y encontró, como única provisión, medio limón reseco. ¿Cómo haría Viñas para ir al chino y abastecerse de víveres para varios días? ¿Cómo haría para no sentarse en el megatóxico espacio de fumadores del Bar La Paz, donde se sentaba casi todas las tardes a subrayar el diario La Nación con un rotring negro, porque, decía, "Hay que conocer lo que piensa el enemigo"?Mucho se destacó la calidad y la potencia de su obra crítica, de sus ensayos, de su manera de leer la literatura. Es un elogio un poco mezquino y un poco tuerto: los libros de un escritor suelen guardar entre sí el mismo vínculo que los mosaicos en el piso del living. Es decir que todos juntos hacen un todo y que no es tan sencillo dividirlos, lo que en el caso de Viñas es evidente: su obra narrativa es la puesta en práctica de las tesis que defiende en su obra crítica. Aunque es difícil encontrar una obra crítica de semejante espesor, no es el Viñas de Literatura argentina y realidad política ni el de Indios, ejército y frontera el que más me interesa en esta ocasión, en especial porque uno sospecha que el Viñas ensayista ha sido un poco usado para ningunear a un narrador con una obra única. Si describiéramos a Lionel Messi como un gran goleador, no faltaríamos a la verdad, pero ocultaríamos una parte, y los lectores que no lo vieron jugar podrían cometer el error de pensar que Messi es algo así como el Martín Palermo del Barcelona.
Así como la obra de Balzac se denomina La comedia humana, el título Literatura argentina y realidad política podría ser aplicado tranquilamente a la obra narrativa de Viñas. La campaña del desierto (Cayó sobre su rostro), los fusilamientos de la Patagonia (Los dueños de la tierra), la guerra civil española (Un dios cotidiano), los movimientos revolucionarios surgidos en América latina a partir de la revolución cubana (Cosas concretas), la casta militar que volteó a Yrigoyen y a Perón (Hombres de a caballo) el Viejo, un general que es Urquiza, pero en el fondo es Perón (Jauría), la última dictadura (Cuerpo a cuerpo), todo eso está presente en su obra, a la cual sin embargo le quedan francamente chicos rótulos pedorros como «Novela histórica» (¿Cómo sería, por otra parte, una novela ahistórica?)
Mientras reviso sus libros en mi biblioteca, descubro, en la solapa de Cosas concretas, un texto que tiene un aire al párrafo anterior. Dice: «En un sentido podría afirmarse que todos los libros de David Viñas (incluso sus ensayos) pueden ser leídos como un gran texto único: una amplia saga balzaciana en la que distintos niveles de escritura (ensayo, crítica, narración, reportaje, crónica) se organizan en función de la dialéctica entre biografía privada e historia política que obsesiona al autor.» Me lo llevo. Ojalá siguieran escribiéndose solapas como esta en los libros.Tiempo después supe que la había escrito Ricardo Piglia, quien cuenta la historia de ese libro en el tomo II de los póstumos Diarios de Emilio Renzi con un cariño no exento de desesperación: Piglia le reclama a su amigo una estructura más sólida. Suele ocurrir con los editores: Piglia le reclama a Viñas que sea como Piglia. Y, por supuesto, Viñas no puede.
En Un cuarto propio, Virginia Woolf afirma que los escritores deben dejar de lado el resentimiento a la hora de escribir, porque ese resentimiento les impedirá escribir obras maestras. David Viñas -su vida, su obra- prueba exactamente lo contrario. Viñas escribía con huevos y con odio y con dolor: no se sumergía en una probeta en busca del adjetivo perfecto. Y de este modo concibió una obra troncal en la literatura argentina. Los escritores norteamericanos viven en busca de la entelequia de «la gran novela [norte] americana (The great american novel)» La gran novela argentina, en cambio, ya fue escrita. Su primer capítulo es Cayó sobre su rostro y fue publicado en 1955; el último, Tartabul, fue publicado en 2006.
William Faulkner nos hace libres. Cualquiera que lo haya leído se siente libre, desde ese preciso momento, para escribir como se le canta, para experimentar con la lengua y los procedimientos literarios, para cagarse en el trencito introducción-nudo-desenlace y en sus vagones que se detienen casi siempre en las mismas estaciones. «La estructura es para los ingenieros», decía Faulkner. David Viñas es nuestro Faulkner, un Faulkner pasado por Sartre y por Mansilla. Un escritor imperfecto y digresivo y, precisamente por eso, un escritor a menudo genial. Y si Yoknapathawa es la tierra de las novelas de Faulkner, la Yoknapatawpha de Viñas se llama Argentina.
Cuando Mario Vargas Llosa inauguró la Feria del Libro en 2011, Américo Cristófalo escribió en Página/12 que V. Ll. es ( ha devenido) un escritor de derecha, pero no por sus opiniones políticas sino porque en los últimos treinta años su obra ha perdido todo riesgo artístico y se convirtió simplemente en una maquinaria eficaz al servicio de la industria editorial. Cristófalo tenía razón, como lo demuestra con creces la ilegible novela El sueño del celta, pero en todo caso, no deja de ser emocionante pensar que los últimos libros de Viñas son los más rupturistas, los más audaces; que en lugar de desalentarse porque la Revolución con la cual soñaba no había llegado, Viñas optó por hacerla desde su literatura.
En las novelas de Viñas, la gente huele. «Yo hiedo, viejito; mi cuerpo es un queso. Bilbao, no: camembert. En los sobacos y en las verijas -te ruego- oléme, soy una planta, Lore, no me desprecies. [...]»
En las novelas de Viñas, la gente coje. Con jota. (En busca de una lengua argentina, Viñas quiso diferenciar el término que usamos coloquialmente para referirnos a las relaciones sexuales del que usan los españoles, con ge, por "agarrar". No son lo mismo, y por lo tanto, nada mejor que usar una palabra distinta.) En las novelas de Viñas hay saliva, semen, fluidos, todo eso que tendemos a evitar en tiempos de coronavirus.
En las novelas de Viñas no hay asepsia.
Opuestos por el vértice. Borges escribe con la tradición de la literatura argentina en la cabeza. Viñas escribe con la tradición de la literatura argentina en la cabeza. Cada uno se hace cargo a su manera de esa tradición. Borges escribe cuentos. Viñas escribe novelas: escribió un libro de cuentos, Las malas costumbres, pero es, sobre todo, un novelista. Viñas denunciaba al "borgismo" como un camino paralizante. Un ejército de epígonos berretas de Borges y de Bioy Casares dan fe de cuanta razón tenía.
Hombres de a caballo, una novela sobre milicos, es la obra de transición de Viñas. El momento en que empieza a lanzarse al vacío. En una novela sobre milicos, Viñas rompe filas. Cuerpo a cuerpo fue escrita en 1979, cuando la dictadura de Videla ya había desaparecido a sus hijos María Adelaida y Lorenzo Ismael, y se publicó por primera vez en la Argentina en 2006. Cuerpo a cuerpo circuló bastante librerías de viejo o de saldos. En Cuerpo a cuerpo, a un general le rompen el culo. Literalmente. Y luego su propia hija le pega un tiro en la cabeza. Cuerpo a cuerpo es una novela disruptiva, áspera, que requiere un enorme compromiso de parte del lector acostumbrado a la papilla narrativa. Como decía José de Zer: Seguime, Chango. Y si te animás a seguir a Viñas, quedate tranquilo que no te va a defraudar. Cuerpo a cuerpo es «la» novela de la dictadura. Ideología y estética son absolutamente inseparables en la obra de Viñas.
La Academia (léase Filosofía y Letras, Puán, etc.) ha reconocido a Viñas, quien tuvo a su cargo cátedras que, más allá de la calidad de los docentes, perdían bastante cuando no estaba él en persona para dar las clases teóricas. Los cánones literarios construidos y promovidos desde la Academia suelen ser denunciados por su arbitrariedad desde una postura ciertamente tilinga. Si no fuera por la influencia benéfica de las operaciones culturales diseñadas desde la universidad de Buenos Aires, escritores como Héctor Viel Temperley, Osvaldo Lamborghini, César Aira, Juan José Saer, entre otros, se habrían ido perdiendo en el olvido. Viñas mismo es un gran pionero en la creación de cánones. Un grupo de estudiantes universitarios entre los cuales estaban los hermanos David e Ismael Viñas fundó una revista durante la década de los 50 y la llamó Contorno. El primer número de Contorno estuvo dedicado a un escritor por entonces olvidado que se llamaba Roberto Arlt.
En la Facultad de Filosofía y Letras, David Viñas impuso su perspectiva crítica, absolutamente ajena a la bananeada de la «muerte del autor», a la escisión quirúrgica entre vida y obra como forma de pensar la literatura. Quiero decir: Viñas coincidía con los llamados "posestructuralistas" en el estudio de los condicionamientos sociales y el contexto político en que surgió la obra a analizar, pero -a diferencia de estos- no dejaba afuera de sus análisis la propia vida del autor de ese libro. Porque lo político y lo privado, como dice Piglia sin firma en la solapa de Cosas concretas, en Viñas no se escinden jamás: la pregunta del millón es, digamos, cómo interactúan una cosa y la otra.
Cuerpo a cuerpo se estudió durante mucho tiempo en Literatura Argentina II. Pese a este esfuerzo académico, Viñas no tiene la cantidad de lectores que se merece. Ojalá el tiempo ponga las cosas en su lugar.
A Viñas le molestaba ser definido como un «escritor». Prefería ser llamado «intelectual». La diferencia entre un término y otro se relaciona con el deseo, la necesidad, la obligación de intervenir en su tiempo para transformarlo. Según Piglia, el tema de la obra de Viñas es la «indagación sobre las formas de la violencia oligárquica». Desde allí escribe. Desde allí, también, interviene como intelectual. Desde allí lee. Viñas es un modo de leer la literatura argentina. Viñas es un modo de leer la Argentina. Aunque Viñas falleció en 2011, queda, siempre, su legado: el resentimiento como ejercicio de la lucidez, la experimentación formal como acto revolucionario. Y un general al que una de sus víctimas le rompió el culo y su hija le pegó un tiro en la cabeza.