El deseo de Julio Cortázar, cuando todavía era un ignoto profesor de escuela secundaria en Chivilcoy, era que su tumba tuviera un epitafio digno de un cronopio en construcción: “Hasta un sapito le ganaba”. Se lo contó por carta a una vieja amiga y hasta se animó a garabatear su tumba. Por ese entonces, el joven de 35 años ignoraba el destino que enfrentaría, luego de convertirse en uno de los padres del “boom latinoamericano” que marcó un antes y un después en la literatura mundial.
Cortázar murió un domingo 12 de febrero de 1984, 467 días después de su pareja, la fotógrafa estadounidense Carol Dunlop. Aunque los biógrafos oficiales del escritor aseguraron durante décadas que había muerto de una leucemia, que en realidad nunca le llegaron a diagnosticar, su amiga, la escritora uruguaya Crisina Peri Rossi, reveló en su último libro que, en realidad, tenía sida.
“El sida no se había identificado cuando Julio lo contrajo, era una enfermedad sin nombre. Consistía en un retrovirus no identificado. Lo contrajo porque sufrió una hemorragia estomacal en agosto de 1981 cuando vivía en el sur de Francia. Lo hospitalizaron y le hicieron una transfusión de varios litros de sangre, que después se supo, en medio de un gran escándalo, que estaba contaminada”, explicó.
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Carol, quien al momento de morir tenía sólo 36 años, habría sucumbido al virus dos años antes debido a su juventud y a un trasplante de riñón al que había sido sometida tiempo atrás y que la dejó con un estado inmunológico débil. Julio la despidió aquel lluvioso martes dos de noviembre en el cementerio parisino Montparnasse, el mismo en el que sus íntimos lo enterrarían a él en 1984.
Jovial, por momentos chiquilín y amante de lo lúdico, Cortázar cumplió con su promesa: no regresar nunca más a la Argentina. Sin embargo, su legado sigue vigente y sus ingeniosos cuentos y desafiantes novelas suman año a año nuevos lectores, nuevos cronopios.
A continuación, BigBang recopiló de modo absolutamente arbitrario 33 fragmentos de sus obras. Un desembarco simple al universo de uno de los escritores más complejos del Siglo XX. Nota al lector: puede acompañar la lectura con la siguiente playlist de Charlie Parker.
La vuelta a Cortázar en 36 citas para releer
“Para vos la operación del amor es tan sencilla, te curarás antes que yo y eso que me querés como yo no te quiero”. Rayuela. “Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela”. Continuidad de los parques. “Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. (...) Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas”. Instrucciones para llorar.Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente”“Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente”. Rayuela. “El mero permanecer ya es recaída: el jazmín, entonces. Y no hablamos de las palabras, esas recayentes deplorables, ni de los buñuelos fríos, que son la recaída clavada”. Ómbibus. “Inesperadamente equivocado de tren en lugar 7.21 tomé 8.24 estoy en sitio raro. Hombres siniestros cuentan estampillas. Lugar altamente lúgubre. No creo aprueben telegrama. Probablemente caeré enfermo. Te dije que debía traer bolsa. Agua caliente. Muy deprimiedo siéntome escalón esperar tren vuelta. Arturo”. Tres telegramas de Cronopios.
“Qué le vas a hacer, ñato, cuando estás abajo todos te fajan. Todos, che, hasta el más maula. Te sacuden contra las sogas, te encajan la biaba. Andá, andá, que venís con consuelos vos”. Torito. “Aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad”. Rayuela. “Tiene el tiempo de bajar los párpados y echarse atrás cubriéndose con la mano izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo defienda desde dentro de la manga, para que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie y doce pisos”. No se culpe a nadie.Leé también | El encuentro secreto entre Borges y Cortázar, con críticas al periodismo: "Se encargaron de..."
“Parece una broma, pero somos inmortales. Lo sé por la negativa, lo sé porque conozco al único inmortal. Me contó su historia en un bistró de la rue Cambronne, tan borracho que no le costaba nada decir la verdad aunque el patrón y los viejos clientes del mostrador se rieran hasta que el vino se les salía por los ojos”. Una flor amarilla. “Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella”. Rayuela. “Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. 'Huele a guerra', pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo”. La noche boca arriba.
“Hay una tensión, algo incomunicado pero presente que exige incorporarse, algo como una rabia insaciable”. Rayuela. “El tiempo transcurría. Los sucesos exteriores a los cuales debía mi vida someterse con dolor, principiaron a ondularse como curvas que sólo de sesgo me alcanzaban. Descuidé la aritmética, vi cubrirse de musgo mi más prolijo traje; apenas salía ahora de mi cuarto, a la espera cadenciosa de la mano, atisbando con ansiedad el primer -y más lejano y hundido- roce en la hiedra”. Estación de la mano. “No se puede querer lo que quiero, y en la forma en que lo quiero, y de yapa compartir la vida con los otros. Había que saber estar solo y que tanto querer hiciera su obra, me salvara o me matara”. Rayuela.
“Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle: antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese cosa que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada”. Casa Tomada. “Sólo una cosa era extraña: seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo, siendo él mismo, yo era un axolotl y estaba en mi mundo”. Axolotl. “Me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado”. Rayuela. “Extrañaba el llanto del niño, y cuando mucho más tarde lo oyó, débil pero inconfundible a través de la puerta condenada, por encima del miedo, por encima de la fuga en plena noche supo que estaba bien y que la mujer no había mentido, no se había mentido al arrullar al niño, al querer que el niño se callara para que ellos pudieran dormirse”. La puerta condenada.Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”
“Lucas mira en la palma de su mano la palabra destinatario, le acaricia apenas el pelaje y la devuelve a su limbo incierto; le importa un bledo el destinatario puesto que lo tiene ahí a tiro, escribiendo lo que él lee y leyendo lo que él escribe, qué tanto joder”. Un tal Lucas. “Sólo viviendo absurdamente se podría romper alguna vez este absurdo infinito”. Rayuela. “Miré hacia el paraíso y las galerías altas; una masa negra, como moscas en un tarro de dulce. En las tertulias, más separadas, los trajes de los hombres daban la impresión de bandadas de cuervos; algunas linternas eléctricas se encendían y apagaban, los melómanos provistos de partituras ensayaban sus métodos de iluminación”. Las ménades. “La boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja”. Rayuela. “El hombre viejo no puede sobrevivir tal cual en el nuevo aunque el hombre siga siendo su propio espiral, la nueva vuelta del interminable ballet; ya no se puede hablar de tolerancia, todo se acelera hasta la náusea”. El libro de Manuel. “Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”. Rayuela.
“Pasa que los cronopios no quieren tener hijos, porque lo primero que hace un cronopio recién nacido es insultar groseramente a su padre, en quien oscuramente ve la acumulación de desdichas que un día serán las suyas”. Historia de Cronopios y de Famas. “Y porque se ha salido de la infancia (Je n'oublierai pas le temps des cérises, pataleó Emmanuèle en el suelo) se olvida que para llegar al Cielo se necesitan, como ingredientes, una piedrita y la punta de un zapato”. Rayuela. “En la memoria de mi amor estaba la galería cubierta, la silueta en un sillón de mimbre distanciándola de la imagen más alta y vital que de mañana andaba por la casa o jugaba con la gata, esa imagen que al atardecer entraría una y otra vez en lo que yo había querido, en lo que me hacía amarla tanto”. Cambio de luces. “El mero permanecer ya es recaída: el jazmín, entonces. Y no hablamos de las palabras, esas recayentes deplorables, ni de los buñuelos fríos, que son la recaída clavada”. Me caigo y me levanto.
“Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto”. Rayuela. “Un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de la calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta”. Historia de Cronopios y de Famas. “Y porque se ha salido de la infancia (Je n'oublierai pas le temps des cérises, pataleó Emmanuèle en el suelo) se olvida que para llegar al Cielo se necesitan, como ingredientes, una piedrita y la punta de un zapato”. Las puertas del cielo. "Mi interés se tornó bien pronto analítico. Cansado de maravillarme quise saber; he ahí el invariable y funesto fin de toda aventura", La otra orilla.Para terminar, nada mejor que uno de los fragmenos más recordados de Rayuela: “No renuncio a nada, simplemente hago todo lo que puedo para que las cosas me renuncien a mí”.