22 Septiembre de 2020 11:45
El escrito y crítico tucumano literario tucumano Fabián Soberón se propuso realizar una antlogía que recogiera cuentos de los grandes escritores de su provincia de todos los tiempos. Él hizo la selección y escribió el estudio preliminar de El puente. Durante la investigación para su trabajo, Soberón encontró nada menos que el primer cuento de Tomás Eloy Martínez.
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Noticia de Vicente Barbieri había sido publicado originalmente en 1952 en La Gaceta literaria y después nunca más. Tomás tenía entre 16 y 17 años cuando lo entregó a sus editores. Luego, el cuento se perdió para siempre. La familia del escritor sabía de su existencia, pero hasta ahora lo había buscado en vano. Ezequiel Martínez, uno de los hijos de Tomás, no lo incluyó en la edición de cuentos completos de T.E.M., Tinieblas para mirar, publicada en enero de este año, simplemente porque no lo había podido encontrar.
"Este es probablemente el primer cuento publicado por mi padre en toda su vida de escritor", relata Ezequiel, sorprendido, en un video promocional del volumen. Detrás de él están todos los libros de su padre. El libro, afirma Ezequiel Martínez, “nos trae noticias de aquellos inicios en que Tomás Eloy Martínez ganaba premios por sus cuentos y poemas, cuando tenía 16 o 17 años, así como de su faceta de cuentista, una de las menos conocidas".
La lista completa de autores incluidos en el libro incluye a: Juan José Hernández, Horacio Elsinger, María Lobo, Dardo Nofal, Máximo Chehín, Gabriel Guanca Cossa, Julio Ardiles Gray, Jorge Estrella, Sebastián Ganzburg, Daniel Dessein, César Di Primio, María Belén Aguirre, Rogelio Ramos Signes, Samuel Schkolnik, Florencia Méttola, Alejandro Nicolau, Osvaldo Fasolo, Sara Rosenberg, Lorenzo Verdazco, Tomás Eloy Martinez, Santiago Garmendia, Alberto Rojo, Hugo Foguet, Eduardo Rosenzvaig y Elvira Orphée.
Noticia de Vicente Barbieri, por Tomás Eloy Martínez
En el parque de diversiones me esperaba el Desconocido. Estaba de pie, junto a la puerta de entrada. Su libro del mes de noviembre trasladaba todos los rostros a la penumbra.“Me voy a lo de Barbieri”, le dije. “Usted es su amigo; puede acompañarme”.
El Desconocido hojeó el enorme tomo de las citas y respondió: “Ya me he burlado bastante de él. No, nunca iré a visitarlo. Ninguna de mis anotaciones lo registra. Usted puede decirle que las otras veces le he mentido”.
Esa, pues, era la experiencia del misterio. Barbieri resucitaba siempre. Pero yo no le diría una palabra de aquel secreto. Iba a quedarse muy triste.
Cuando llegué a su casa, él estaba solo, en una esquina de la habitación, junto a los amigos maravillosos. Nolca tocaba las costas de su frente, ese borde lunar.
Entonces, Barbieri me habló de su soledad y de pequeños crepúsculos. Pero desapareció súbitamente. Un lejano compañero lo sustituía. Alguien debió soñarlo en ese instante. Y ya no lo vi más entero, navegable. Sólo su alto contorno, la llama de sus pies, su voz elemental. Macedonio Fernández apareció y dijo: “Todos conocen a Vicente cuando están muertos. Quién sabe dónde ahora aprieta él las manos del aire y sonríe”.
Barbieri quedó preocupado; quería desmentir todo eso. Habló de los vivos: “Ardiles Gray, era delgada grieta... Galán, con su otra niña del asombro”.
Pero yo ya no le creía. Imaginé que a él tampoco le importaba sentirse descubierto. Que nada de eso destruía su tiempo de poeta.
Irma Ester había llegado. Inadvertidamente tocó la barba encendida de Endimión. Y una apretada luz quedó danzando, absorta, entre las cosas.