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Primera Guerra Mundial: viaje a la dura vida en las trincheras

Si bien son el símbolo de la primera gran guerra del siglo XX, sólo un pequeño porcentaje de los soldados brindaba servicio en ellas.

11 Noviembre de 2018 09:30
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Las trincheras son quizás la primera imagen que se viene a la mente cuando se piensa en la Primera Guerra Mundial, de cuyo final hoy se celebran 100 años. 

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Soldados alemanes en una trinchera del frente occidental.

Sin embargo, fue una proporción relativamente pequeña de soldados la que sirvió en ese tipo de ámbitos. Las trincheras estaban ubicadas en los frentes, es decir, en las zonas de combate más peligrosas. Pero detrás de ellas se acomodaba la sección más masiva del trabajo de guerra, formada por los cuarteles, los establecimientos de entrenamiento, las líneas de abastecimiento, los talleres y almacenes. 

Las trincheras eran, puntualmente, el dominio de la infantería, acompañada por ingenieros, médicos y observadores de artillería. También era donde se ubicaban los morteros y ametralladoras. 

Fue justamente el gran avance en la tecnología armamentística observado durante la Primera Guerra Mundial el que hizo necesario su uso extendido como forma de protección. Sin embargo, ya habían sido utilizadas en conflictos previos, como la Guerra Civil norteamericana y la Guerra Ruso-Japonesa.

La naturaleza de las trincheras variaba de acuerdo al terreno donde eran excavadas. Por ejemplo, en el área del río Somme, en Francia, el suelo calcáreo hacía que se derrumbaran con facilidad luego de la lluvia, por lo cual eran revestidas con cualquier material disponible. 

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Las trincheras eran objeto de constantes inundaciones. 

Y en la zona de Ypres, en Bélgica, las trincheras no eran excavadas sino construidas con tablas de madera o sacos de arena, ya que el terreno pantanoso impedía cualquier intento de cavar. 

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La comida caliente era un lujo escaso. 

Vida dura

La cotidianeidad en las trincheras era sumamente incómoda. La lluvia y la humedad las volvían permanentemente lodosas, el contenido de las letrinas se filtraba dentro de ellas, las ratas y los piojos abundaban y el olor de los cadáveres enterrados en las cercanías se hacía sentir. 

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Un grupo de soldados ingleses recibe una revisación médica. 

Además de a las enfermedades que tales condiciones de vida diseminaban, el invierno de 1916 fue el más frío del siglo XX en Francia y Bélgica, trayendo a las extremidades inferiores de los soldados los efectos de la gangrena por congelación y el mal del "pie de trinchera", que básicamente pudría el pie por la combinación de la baja temperatura, el agua que se filtraba dentro del calzado y la imposibilidad de ventilar la extremidad. 

Los soldados también vivían en constante cansancio: usualmente sólo se permitían dormir a la tarde antes de que cayera el sol y en turnos de una hora durante la noche.

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Los momentos de descanso eran escasos. 

La distensión llegaba en pequeñas dosis. En los descansos de la batalla, los habitantes de las trincheras se dedicaban a escribir cartas a sus seres queridos y a algún partido de juegos de mesa. También podían disfrutar, de vez en cuando, de una comida caliente o de una taza de té.

Afortunadamente, la mayoría de los soldados brindaba servicios rotativos dentro de las trincheras y el turno no solía durar más de cuatro días, tras el cual podían regresar al cuartel, bañarse con agua caliente, dormir una noche entera y lavar sus uniformes.

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