por Rafael Saralegui
21 Noviembre de 2019 17:25Rodolfo Walsh no estuvo sólo cuando llevó adelante la investigación de los fusilamientos en un basural de José León Suárez el 9 de junio de 1956, que derivó en la publicación de Operación Masacre -un año más tarde-, el libro que cambió la forma de contar hechos reales en tono de novela. Siempre estuvo a su lado una novel periodista, Enriqueta Muñiz, nacida en España, y que era su compañera en la Editorial Hachette, donde ambos trabajaban, él como traductor y ella en tareas de publicidad y lo que hoy se conoce como marketing editorial.
Los dos eran muy jóvenes: Walsh tenía 29 años y Enriqueta, 20. Después de Operación Masacre, no volvieron a trabajar codo a codo en un libro. Walsh siguió en el mismo rumbo de investigación de crímenes políticos, mientras que Enriqueta se dedicó al periodismo cultural en diversos medios porteños. Ella nunca quiso tener el protagonismo que con el tiempo tuvo Walsh, gracias a Operación Masacre.
Pocas veces habló en público sobre el caso. En una de esas contadas ocasiones lo hizo ante un grupo de alumnos de TEA, la reconocida escuela de periodismo. Entre ese puñado de privilegiados, hace ya muchos años, estaba Diego Igal. Con el tiempo a Igal le pidieron que escribiera una suerte de perfil de Enriqueta, la periodista que siempre estuvo en las sombras de aquel libro inaugural de un nuevo género. Pero ella no quiso entrevistas. Siguió inmutable en su ostracismo.
La historia de Enriqueta
Años más tarde, Igal se enteró de la muerte de Enriqueta. La noticia fúnebre salió publicada en algunos pocos diarios. La recordaron algunos colegas, por ejemplo, del diario La Prensa, donde trabajó durante varios años, y de la Academia de Periodismo, donde ocupó un sitial y filtraban además cualquier clase de contacto, cuando se la buscaba para hablar de sus pasos junto a Walsh.
Igal se puso en contacto con familiares de Enriqueta, quien nunca se casó ni tuvo hijos. Así se enteró de que Enriqueta había escrito en dos cuadernos todas las peripecias de los fusilamientos de militantes peronistas. Gracias al esfuerzo de Igal y a la decisión de la familia de Enriqueta, esos históricos cuadernos acaban de ser publicados por la Editorial Planeta, bajo el título “Historia de una investigación”.
En estos tiempos que tanto se ha hablado de cuadernos -referencia obvia a los supuestos cuadernos supuestamente escritos por Oscar Centeno, el chofer de Roberto Baratta en el Ministerio de Planificación durante el gobierno anterior- la publicación de los cuadernos de Enriqueta son una enorme noticia para los lectores fanáticos del escritor desaparecido por la dictadura en 1977, horas después de su famosa carta a la Junta en la que describió con minuciosa precisión los horrores y el descalabro que habían desatado después de un año en el poder.
Esos hermosos cuadernos
Es un libro hermoso. Por su edición y por su contenido. Trae los dos cuadernos en forma de facsímil. Con un gran trabajo en el escaneo y la digitalización se pueden leer con todas claridad las anotaciones de Enriqueta y sus dibujitos (montañas, barcos, cuadrados) sobre nombres que no quiere que pasen a la posteridad. Además, cuenta con un texto de Igal con una minibiografía de Enriqueta y otro de Daniel Link, quien hace un repaso de la vida y obra de Walsh y de las diferentes ediciones de Operación Masacre.
Diego habló varias veces con los familiares de Enriqueta y les recomendó que cuidaran los cuadernos porque tenían un enorme valor histórico. Les encomendó que no los regalaran o los malvendieran y que pensaran en la posibilidad de publicarlos en algún momento. Hasta que un día habló con la gente de Editorial Planeta y se hizo la magia: se generó el contacto, intercambiaron ideas y firmaron los contratos.
“Son papeles completamente inéditos. Enriqueta tuvo una vida muy particular. Nació en España y se escapó con su familia después del estallido de la Guerra Civil porque eran republicanos. Cuando llega acá tenía 18 años y cuando empieza a trabajar con Rodolfo Walsh tenía 20 años. Y Walsh tenía 29 años. Los dos eran muy jóvenes. Ella fue formándose ideológicamente con el paso del tiempo”, explicó Igal durante una entrevista con el programa Crimen y Ficción, por EcoMedios.
Walsh y Enriqueta terminaron distanciados desde el plano político, es probable que ella no aceptara la conversión al peronismo del escritor, que luego terminó militando en Montoneros. Pero en los meses de la investigación eran muy cercanos y en las páginas de los cuadernos se advierte una enorme admiración hacia su colega casi diez años mayor.
¿Hubo además amor en esa pareja? Igal no lo sabe, pero se advierte que tenían una relación muy especial. Walsh vivía por esos años en La Plata, junto a la madre de sus dos hijas, y ella vivía en Buenos Aires, junto a sus padres. La familia de Enriqueta no sabía nada de sus andanzas, por lo que se trataba de un doble ocultamiento: de la dictadura y de su familia.
En el libro se publica una carta, que Walsh le envía a Enriqueta, que tiene un tono revelador: “Creo que hemos transitado juntos una de las más hermosas historias de nuestro tiempo. Puedo decirlo porque no hablo de mí como persona, sino de esa milagrosa entidad única que éramos los dos juntos... Nunca estuve tan unido a nadie. Es curioso, porque yo siempre creí, y habitualmente creo todavía, que el amor físico es lo que ata con más terrible fatalidad (en ese sentido tiene algo de diabólico), y contigo, bueno, tú sabes que he sido muy mal samurai, y tan poca cosa finalmente. Y a pesar de eso me sentía ligado a tí, como por una misma sangre, y yo creo que eso que nos ataba era una inminencia de muerte y una plenitud de confiado amor, por un lado insatisfecho -es cierto- más por otro decantado y sufrido en la impaciencia y el temor que compartíamos”.
Los cuadernos de Enriqueta son también reveladores. Constituyen todo un detrás de escena, de cómo se llevó adelante la investigación. Cómo Walsh llegó a la editorial con la noticia (“Hay un fusilado que vive”, aunque en rigor dijo encontré al hombre que mordió al perro), cómo buscaron a los otros protagonistas, las estrategias que usaron para convencerlos de hablar, como pelearon para la publicación de las notas en diversos semanarios semana tras semana. En estos años en que el oficio está tan vapuleado: el libro debería ser una lectura obligatoria para todos los cronistas, para tener en claro en qué consiste el verdadero periodismo de investigación.