por Daniel Riera
16 Mayo de 2020 11:38
El 16 de mayo de 1997, el presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, pidió disculpas. "No se puede deshacer lo que ya está hecho, pero podemos acabar con el silencio.....Podemos dejar de mirar hacia otro lado. Podemos miraros a los ojos y finalmente decir de parte del pueblo estadounidense, que lo que hizo el Gobierno estadounidense fue vergonzoso y que lo siento", dijo.
Clinton se refería al llamado "Experimento Tuskegee", una atrocidad que en nombre de la medicina se extendió durante nada menos que 40 años.
“Recordamos a unos hombres afroamericanos pobres y a sus familias, sin recursos y con pocas alternativas, que creyeron encontrar la esperanza cuando les ofrecieron atención médica gratuita por el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos”, dijo Clinton.
Entre 1932 y 1972, los investigadores a cargo del Experimento Tuskegee, por llamarlos de algún modo, estudiaron qué les pasaba a pacientes sifilíticos cuando no se les suministraba ninguna clase de medicación: cómo progresaba la enfermedad en ellos.
Los pacientes ignoraban el objeto del experimento: les inyectaban placebos. En los primeros años del experimento la medicación "oficial" contra la sífilis era de muy dudosa eficacia y a menudo de efectos colaterales gravísimos, pero ni aún la medicación conocida les era suministrada.
El experimento fue idea del doctor Taliaferro Clark. La idea original era conocer los patrones evolutivos de la sífilis. Cuando comenzó, la enfermedad aún carecía de una medicación específica. El Instituto Tuskegee de Alabama y el Servicio Público de Salud de los Estados Unidos reclutaron a 600 agricultores negros: 399 padecían la enfermedad y 201 estaban completamente sanos y fueron incluidos como "grupo de control".
Los reclutados fueron llevados con engaños: se les dijo que padecían "mala sangre", ambigua e imprecisa manera de denominar a un conjunto de enfermedades que incluía anemia, fatiga y sífilis. Les ofrecieron tratamiento médico sin costo (aunque en verdad no habia ninguna clase de tratamiento, pero ellos lo desconocían), comida y funerales gratis si llegaban a morirse.Una ganga.
Clark se retiró al año del estudio, disgustado con el hecho de que no se les hablara con claridad a los pacientes: no había sido esa su idea original, pero tardó demasiado tiempo en sacar los pies del plato y jamás denunció los hechos. Lo sucedió, con bastantes menos escrúpulos, el doctor Oliver Wenger, a quien acompañó el doctor Raymond Vonderlehr. Los trabajadores de la salud que los secundaron eran, en su gran mayoría, afroamericanos.
"Tratamos con un grupo de iletrados, cuya concepción del tiempo e historia personal es siempre indefinida", le dijo Wenger a Clark. Sin ninguna evidencia científica, Wenger pensaba que la sífilis se manifestaba de manera diferente entre los blancos y los negros.
“Se supone que nuestro Gobierno debe proteger los derechos de los ciudadanos, pero sus derechos fueron pisoteados. Durante cuarenta años, centenares de hombres fueron traicionados, junto con sus viudas e hijos, junto al Condado de Macon, en Alabama, la ciudad de Tuskegee, la Universidad y la gran comunidad afroamericana. El Gobierno de los Estados Unidos se equivocó, hizo algo que estaba profundamente y moralmente mal. Fue un ultraje a nuestro compromiso con la integridad y la igualdad de todos nuestros ciudadanos”, dijo Clinton aquel 16 de mayo de 1997. Tenía razón, por supuesto.
Ubiquémonos un poco en la época: todavía no existían los antibióticos, el uso de los condones no estaba generalizado, la gente se moría de sífilis y el Estado pretendía hallar una cura a esa terrible enfermedad. En ese contexto fue concebido este experimento, que debía durar en principio, entre seis y nueve meses. Dejando de lado por un instante la crueldad y la deshumanización que supone experimentar con personas sin su consentimiento y mediante engaños, cuando el experimento comenzó, no había manera de curar la sífilis.
La sífilis es una enfermedad venérea de largo desarrollo, que si no se trata, tiene tres etapas: la primera es una úlcera no dolorosa en los genitales, que dura alrededor de dos meses. En la segunda etapa comienzan los problemas: ronchas en las palmas de la mano, en las plantas de los pies, en la espalda, fiebre, dolor de garganta, pérdida de peso, dolor en las articulaciones. Años después, acaso décadas, se manifiesta la última etapa, la más grave: lesiones cerebrales, cárdiacas, ceguera, demencia, y hasta la muerte misma .No tratar a un enfermo de sífilis, existiendo una cura, es condenarlo a la muerte. Eso fue lo que hicieron en Tuskegee.
En 1947, en todo el mundo comenzaron a tratarse los casos existentes con penicilina, con notable éxito. En los Estados Unidos, de hecho, se realizaron campañas masivas de erradicación de la sífilis. Sin embargo, el experimento Tuskegee continuó realizándose sin variantes hasta 1972. ¿Por qué? Es una pregunta que no tiene una respuesta sencilla: una combinación entre desinterés por la vida ajena -combinada, por supuesto, con una fuerte dosis de racismo- y el deseo de seguir usufructuando presupuesto del Estado. "Espero que la disponibilidad de antibióticos no interfiera demasiado con este proyecto", especulaba Vonderlehr en una carta descubierta posteriormente.
En una carta enviada al Vonderlehr, Wenger le felicitaba por su capacidad para engañar a los “niggers”, término racista utliizado para referirse a las personas de raza negra .Vonderlehr les decía que se se trataba de “la última oportunidad para tener un tratamiento especial gratis”. El tratamiento era una punción lumbar para localizar la enfermedad y la periódica inyección de placebos. .
En 1964, la Organización Mundial de la Salud reclamó a los países miembros que todo experimento científico que involucrara seres humanos contara con el consentimiento explícito de estos. Los responsables del Experimento Tuskegee, sin embargo, no se dieron por aludidos. En 1966, el trabajador social y epidemiólogo Peter Buxtun intentó frenar el experimento. Nadie le hizo caso. El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, en inglés) de Estados Unidos "bancó" el experimento, al igual que la Asociación Americana de Medicina (AMA) y la Asociación Nacional de Medicina (NMA). “No quería creerlo. Éramos el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, nosotros no hacíamos ese tipo de cosas”, dijo.
Ante la indiferencia y el rechazo total a sus denuncias, Buxtun comprendió que no podía seguir quejándose dentro del sistema y le filtró la información a un periodista. En 1972, Jean Heller publicó la historia, primero en el periódico Washington Star, y luego en el New York Times, que le dio la tapa del diario a la historia el 26 de julio de 1972. En defensa del experimento, el doctor John Heller, uno de sus últimos responsables, señaló: "La situación de esos hombres no justifica el debate médico. Ellos eran sujetos, no pacientes; eran material clínico, no personas enfermas".
El senador Ted Kennedy planteó el tema en el Congreso. El estudio se dio por concluido. Habían pasado 40 años, gobiernos demócratas y republicanos, pero la atrocidad continuaba, Al final de la investigación, 28 participantes habían muerto de sífilis y otros 100 de enfermedades relacionadas. Además, 40 mujeres habían sido infectadas y 19 chicos habían nacido con la enfermedad. Durante muchos años, buena parte de la población negra norteamericana fue absolutamente renuente a asistir al médico. Tenía excelentes razones para desconfiar.