07 Junio de 2021 08:28
Estoy leyendo en la gran revista Time el vivido, colorido, casi entusiasta relato del exterminio de los invasores de Haití. Pienso qué bueno seria poder escribir así, con tal precisión de adjetivos. Y tal vez para ejercitarme, para asimilar algo de esa maestría, vuelvo a mis viejos tiempos de traductor:
"La semana pasada una de las compañías tácticas de Duvalier se acercó sigilosamente a la fuerza invasora de 30 hombres que, procedente de Cuba, había desembarcado quince días antes.
Hartos, ahítos, atragantados (la revista usa una sola palabra, gorged, pero a mí, que soy mal traductor, me hacen falta tres para conferirle su sentido integro), atragantados con un festín de cabrito asado que se dieron, la mayoría de los invasores murió sobre el terreno bajo el fuego fulminante de los fusiles automáticos".
Aquí me detengo y pienso si será la pobreza del idioma castellano, que no tiene palabras como gorged (que en seis letras insinúa tantas cosas como glotonería, avidez y general saciedad) lo que nos impide escribir tan bien, pero tan bien, como la revista Time.
Mientras me prometo estudiar el sistema, aparece un hombre bajito, canoso, que habla tristemente y habla demasiado, porque la verdad es que todos hablan demasiado hoy, con este calor, y para colmo tengo que escribir sobre alguien que no conocí y que (venia pensando), probablemente no era nadie, pero es alguien porque se murió. Se llamaba Jean Pasel, y por qué me tocarán estas cosas a mí.
Pero el hombre canoso, bajito, abre una bolsa de cartón, mientras habla, y de la bolsa saca una camisa celeste con los puños ligeramente sucios, y un saco liviano a cuadros, que maneja con temor en la punta de los dedos. La etiqueta de la camisa dice: "Raitor, Corrientes 572".
Entonces lo miro y dice:
- Son cosas de Jean.
Debajo de la camisa y del saco hay dos grandes carpetas llenas de papeles. El primero que viene a mis manos es uno que dice:
Jean Pasel
Calle de la Amargura 303
Jean Pasel debía noventa dólares en el hotel Nueva Isla de La Habana, y otros cincuenta y ocho en el hotel Nueva Luz, de la calle Amargura. En el primero tienen su ropa de invierno, que debió dejar en prenda, y en el segundo el resto de su equipaje.
Estoy preguntándome si conviene divulgar estos detalles, pero después pienso que no tengo por qué mentir. No tengo por qué decir que Jean Pasel era un extraordinario periodista o que había llegado a la cima del triunfo. La verdad es que estaba completamente tirado y eligió irse a morir a una isla de fiebres y de negros, donde se lo comen los buitres. De todas maneras uno de sus papales, publicado en algún diario del Caribe, dice entre otras cosas de un tremendo candor: "Creo en el periodismo, profesión noble que practicada con altruismo permite devolver a la sociedad una parte de lo que de ella recibimos". Si él creía en eso, tal vez no esté arrepentido de su destino.
Una foto suya que viene en otro sobre me asegura de Jean Pasel era demasiado flaco, demasiado esquelético y flaco, para atosigarse con el cabrito de Time. Tenía una linda cara, algo triste y envejecida, de porteño que ya está de vuelta de todo.
Después sale del paquete un banderín con la imagen de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. Y la foto de una muchacha, y esa colección de recortes de diarios, cartas, artículos y proyectos de artículos de la cual un periodista no se separa aunque haya tenido que separarse hasta de la ropa. Entre las cartas hay tres de Arturo Frondizi, fechadas en octubre de 1955, junio de 1957, noviembre de 1957. Son mensajes de circunstancia, escuetos, acusando recibo de algunas colaboraciones periodísticas cuyos recortes Jean Pasel hizo llegar al entonces candidato.
"Le agradezco sus conceptos sobre Petróleo y Política -dice la de noviembre de 1957- y me complace pensar que he colaborado en la medida de mis fuerzas al mejoramiento de la realidad económica latinoamericana...".
Otros papeles van dando idea de la infortunada trayectoria de Jean Pasel en los últimos años. Se ve que había llegado a la etapa en que recorría las redacciones con la lista mecanografiada de sus antecedentes periodísticos. Que los tenia, y muy honrosos, aunque en ultima instancia no le hayan servido de nada, como suele suceder en este oficio.
En Argentina debió sufrir la estúpida persecución de infligió el peronismo a los periodistas que se le oponían. A partir de 1946 fue director del diario Bragado en el pueblo del mismo nombre, donde había nacido. En 1949 se lo clausuraron. Fundó entonces otro periódico que se llamaba Por Todos. También se lo clausuraron en 1951.
Juan Carlos Chidichimo Poso (que tal era su verdadero nombre) se desacató y lo condenaron a cinco años de prisión. Pudo exiliarse en Montevideo, donde trabajó en las radios Ariel y El Espectador y en los diarios Acción y La Calle. Pasó al Brasil, a la fogosa Tribuna de Imprensa que dirige Carlos Lacerda.
De allí fue a Venezuela. La dictadura de Pérez Jiménez lo expulsó a Colombia, donde también se vio sometido a penurias y persecuciones. Refugiado en Panamá, le retuvieron el pasaporte hasta que periodistas panameños intercedieron por él.
A Cuba vino Jean Pasel a respirar un aire más libre. Consiguió un trabajo en televisión, dio conferencias en La Habana y en Cienfuegos. Algunos diarios cubanos le hicieron reportajes y le abrieron sus páginas. Todo eso no bastaba para vivir en una de las ciudades más caras de América.
Además es probable que Jean Pasel trajese el ánimo trabajado por la desventura. Hombre apasionado por Latinoamérica, en su larga peregrinación por ella no había visto más que dolor y miseria. De ahí tal vez lo que dice uno de sus papeles que tengo a la vista, quizás un artículo que tenia en proyecto: "Buscarle sentido a la vida no sólo es inútil, es injusto y casi indecente". Otras expresiones suyas, que estamos hojeando al azar, tienen un tono semejante.
Sin embargo, en sus últimos días volvió a presentársele al gran espejismo de cualquier periodista de raza, el reportaje que en un sólo día hace circular un nombre por todos los rincones del continente, el articulo en cuyo honor vibran los teletipos. Se enteró, quien sabe como, de que una aventurera expedición zarpaba rumbo a Haití. Sin más que lo puesto, el pantalón y la blusa que escaparon a los hoteleros, se embarcó.
Antes de irse estuvo en esta redacción, según me cuentan. Iba a mandarnos un gran reportaje de algo muy importante, que ni siquiera quiso decir.
La aventurera expedición estuvo condenada antes de zarpar.
Internacionalmente comprometió a Cuba, quien fue su punto de partida aunque nada tenía que ver, a tal extremo que Fidel Castro se vio obligado a censurarla antes que nadie, apenas se enteró.
Después vino el aniquilamiento, aprovechando el "hartazgo" producido por el festín de cabrito, según la histórica frase de Time.
Nada de lo que se dijo puede alcanzar a Jean Pasel. Como periodista, su deber era estar donde estaba la noticia. Y estuvo.
Aunque no nos mandara el gran reportaje ni escribiera tan bien, pero tan bien como la revista Time.