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Las Memorias del Indio Solari: 70 años, 800 páginas, un viaje

Recuerdos que mienten un poco: en qué consiste el ambicioso libro donde el artista le cuenta su vida a Marcelo Figueras.

por Daniel Riera

05 Junio de 2019 13:42
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Es grande, gordo e impactante a simple vista el libro del Indio Solari: un mamotreto de 863 páginas que requiere la disposición a sumergirse, a convertirlo en compañero de ruta por un tiempo, a acumular un peso importante en la mochila, dicho esto último sin ninguna pretensión metafórica. ¿Podía ser de otra manera? Solari está acostumbrado a hacer todo a un tamaño XXL: a esta altura, aquellos conciertos en la cancha de River con los Redondos pueden contarse como conciertos "medianos" si se los compara, por ejemplo, con los de Olavarría, Tandil y Salta, ya en su etapa solista. Pero la desmesura es, en su caso, sólo aparente: si toca en lugares gigantescos es porque tiene una demanda gigantesca. Del mismo modo, si sus memorias duran 863 páginas, es porque tiene mucho para contar, y también, desde luego, porque hay lectores interesados en acompañarlo en su recorrida.

Formuladas como una serie larga de entrevistas/conversaciones con Marcelo Figueras, las memorias del Indio son, a la vez, emocionantes y reveladoras. Acostumbrado a hacer del misterio una estrategia, a hablar con la prensa sólo cuando sale un disco nuevo o cuando se aproxima un concierto importante, de pronto abre las compuertas de su vida y cuenta y analiza todo, absolutamente todo. La escucha de su entrevistador es atenta e inteligente: hay repreguntas bienvenidas. La curiosidad de Figueras suele coincidir con la del lector, y algunos diálogos un poco "posproducidos" ayudan a poner en conocimiento del lector documentos históricos (la conferencia de prensa ante el concierto en Olavarría, el impagable testimonio que el Indio grabó a su madre). El tono de la conversación puede empalagar por momentos cuando la pregunta lleva implícitos apasionados elogios a su actitud o a su trabajo o cuando parece, más que preguntar, tirarle centros para que el Indio cabecee. Sin embargo, esa posible crítica se vuelve relativa cuando uno entiende que una pregunta no es otra cosa que un disparador, que el objetivo de cualquier entrevista es que el lector conozca al entrevistado y que si algunas preguntas son eficaces para que cuente algo que no había contado jamás, para que se sincere, para que se explaye, adelante. 

El Indio tiene 70 y el Indio es, en un punto, los 70. No porque se haya quedado allí, desde luego, sino porque esa es claramente la década de su formación cultural, de su primera obra, del cine junto al Negro Beilinson, hermano mayor de Skay, de la ropa, del artesanado, de su trabajo en un hogar de niños, de las drogas, de Brasil, de la dictadura y los amigos desaparecidos, de los primeros Redondos, el inicio del viaje. Un fantasma querido atraviesa la vida del Indio: el de Luis María Canosa, un amigo al que recuerda en dos canciones (Toxi Taxi y Pabellón Séptimo) y al que también evoca con mucho afecto en el libro. "Luis María había muerto en 1978. Era un angelito de verdad. Cantaba muy bonito, hermoso pibe. Cantó en una banda que se llamaba Dulcemembriyo, también con los Moura. Tenía una acústica Fender que era un lujo. Pero no estaba bien de la cabeza y las drogas le hacían todavía más daño".   

Hay una cierta desmitificación de aquellos primeros Redondos de los 70 ("No eran los Redondos, no todavía. Eran lo que yo llamo "el caldo prebiótico"). La verdadera banda, para él, es la banda que la gente hizo suya: sus Redondos favoritos son los favoritos de todo el mundo, con Semilla en el bajo, Sergio Dawi en el saxo y Walter Sidotti en la batería. Y también prefiere al público masivo que los acompañó por sobre a los "bananas" de la primera época.   

Pienso que estuve ahí, que vi esos conciertos de los Redondos que hoy los chicos rastrean en YouTube, que los vi tranquilísimo en el Teatro Santa María, y apretado en Halley, y apretadísimo en Satisfaction, que me ahogué en el Autopista Center, que fui un montón de veces a Obras, que corrí de la policía en el Microestadio de Lanús, que hice toda la secuencia de estadios Huracán-Racing-River, que compré y/o recibí en la revista donde trabajaba aquellos discos apenas salían y hasta que fui uno de esos periodistas imberbes que cada tanto los bardeaban un poco. Lo leo con emoción y también con el reloj de arena que corre, rápido, porque sus páginas me recuerdan que el año que viene cumpliré 50 años. Es natural este momento introspectivo: cada lector tendrá el suyo. Hablamos al fin y al cabo de la vida de un artista que atravesó las últimas tres o cuatro décadas de las nuestras. Por eso nos interpela este libro. 

El Indio es peronista. Juega con el concepto, no lo termina de afirmar del todo, es escurridizo pero a la vez es bien claro. Sabe que su familia la pasó mal luego de la Revolución Libertadora: recuerda a su madre pintando de colores huevos de gallina para decorar las Pascuas, huevos que pese a todo terminaban en la sartén. Sabe que balbuceaba "Peón/Avita" en su media lengua. Se recuerda comiendo bizcochitos una tarde con muchachos a los que luego "mataron a todos". Asegura que Cristina "trabajó para la historia" y admite que recién  tras la muerte de Néstor Kirchner reflexionó sobre su gestión. Lamenta una y otra vez la costumbre cíclica de la clase media de pegarse "tiros en los pies", entendiendo así el voto a Macri, deplora profunda y dolorosamente el gobierno de Macri y sus efectos. Y también es peronista porque no se siente culpable por haber ganado mucho dinero con el fruto de su talento y de su esfuerzo. Y porque, al saber de dónde viene, no ha perdido jamás su conciencia de clase. "Me acuerdo de un dibujo que hice después de la "Fusiladora". Pinté un avión, un cuerpo desmembrado y una cabeza con anteojos oscuros -el almirante Rojas, obvio- que explotaba. Y en el globito de historieta, la cabeza sola, que rodaba por ahí, cortada, decía ¡Ay, me muero!"

La memoria del Indio es una memoria política y artística. El Indio, esto también lo dice muchas veces en su libro, no es un militante, es un artista, y es de los que creen que poner el foco en una cosa puede opacar o entorpecer la perspectiva de la otra. Esta distinción acaso le salvó la vida en una época en la que para muchos jóvenes hacer política equivalía a intentar hacer la Revolución con un fusil al hombro. "Nosotros no participamos en las luchas abiertas de los 70. Solamente con la información de lo que había pasado en otras partes te dabas cuenta de que sería absurdo, aquello era el calco de lo que empezaba a pasar acá. No creíamos que fuera posible tomar la Casa Blanca -o la Rosada, si te gusta más-con Mausers." 

El Indio está profundamente dolido con Skay Beilinson por lo que interpreta como una "traición". Según él, Skay y Poli se negaron a hacer copias de los videos del concierto de Racing de Los Redondos cuya custodia también le correspondía a él. Sobre la idea de la traición, sobre el dolor de la pérdida, volverá una y otra vez. La herida no cerró ni cerrará jamás. "Eso es lo que tiene la traición: cuando te largan duro los que creés leales, te empezás a preguntar cuándo arrancó todo, cuánto tiempo hace que están engañándote. Y no hay recuerdo bueno que no se te arruine. ¡Todo lo que viviste empieza a parecerte falso, irreal!". Nunca deja de reconocerlo como un guitarrista extraordinario. Nunca le reconoce ninguna otra cualidad. No deja de subrayar varias veces el diferente origen social de ambos: Skay nunca tuvo la necesidad de ganarse el mango, él sí. Esta perspectiva, piensa, los hace diferentes desde la raíz. "Me metí en un afano con gente rica", grafica.

El Indio abandona su tradición de hablar poco y nada sobre las letras de las canciones: por el contrario, echa luz sobre todas y cada una de las que grabó, disco por disco, desde la primera de los Redondos hasta la última como solista. ¿Hace bien, hace mal? Por momentos parece aquel polémico Mago Enmascarado de la tele develando sus trucos: las palabras parecen perder su doble filo, su polisemia acomodadas por sus explicaciones. Pero como te digo una cosa te digo la otra: algunos de sus relatos generan una nueva maravilla. ¿Ah, iba por ahí? Mirá vos... Y entonces bajo esa nueva luz las canciones parecen nuevas o parecen otras o parecen algo que no parecían antes. 

El Indio cuenta el cambio de piel y de hábitos que representó el inicio de su carrera solista, aunque en retrospectiva piensa que la "separación" artística ya se venía produciendo con los últimos dos discos de la banda. Su vida más familiera, la libertad absoluta para tomar decisiones y el accidentado concierto de Olavarría, al que por ahora estima, con inocultable tristeza, como el último de su carrera. 

El Indio tiene 70 años, una compañera y un hijo a los que ama y una enfermedad grave. Quiere seguir viviendo, Tiene miedo a la muerte y quiere que la vida lo siga sorprendiendo. Quiere que la gente lo recuerde y al mismo tiempo le parece que hay mayor dignidad en el olvido. Tiene una obra y una ética de la que se siente orgulloso. Sabe que el viaje ha valido la pena, como vale la pena sumergirse en este mamotreto grande, gordo e impactante que cuenta la vida de un gran artista. 

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