Disociar la obra de Frida Kahlo de su vida personal es imposible. Insolente, avasallante y perturbadora; la pintura de la mexicana destaca los aspectos más emblemáticos de su vida -con especial atención en aquellos que la marcaron física y psicológicamente- y nos permite, a más de cien años de su nacimiento, entrar en su psiquis y comprender qué es lo que le pasaba a una de las artistas que conoció el éxito en el último tramo de su tortuosa vida.
La mexicana conoció el éxito casi sobre el final de su vida.
Quizás su inentendible y tortuoso amor por el muralista Diego Rivera, su compromiso social, su lucha partidaria y el trágico accidente que marcó su vida cuando tenía tan sólo 18 años; son algunas de las líneas destacadas y obligadas de cualquier perfil de Kahlo. Pero aquellos detalles obvios, alejados de la trivial controversia a la que tuvo acostumbrada a la sociedad entera, son los que deslucen sus verdaderos secretos.
La tortuosa relación con Diego Rivera, uno de los ejes de su sufrimiento artístico.
Amante apasionada, Frida no concibió la diferencia de sexos como una barrera para experimentar lo que ella consideraba amor. Pasó por muchas camas, inclusive por la de León Trotsky, cuando este recibió asilo en la famosa casa azul mientras escapaba de la dictadura stalinista en Rusia. Supo incomodar a sus pares femeninos exacerbando sus rasgos indigenistas, dejando crecer vello en sus cejas, axilas y bozo. Lo mantuvo inclusive para la portada de la revista Vogue, referente indiscutido de los parámetros frívolos de la industria del diseño y la moda.
“Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior”, deslizó alguna vez Kahlo haciendo clara alusión a su imperiosa necesidad de exteriorizar su sufrimiento. La muerte de su madre, su lucha contra las secuelas del accidente que casi le cuesta la vida, la poliomielitis que padeció cuando tenía tan sólo seis años, el romance entre su hermana menor y Rivera, su imposibilidad natural de ser madre y el eterno debate entre la Frida aristocrática y la revolucionaria; fueron algunos de los “sufrimientos” que la mexicana pudo canalizar en su obra.
Pintaba aún postrada en una cama.
Sin embargo y paradójicamente, Frida es hoy uno de los exponentes de la fortaleza femenina. Resulta extraño, o al menos costoso, concebir la propia disonancia planteada por la artista: una mujer herida por una pareja que no supo amarla como ella lo amó, pero desafiante y fuerte a la hora de reconocer su propia derrota marital. La debilidad de un cuerpo y el impactante contraste físico con Rivera. La vitalidad de una mujer condenada a muerte.
Autorretrato con traje de terciopelo, 1926
El primer autorretrato de Frida tuvo una finalidad puntual: recuperar a Alejandro Gómez Arias. Después de una pelea, decidió realizar una interpretación de la Venus de Boticelli, encarnada en sí misma. Lo interesante del retrato no es solamente la elección apagada de los colores, sino la noción que ella misma tenía de su persona antes de conocer a Diego Rivera. Con una vestimenta y pose aristocrática, Frida parecía concebirse de un modo por el que no se haría conocida. Al poco tiempo de haber recompuesto su relación con Arias -tiempo después de que ella sufriera el accidente- la familia del joven decidió enviarlo a Europa para distanciarlo de Frida. Jamás se volvieron a ver.
La Adelita, Pancho Villa y Frida, 1927
Después de desafiar las poco confiadas esperanzas de sus médicos, Frida logró una recuperación asombrosa -pero jamás total- y encontró en la revolución un refugio que jamás abandonaría. Situada entre la revolución, representada por los zapatistas de la derecha y el cubismo mexicano, el equilibrio está dado por la alineación entre quien pintó el cuadro y Pancho Villa. Ella, todavía representada bajo la vestimenta oligárquica, se encuentra cerca de un hombre indefinido -un grupo en el bosquejo inicial del cuadro- quien, según sus biógrafos, representa la cara de la facción conservadora mexicana.
Tiempo vuela, 1929
El mismo año en el que contrae matrimonio con Rivera, Frida da un vuelvo radical en sus pinturas. Es en este momento en donde abandona el estilo renacentista de sus anteriores pinturas e incorpora el estilo de su marido, más colorido y autóctono. Esta es la Frida que Diego ama, una mujer conectada con sus raíces y rodeada de colores brillantes y nacionalistas.
El camión, 1929
Fiel radiografía de la sociedad mexicana y clara alusión autobiográfica. El camión, una de las pinturas más conocidas de Kahlo, representa la convivencia de las diferentes clases sociales mexicanas mientras que esboza los personajes que la acompañaron el aquel fatídico viaje que la marcaría hasta su muerte. Allí se puede ver al hombre de azul, que fue quien le removió el pasamanos que le había atravesado el vientre y al “gringo adinerado” con su bolsa de dinero -polvo en oro que la cubrió cuando agonizaba en la calle-.
Frida y Diego Rivera, 1931
Dos años después del matrimonio, Frida retrató a la pareja basándose en la fotografía de la ceremonia. La diferencia física entre ambos no es una exageración y la decisión de colocarle a Diego su paleta y pinceles hace alusión a la perspectiva que ella tenía por ese entonces: el artista era su marido y ella pintaba para matar el tiempo.
Frida y la operación cesárea, 1932
Después de conocer la noticia de su embarazo, la artista decidió abortarlo consciente de que su marido no quería más hijos y de que podría llegar a convertirse en una amenaza para su propia vida. Pese a haber provocado el aborto con diferentes tácticas, el embarazo continuó y Kahlo decidió consultar a un doctor. Los médicos le dijeron que el bebé podía sobrevivir si, llegado el momento de gestación, le practicaban una cesárea. Con sus temores, Frida comenzó esta pintura en la que manifiesta sus inseguridades, temores y esperanzas de que el bebé nazca con vida. Sin embargo, nunca la terminó. Dos meses después, la artista sufrió un aborto espontáneo que casi le cuesta la vida.
Henry Ford Hospital -la cama volando-, 1932
A pocos días de sufrir el aborto, Frida vuelve a pintar en el hospital. En el retrato, se encuentra recostada en la cama de la clínica, con las sábanas ensangrentadas y una lágrima que cae de su ojo izquierdo. Atados a su persona por hilos de sangre, representando -quizás- cordones umbilicales; Frida esboza seis elementos que describen la historia. En el centro, el feto masculino al que ella llamaba “Dieguito” y que pidió tenerlo en formol. La flor es la orquídea que Diego le regaló cuando la visitó en la habitación. El torso femenino color rosa, representa su “idea de cómo explicar el interior de una mujer”, según ella misma confesó. La máquina representa “la parte mecánica del asunto” y a un costado su pelvis, deteriorada por el accidente y causal del aborto.
Allá cuelga mi vestido, 1933
Después de haber acompañado a su marido durante tres años a su gira por los Estados Unidos, Frida manifiesta su cansancio por la cultura norteamericana y expresa su deseo imperioso de volver a suelo mexicano. A diferencia de lo que se esperaba, más que nada por la filiación partidaria e ideológica de Rivera, Diego se negaba. La crisis en la pareja y los deseos de Frida se plasman en esta pintura que cuenta con su presencia -ya no física sino representada por su vestimenta- colgando en el medio del abismo de la sociedad “enemiga”.
Autorretrato con pelo rizado, 1935
Después de no pintar durante un año, Frida retomó su trabajo y logró plasmar sus sentimientos para con la aventura que habían tenido su hermana menor y su marido. Aunque las infidelidades de la pareja eran conocidas, así también como su diferente concepción del amor, Frida no toleró la idea de que Diego haya seducido a su propia hermana. Mientras que la pareja estaba separada, comenzó a retratarse manifestando su bronca. En esta pintura, Kahlo se pintó con el pelo corto y rizado antagónico al largo que adoraba su ex marido.
Yo y mi muñeca, 1937
Tras haber sufrido tres abortos, la artista comenzó a coleccionar muñecas y mascotas para canalizar la soledad y el sufrimiento que le causaba no poder ser madre. En este cuadro, se la puede ver a Frida sentada en la cama acompañada de una de sus muñecas. Sin embargo, lo que podría ser una imagen tierna y maternal, es contrastada con la inmensidad del ambiente y la desorientación y falta de conexión entre la muñeca y Kahlo.
Recuerdo -el corazón-, 1937
Con el corazón roto, producto de la aventura de Diego con su hermana, Frida ilustra sus sentimientos de impotencia al pintarse sin manos. Con el pelo corto y la vestimenta europea, Kahlo termina por romper con el “estereotipo” que enamoró al muralista. Por otra parte, los vestidos de colegiala -época en la que conoció a Rivera- y el traje de tehuana, representan los “recuerdos” de su última relación. El elemento que aparece en su pie hace alusión a la amputación de dedos que la artista sufrió, producto de una gangrena.
Entre cortinas, 1937
Después de haber vivido un romance con el político marxista León Trotsky, Frida le regaló un autorretrato en el que se representa segura y bella. Según sus biógrafos, esta transformación en su percepción se debe a la reacción que tuvo Rivera cuando se enteró del amorío entre su ex y el líder soviético. “Para León Trotsky, con todo mi amor, le dedico este cuadro el 7 de noviembre de 1937”, explica la dedicatoria.
Las dos Fridas, 1939
Este retrato refleja las emociones que atravesó la artista tras su primera ruptura con Diego. A la derecha, se encuentra la Frida que Diego amaba, la Frida mexicana -con su corazón roto- que en sus manos sostiene un retrato de Rivera cuando era chico. A la izquierda se encuentra la Frida europea, con un vestido de novia victoriano -antagónico al que vistió durante su casamiento- representando sus raíces europeas, denostadas por Diego. Del retrato de su versión mexicana sale una vena cortada por la Frida europea, en un intento por ponerle fin a sus sentimientos. Sin embargo, la vena gotea y la Frida que Rivera amaba seguía viva aunque desangrada.
Autorretrato con pelo corto, 1940
“Mira que si te quise, fue por el pelo. Ahora que estás pelona, ya no te quiero”, explica la leyenda escrita por la artista en el margen superior del retrato. Esta pintura, quizás una de las más emblemáticas, representa la imperiosa necesidad de Frida de deshacerse de todas aquellas características que su ex marido amaba de ella. Alejada ya de sus típicos trajes mexicanos y ostentando una imagen masculina, Kahlo retrata el momento en el que decidió cortarse el pelo -símbolo femenino y atributo que amaba Rivera- y, de algún modo, liberarse finalmente de la dependencia que tenía con Diego.
El sueño -la cama-, 1940
La preocupación de Frida por la muerte es quizás una de las sombras más reiterativas en sus pinturas. “Judas”, el esqueleto de papel maché que la artista tenía en el dosel de su cama, es representado en el cuadro como la muerte; mientras que las plantas, enredadas en su cuerpo pero sin raíces con la tierra, representan la vida. En este período de su vida, Kahlo vuelve a sufrir una infinidad de complicaciones médicas.
Autorretrato como Tehuana, 1943
Después de una reconciliación, la necesidad de Frida por impedir nuevas infidelidades por parte de Rivera se vuelve una obsesión para la artista. La imagen de Diego en el centro de su frente manifiesta el amor obsesivo que Kahlo sentía por el muralista y las hojas que lleva en su cabello se convierten en una suerte de tela de araña que, según sus biógrafos, podría representar una obsesión por atrapar a Diego.
Raíces, 1943
Su vientre despedazado y atravesado por las raíces demuestran la angustia de la artista por su imposibilidad de convertirse en madre, además de su obsesión por la causa política de su país (representada en la conexión entre sus venas y la tierra).
Pensando en la muerte, 1943
La salud de la artista se encontraba cada vez peor. Confinada a una cama, la autoestima y los pensamientos de Frida se convirtieron en uno de sus peores enemigos. Según sus biógrafos, Kahlo estaba obsesionada con la muerte y comenzó a manifestar sus incertidumbres en su pintura. Según las tradiciones mexicanas, la muerte tiene un doble significado en donde el papel de la reencarnación es uno de los principales. Las espinas, ubicadas como fondo de la pintura, son una derivación de la mitología precolombina que concebía a la muerte como la transición de una vida a otra.
Diego y Frida, 1929-1944, 1944
Cuando Diego cumplió 58 años, su mujer le regaló un doble retrato en el que simbolizaba el amor de la pareja. Con un rostro único, unido y complementado por ramas carentes de hojas -quizás la falta de vida en la unión sea un mensaje sobre la imposibilidad de poder traer al mundo un bebé-, la artista logra plasmar la fusión que sufrió luego de conocer al que sin dudas fue el amor de su vida. Al poco tiempo de terminar la pintura, Frida comienza la elaboración de una copia para ella; algo que no resulta extraño si se tiene en cuenta que ambos, antes de convivir en la casa azul -residencia de los Kahlo- vivieron en un complejo compuesto por dos casas comunicadas por un puente. “Somos dos personas diferentes, con espacios diferentes”, habría explicado la artista plástica a una amiga.
La columna rota, 1944
Cuando Kahlo comenzó con la pintura de este autorretrato, su médico le había ordenado que utilizara un corsé de acero para poder mantener su cuerpo unido. Una columna de estilo jónico representa su deteriorada columna vertebral, mientras que las aberturas en su cuerpo y los clavos que la atraviesan sustentan el mensaje de dolor y desolación de la artista. La pintura original la mostraba completamente desnuda, pero fue modificada porque Frida consideró que un desnudo integral distraería al observador y lo alejaría del foco central del cuadro.
Sin esperanza, 1945
Después de haber sufrido más de treinta operaciones y de encontrarse a sí misma con una imagen deplorable, Frida comenzó a perder su apetito y fue obligada a seguir una estricta dieta para recuperar su peso. La estructura de madera, que en la realidad era lo que la ayudaba a continuar con sus pinturas, sostiene un gran embudo que le es impuesto a una mujer que no tiene la posibilidad de negarse. Está ahí, en su cama, con los brazos tapados y con una mirada desolada.
El venado herido, 1946
Tras pasar muchos meses postrada en su cama, Frida decidió operarse otra vez en Nueva York. Las secuelas fueron desastrosas: no sólo los dolores no pararon, sino que aumentaron conforme pasaron los días. El venado, al igual que Frida, se encuentra fatalmente herido.
Autorretrato con el pelo suelto, 1947
“Aquí me pinté yo, Frida Kahlo, con mi reflejo en el espejo. Tengo 37 años y es Julio de 1947. En Coyoacán, México, el sitio en donde nació”, explica la leyenda del cuadro. En primer lugar, la artista tenía 40 años en el momento en el que realizó la pintura aunque fiel a su estilo controvertido ella atrasó tres años su verdadera fecha de nacimiento para que coincidiera con la fecha de la revolución mexicana. Según sus biógrafos, luego de la última fusión espinal que tuvo en Estados Unidos, la salud de Frida comenzaría a vivir su última etapa de debacle. Su rostro apagado y su mirada cansada simbolizan la resignación de la artista.
Diego y yo, 1949
Los desamores, así como su dolor por no poder convertirse en madre, son una de las temáticas clásicas en los cuadros de Kahlo. Diego y yo fue pintado en el momento en el que se hace público el romance entre su marido y María Félix, una famosa estrella de cine mexicana que, además, era amiga de la artista. El pelo, símbolo de unión y adoración de la pareja, se encuentra estrangulando a una Kahlo que, pese a todo lo que estaba atravesando a nivel físico, no podía dejar de pensar en Diego.
Autorretrato con el retrato del doctor Farill, 1951
Se trata de el último autorretrato firmado de la artista. Después de siete operaciones y nueve meses de internación, Frida retomó sus actividades y decidió homenajear a su cirujano. “Estuve enferma durante un año. Siete operaciones en mi columna vertebral. El doctor Farril me salvó”, escribió Frida en su diario íntimo. Se trata de la primera mención a la silla de ruedas con la que la artista tuvo que convivir en el final de su vida.
Autorretrato con Diego en el pecho y María entre las cejas, 1954
Después del comentado romance entre Félix y Rivera, Kahlo volvió a asumir una posición superada e irónica e incluyó a la amante de su marido en el cuadro. El motivo de la involución -al menos en materia estética- del trabajo de Frida se debe a que la fuerte medicación que le suministraban distorsionaba su vista y su metodología de trabajo.
Viva la vida, 1954
Teniendo en cuenta que durante los últimos años de su vida Frida sufrió una involución en la calidad de sus obras, sus biógrafos descreen que este cuadro haya sido su última creación. Sin embargo, sus biógrafos estiman que durante los últimos ocho días antes de su muerte, Kahlo agregó la frase “Viva la vida - Coyoacán 1954 - México” a la pintura.
En 1953, el mismo año de su muerte, la Galería de Arte Contemporáneo de la ciudad de México organizó la primera exposición de Kahlo en su tierra natal. Con una salud deteriorada y estigmatizada tanto por su médico como por Rivera, Frida recibe el mensaje de que si asiste al evento podría llegar a morir debido a su delicado estado de salud. Fiel a su personalidad temperamental, la artista decidió asistir e irrumpió en la sala -interrumpiendo el discurso de su marido- recostada en su cama. Esa fue su última aparición pública.
“Espero alegre la salida y espero no volver jamás”, es la última inscripción que tiene el diario personal de Kahlo. Mientras que la mayoría de sus fanáticos interpretan al mensaje como una despedida, la realidad es que esas palabras fueron escritas meses atrás, cuando la artista abandonó el hospital -durante su última internación-.
Irreverente, ácida, sarcástica, comprometida, enamorada y talentosa. Frida Kahlo cumplió y no volvió, porque jamás se fue.