“Mamá, esto se va a terminar y la sociedad va a saber quién es Carlos Monzón únicamente cuando me mate”. Alba Calatayud, la madre de Alicia Muñiz, no hizo más que recordar las premonitorias palabras que sólo un año atrás había pronunciado su hija, ahora muerta. Faltaban sólo diez minutos para que el reloj marcara las diez de la noche. Sentada en la séptima fila de la sala, como lo hizo durante la semana en la que duró el juicio, esperaba la lectura del fallo.
Con la sala llena y aferrada a su marido -que decidió viajar a Mar del Plata sólo para la audiencia final-, Alba escuchó atenta las palabras de Enrique Ferraris, el secretario de la Sala II de la Cámara Penal que aquel lunes 3 de julio de 1989 leyó la sentencia. Carlos Monzón debía cumplir once años en prisión por el homicidio de la madre de su hijo menor, Maximiliano. Ese día, el “campeón” sumó un nuevo título: el de femicida.
Alba gritó y se puso de pie al escuchar la sentencia. El resto de la sala se mantuvo en silencio. “Se hizo justicia. El hombre que mató a mi hija ya está preso”, alcanzó a decir la mujer. Lloró, como no lo había hecho durante todo el juicio; ni siquiera cuando se expusieron las pruebas más crudas del caso. Tras fundirse en un abrazo con Héctor, su marido; la mujer se refugió en los brazos del abogado Rodolfo Vega Lecich, el mismo que Alicia había contratado sólo un mes antes de su asesinato para que resolviera los pendientes legales con Monzón y que, tras el crimen, asumió la defensa de los Muniz.
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Medios nacionales e internacionales habían desembarcado esa semana en “La Feliz”. La cobertura respondió al masivo interés mundial por la resolución del caso. El alto perfil de la defensa de Monzón se contrapuso con el marcado hermetismo de los Muniz. Ese día, después de la condena, Héctor pronunció unas breves palabras. No volvería a hablar con los medios nunca más. “Era una promesa venir a Mar del Plata, una forma de estar con mi pobre Alicia. Pero ya está. Está muerta y no podré recuperarla. Vine a buscar la verdad y la encontré. Encontré al culpable de la muerte de mi hija. Deberá pagar por eso. La mató, pero se hizo justicia”.Encontré al culpable de la muerte de mi hija y deberá pagar por eso"
Monzón todavía estaba en la sala. Mantuvo la cabeza a gachas durante casi todo el juicio. Ese día sólo levantó la mirada para fijar sus ojos en Alicia Ramos Fondeville, la jueza que presidió el tribunal que acababa de condenarlo por homicidio simple. La mujer había sido nombrada hacía pocos meses como defensora oficial de menores y ausentes. Por ese entonces, era la primera y única mujer en la Cámara Penal de la Justicia marplatense. “Encima se llama Alicia”, dijo con malestar Monzón cuando se enteró que una mujer presidiría el tribunal.
La declaración inverosímil de Carlos Monzón sobre lo que sucedió la noche del femicidio de Alicia Muniz
El juicio comenzó el lunes 26 de junio de 1989, 177 días después del crimen. Monzón permaneció detenido en el penal de Batán durante todo ese tiempo. Pese al insistente pedido de sus abogados, el ex boxeador quiso declarar. Su coartada era débil, la carga probatoria en su contra era concluyente. La autopsia, el peritaje psicológico, las denuncias previas de Alicia y hasta el cuestionado testimonio del Rafael Crisanto “El Cartonero” Báez lo tenían tras las cuerdas. Pero el campeón se tenía fe.
El juicio no fue televisado, pero se transmitió en vivo y en directo por radio. La argentina lo estaba escuchando y Monzón lo sabía. Las demostraciones de afecto se contraponían con las de repudio cada vez que ingresaba a las audiencias. Los cánticos, a diferencia de lo que escuchaba cada vez que estaba en el ring, se fusionaban. “Dale campeón” y “asesino”. La sociedad bailaba al ritmo de la dicotomía de la época. A favor o en contra: no había grises.
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Los jueces sintieron la presión. “Tuve mucho miedo durante el juicio. Recibí amenazas. Monzón tenía barrabravas que nos seguían”, reconoció décadas después la jueza. Ese día, no fue la excepción. “No nos permitieron desalojar la sala porque habían circulado versiones de que podía haber una patota de Monzón. Los tres jueces del tribunal salimos por atrás y nos estaba esperando un grupo. Nos movió el auto y nos gritaron de todo. Esa fue la violencia que sufrimos”.
El camino a la sentencia no fue sencillo. Con decenas de testigos que ventilaban sus versiones en los medios, la Fiscalía y la querella debieron armar un operativo cerrojo e hicieron énfasis en la contundencia de las pericias físicas. Alicia no estaba, pero su cuerpo seguía hablando. Pese a la desaparición del músculo esternocleidomastoideo -el mismo que confirmaba que había sido asfixiada por una fuerza superior a los 30 kilos-, las conclusiones -en especial la de la segunda autopsia- eran contundentes: la ex vedette había sido estrangulada y luego arrojada al vacío en estado de inconsciencia.
Tuve mucho miedo durante el juicio. Recibí amenazas. Monzón tenía barrabravas que nos seguían"
La jueza Ramos Fondeville todavía recuerda el día en el que Monzón se sentó delante del Tribunal. Fue durante la primera audiencia. “Comenzó a contar toda su vida profesional con orgullo, lo dejamos hablar durante media hora y después empecé a hacerle preguntas. Él insistió en la versión de la defensa de que había sido un accidente y que Alicia Muniz había muerto luego de arrojarse por el balcón, lo cual fue desmentido contundentemente por las pericias”.
Después de repetir casi de memoria el texto escrito por sus abogados defensores, llegaba la hora de la verdad. Monzón debía responder las preguntas del Tribunal. Después de escuchar los alardes deportivos del por entonces imputado, Ramos Fondeville fue al hueso: “¿Alguna vez golpeó a su mujer?”. El silencio se apoderó de la sala. “No, nunca le pegué”, respondió incómodo.
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Lo que ninguno de los presentes advirtió es que en ese momento la jueza tenía en sus manos una carpeta con las denuncias que Alicia había realizado por violencia doméstica contra Monzón. Sus ojos, mientras el ex boxeador le negaba en la cara lo evidente, estaban clavados en una dura postal: una foto judicial en la que se podía ver a Alicia de espaldas, con su cuerpo absolutamente golpeado.
“Sin embargo, Alicia lo denunció en dos oportunidades por agresiones: el 12 de agosto de 1986 y el 12 de octubre de 1987. Usted estuvo detenido por pegarle”, le espetó la jueza. Monzón estaba una vez más tras las cuerdas y no tuvo otra opción más que confesar que en la noche del crimen le había pegado “una cachetada para tranquilizarla”. Esa no sería la primera, ni la última contradicción del “campeón”.
Usted estuvo detenido por pegarle"
Mientras escuchaba al asesino de su hija asegurar que nunca la había golpeado, Alba recordó la noche en la que logró que su hija lo denunciara. Era el lunes 12 de octubre, tal como precisó la jueza. El torbellino comenzó a las cinco y media de la mañana cuando sonó el timbre de la casa de Villa Urquiza, la misma en la que Alicia convivía junto a sus padres y su hijo, tras la última separación de Monzón.
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“Atendió Alicia. Era Monzón. Dijo que venía a buscar a Maxi. '¿Y ahora, mamá?', me preguntó y me dijo que tenía mucho miedo”, recordó años después Alba. “Quedate tranquila”, le respondió y bajó para atenderlo ella. “Le pedí que se fuera, que se diera cuenta de que estaban separados. No me hizo caso. Me empujó, me tiró a un costado y entró en el departamento”.
Desbordada de impotencia, Alba levantó el teléfono. “'Ya basta, vos te lo buscaste', pensé y llamé a la Policía. Al rato llegaron y se lo llevaron. Segundos después, volvimos a escuchar golpes y gritos en la puerta. Eran los policías y Monzón”, detalló. El machismo imperante se hacía presente una vez más. Denunciar violencia de género sigue siendo al día de hoy una odisea para gran parte de las mujeres, pero corría el año 1987 y, además, Muniz no denunciaba sólo a su pareja: estaba denunciando al “campeón”.
¿Ves hijo? Tu madre me manda preso"
Con absoluta impunidad, Monzón ingresó al departamento. Los policías miraban de cerca la escena, pero no hicieron nada. “Se metió y fue hasta donde estaba Maxi. Lo alzó. Estaba en pijama y medio dormido. Lo llevó a la entrada y le dijo: '¿Ves hijo? Tu madre me manda preso'. Entonces yo le dije (a Maxi) que no, que la que lo estaba mandando preso era yo. Creo que por eso me odia (al momento de la entrevista Monzón ya había sido condenado, pero seguía vivo)”.
Maxi tenía cinco años. No era la primera vez que presenciaba una escena así. Tampoco fue la primera vez que Monzón lo usó como “rehén” para condicionar a Alicia. En efecto, Muniz había decidido dejarlo un año antes porque sentía que ya no podía resguardar más a su hijo. La maternidad fue la variable que jamás consideró Monzón. "Lo que quería Alicia era preservarlo a Maxi y todo ya se le estaba yendo de las manos”, precisó Myriam Caprile, una de las mejores amigas de Alicia.
“Sólo le pegué una cachetada, pero para calmarla. Nunca la agarré del cuello”, repetía desde el banquillo Monzón. Myriam también estaba en la sala. Los recuerdos y los bestiales relatos de Alicia en vida también invadieron su cabeza. “Los milicos se le reían en la cara cuando les decía que quería denunciar a Monzón. En esa época, él era más grande que Maradona Era una locura todo. Siempre pasaba lo mismo. Lo llamaban y él entraba con una botella de whisky debajo del brazo. Tomaba unas copas con los milicos, les firmaba unos autógrafos y se iba como si nada. Después, volvía hecho una furia y la golpeaba aún más”.
Alba y Myriam no eran las únicas en la sala que sabían que Monzón mentía. En efecto, durante los últimos dos años Alicia había hecho público su tormento en un sinfín de entrevistas. Además, el prontuario se extendía a sus ex mujeres: Susana Giménez lo había dejado por violento y hasta fue preso en Santa Fe por romperle la mandíbula a su primera mujer, María Beatriz "Pelusa" García. “Desde un principio pensé que se había tratado de un femicidio. Sospechaba por las características del hecho y la violencia en la que vivían. Sabía que Monzón había ejercido violencia sobre otras mujeres, inclusive mujeres muy conocidas”, reconoció años después la propia jueza.
La falsa amnesia y el reporte psiquiátrico que dejó al campeón tras las cuerdas
La violencia no fue lo único que tanto Monzón como sus abogados intentaron tapar durante el juicio. Parte de su coartada radicaba en una conveniente “amnesia”, que manifestaba cada vez que una incisiva pregunta evidenciaba una contradicción en su construido relato sobre lo que realmente sucedió en la casa de Pedro Zanni. En efecto, la declaración de Monzón pasaba de un extremo al otro. De precisiones quirúrgicas a preguntas simples que no podía responder.
El informe psiquiátrico fue presentado durante el juicio un día después de la declaración de Monzón y tuvo en cuenta el testimonio que el ex boxeador brindó al tribunal. El mismo fue firmado por el doctor Mauricio Laner (perito médico forense), el doctor Mario Kohan (médico psiquiatra), ambos pertenecientes a la asesoría pericial del Departamento Judicial de Mar del Plata. Pese a la adversidad del mismo, el reporte fue avalado y firmado por el doctor Avelino Barata, perito solicitado por los abogados defensores de Monzón.
Las conclusiones del informe pisquiátrico de Carlos Monzón
No padece patología psicótica alguna No existen antecedentes, signos clínicos ni electroencefalográficos correspondientes a comicialidad. El día del hecho se habría originado una discusión donde le inculpado se sintió agraviado por reclamos económicos, habiendo sido su respuesta impulsiva, coincidente con sus antecedentes históricos de personalidad por los relatos. No se han detectado trastornos de la conciencia de origen alcohólico al momento del hecho. Tampoco se ha detectado sintomatología de alienación mental. No se ha podido probar la existencia de una amnesio circunscripta como alega en sus declaraciones y examen psíquico. Con los elementos obrantes y las consideraciones precedentemente expuestas la junta determina que Carlos Monzón no ha presentado alteraciones que le impidieran comprender la criminalidad del acto o dirigir sus acciones.“Apreciamos numerosas contradicciones que van en contra de un supuesto estado amnésico, como por ejemplo se aprecia que a medida que su señoría le menciona datos de la autopsia realizada, Monzón agrega detalles que no hubo mencionado antes. Recuerda que Alicia se tiró de cabeza y en la misma foja redeclara que no vio cómo cayó”, advirtieron los especialistas.
Esa no fue la única contradicción que notaron los médicos. “No recuerda haberle propinado un cachetazo, pero tampoco encuentra explicaciones a su caída. Asegura que no encuentra explicación, ya que ella es sumamente delgada. Después dice que la víctima no se desmayó, pero que quedó 'medio aturdida' sobre la cama; y que luego de eso él se dirige al balcón, hacia donde también va la víctima arrojándole manotazos”. En síntesis: de acuerdo a lo declarado por Monzón, durante la pelea Alicia pasaba de un estado casi de inconsciencia a tornarse violenta y agresiva en cuestión de segundos.
El relato de Monzón también fue llamativo a la hora de recordar con precisión su gran ingesta de alcohol, uno de los atenuantes buscados por sus abogados. “Con respecto al día del suceso, la evocación está fielmente conservada. Recuerda hasta en sus pequeños detalles sus actividades, las personas con quienes compartió, los diálogos suscitados, los horarios precisos; así como también evoca pormenorizadamente las ingestiones de alcohol”.
Cada contradicción de Monzón dejó en evidencia una nueva verdad sobre lo que sucedió durante la pelea. Es como si al trastabillar el campeón arrojara un poco de luz ante tanta oscuridad. Y la precisión con la que cada tanto se pronunciaba también generó la suspicacia de los psiquiatras, quienes concluyeron que el ex boxeador no sufría amnesia, sino que sus “olvidos” respondían a su defensa.
“Con respecto a los momentos inmediatamente anteriores al hecho, su memoria está perfectamente conservada; pues evoca en los detalles ínfimos el origen, las manifestaciones y los sucesos ocurridos durante la reyerta”, precisan, y resaltan un pasaje de la declaración de Monzón: “Cuando me pongo muy nervioso soy de carácter fuerte. Ahí me calenté, la tiré a la cama y le pegué un bife de revés”. Después, también recordó haber sido arañado y haber tomado a Alicia del cuello.
Ahí me calenté, la tiré a la cama y le pegué un bife de revés”
“Yo la conozco cuando se le salen los ojos”, advirtió ante el tribunal, al tiempo que acusó a Muniz de haber originado la pelea al humillarlo verbalmente. ¿Qué le dijo? De acuerdo a Monzón: “Pijotero”: “Recuerda las recriminaciones económicas y que lo trató de avaro. Pero cuando se explora lo que sucedió después, refiere: 'Y eso fue todo'; hecho que se concadena con las contradicciones ya citadas anteriormente”.
La conclusión del reporte fue lapidaria: los médicos no creyeron su amnesia, ni dieron por válidos los presuntos trastornos de origen alcohólico alegados por parte de los abogados de Monzón. En síntesis: sabía lo que hacía y al momento del juicio recordaba todo. La amnesia o “neblina”, como la denominó en su declaración, no fue convalidada, sino que fue calificada como un “intento por ocultarle al tribunal” lo que realmente ocurrió.
A las diez de la noche de aquel 3 de julio de 1989 la profecía de Alicia Muniz se cumplió. El país y el mundo supieron quién era aquel “señor al que tanto” admiraban. Y, de a poco, los ecos de aquel "dale campeón" que lo acompañaron incluso hasta su muerte se van disipando. Ya no hay título mundial, ni destreza deportiva que morigere su condena social: Carlos Monzón fue, es y será siempre un femicida.