Mariana Enriquez , una de las más notables escritoras argentinas, ganó ayer el premio Herralde, dotado de 18 mil euros, por su novela "Nuestra parte de noche", que en pocas semanas será publicada por el sello Anagrama. En esta entrevista, realizada poco antes de que se conociera la noticia, Enriquez contaba de qué se trata la obra y paseaba amable y digresivamente por su universo, por el terror cotidiano que nos inoculan a veces los padres hasta una sombría experiencia con el juego de la copa, sus bandas favoritas de rock and roll y sus obsesiones de escucha atenta.
-Escribí una novela bastante larga. Es una novela de terror, pero no una novela de terror de acción, es una novela de terror familiar bastante mística supongo.Transcurre en la Argentina, es de género en el sentido de que tiene elementos de terror,pero las situaciones son bastante realistas. Es un mundo muy realista donde pasa algo muy raro, que está relacionado con una especie de acarreo de una maldición de padres a hijos. Es una historia de padres e hijos, si es justo o no pasarle o no la maldición a un hijo, si es justo o no tener un hijo... Hay una parte que es en los 80 en la Argentina, hay una parte que es en los 70 acá y en Inglaterra y otra parte que es en los 90. Es eso. Bueno, es más que eso, tiene 600 páginas (risas), pero en un resumen breve es más o menos eso.
-¿Te parece que es demasiado pesada la paternidad para los hijos, una carga exagerada?
-Sí, un poco sí. Yo nunca quise tener hijos, y ahora tengo 45 años, con lo cual si querés es una decisión consumada. Ahora tampoco puedo. El otro día alguien me decía (imita la voz, con un tono burlón) “Pero si querés podés adoptar...” No, tener un hijo de 10 años a los 55 me parece un despropósito, y además tampoco quiero, no es que tengo ningún tipo de arrepentimiento. Pero más allá de que no es un tema conflictivo en mi vida personal, no me parece en absoluto un tema menor esa especie de renuncia a la continuación. Es como una renuncia a la especie, si querés. Entonces tenía ganas de escribir sobre eso, pero por supuesto no de una manera convencional: yo no puedo hacer una novela autorreferencial porque me parece un plomazo, pero hay formas de pensar la trascendencia, la continuidad, la especie, los traumas que arrastrás de padres a hijos, el peso de la herencia en general, de otras maneras que no sean la autoficción o la autorreferencia. Es una novela totalmente loca, que se parece más a It, en el sentido de que -como It- se trata de la posibilidad de recuperarse del trauma infantil o no, que aunque tiene un final en el que sí se recuperan, es obvio que no. It tiene un final “a la King”,uno de esos finales espectaculares pero poco sinceros. Es una novela de género que tiene esa especie de tema secreto.
-...y el que lo agarra lo agarra...
-... Claro, y te das cuenta después también. Yo cuando la estaba escribiendo no estaba pensando en eso, tenía la historia, un joven niño, que una familia rica secuestraba y podía comunicarse con dioses... Tenía una historia completamente fantástica y después empezó a aparecer el tema de la maternidad, de la paternidad como una cosa muy obse, y después de mucho tiempo me di cuenta de que estaba pensando en eso. A veces pasa.
-¿Cómo es tu vínculo con tus viejos?
-Mi papá está muerto hace unos años ya, pero con mi mamá y con él he tenido siempre una relación muy buena, más allá de roces normales, digamos. No es una novela que tenga que ver con la relación que tuve con ellos, te diría que al contrario. Obviamente todos tenemos reproches, pero son reproches menores, quiero decir. Eran un poco exigentes como padres, pero eso también me parece bien. Mi papá era una persona que si me sacaba un 8 en una materia me decía ¿Por qué un 8 y no un 10? Esa onda. Mi mamá, menos, pero en el fondo tenía esa cosa de disciplina, ¿viste? Trabajar, bancarse, ser útil, ser independiente.
-Te criaron para que no los necesitaras...
-Claro. Cosa que me parece bien...
-¿En qué materias te iba mal en la escuela?
-Matemáticas, Física, Química. Todo eso. Pésimo. Sigo siendo una ignorante total. No orgullosamente, por supuesto. Creo que es un déficit. Cuento con los dedos, cosas muy elementales, me decís cuánto es 104 menos 52 y mentalmente no puedo, tengo que agarrar el papel...
-¿Cuál era el paisaje de tu infancia? ¿Valentín Alsina?
Sí, yo crecí en Enrique Fernández y Remedios de Escalada...
-Cerquita de la chatarrería de Quindimil...
-Y del Pucará que puso Quindimil en esa esquina... ¿Es un Pucará, no, el avión que puso ahí Quindimil?
-No lo sé.-Nosotros le decíamos “El Pucará”, pero no sé si lo es estrictamente.
-¿Qué vínculo tenés con Alsina?
-Mi mamá es de ahí, así que voy seguido. No tengo un vínculo muy de relacionarme con instituciones, etc. Mi papá sí, era de ir a las bibliotecas, etc. Pero una o dos veces por mes voy a verla a mi mamá y a comer con ella, etc. Vamos a comer más a la estación Lanús, porque en Alsina no hay muchos lugares...
-Pensé que ibas a comer a lo de tu mamá...
-No, mi mamá no es una mamá que te prepare nada... (risas) A veces comemos en la casa, pero un delivery... No es que no pueda cocinar, pero no cocina para agasajarte. No cocina rico y no le importa: no es lo suyo (risas).
-¿Se lo dijiste o se va a enterar cuando lea esto?
-No, ella lo sabe... Lo sabe perfectamente y se enorgullece...
-¿Como una marca feminista, de no cumplir con el mandato?
-No sé, mi mamá es una persona que trabaja desde chica, así que está muy lejos de la cuestión doméstica en general. Es médica, así que es muy exigente en lo que hace, y siempre fue una persona que al volver a su casa no se iba a poner a trabajar en su casa. Nunca tuvimos una persona que nos ayudara en casa, un poco porque a mi papá le parecía mal, y después porque no teníamos plata para pagarle, tampoco... Ahora sí, mi mamá tiene una señora que viene a limpiar una vez por semana, pero ya es vieja, es otro tipo de intercambio, así que un poco está pagando el cuidado. La casa se limpiaba comunitariamente cuando todos lo podíamos hacer, pero nunca fue el trabajo de mi mamá. La tarea doméstica siempre fue compartida. Para mí siempre fue normal y para ella también, nunca fue una cuestión reivindicativa, digamos, nunca fue un tema...
-¿Y tu viejo?
-Mi papá era ingeniero, pero estuvo mucho tiempo sin trabajo por la Argentina, y su último trabajo fue en el Estado. Tuvo trabajo productivo hasta antes de la dictadura. Después de eso fue medio golondrina, trabajando un tiempo en una empresa, otro tiempo en otra, porque creo que básicamente lo que pasó es que había mucho menos trabajo para él. Su último trabajo fue en el Ministerio de la Producción, era más aburrido, más de oficina, pero se correspondía con la edad que tenía, así que estuvo bueno que se jubilara ahí.
-¿Curtiste Alsina, tenías salidas de barritas, de pibes?
-No, porque a los 8/9 años nos mudamos a La Plata como familia, y volvíamos bastante a visitar abuelas, pero mi centro pasó a ser La Plata.
-¿Ahí también fue tu adolescencia?
-Todo en La Plata. Volvía a Alsina, pero como se vuelve al lugar de la infancia, a ver a los abuelos, los amigos de mis viejos de cuando era chica, pero no tenía amigos nuevos.
-¿Cuál fue el primer disco que te compraste?
-Disco de vinilo: Tatuado, de los Rolling Stones. Cassette: Arena, de Duran Duran.
-¿Arena lo escuchabas en el walkman?
-Todavía no. Después lo escuché en un walkman, pero cuando me lo compré, fue para el grabador. Y después me compré lo que en esa época era un minicomponente, y ahí me empecé a comprar vinilos , en un grabador común. El walkman vino después. No sé si Tatuado fue el primer disco que me compré, pero es el primero que recuerdo. Y Arena me gustaba de chiquita, a los 10, 11 años, era recontrafan de Duran Duran.
-¿Te gustaban físicamente los músicos, te enamorabas?
-Siempre. Me siguen gustando ahora, me sigo enamorando ahora. En Duran Duran me gustaba el bajista. De los Stones también me enamoraba: yo era la chica de Richards, nunca fui la chica de Mick.
-¿Sabías inglés?
-Sí, yo empecé inglés casi al mismo tiempo que la escuela. En la Plata iba a un instituto todos los días, hasta los 16 años, así que entendía casi todo lo que decían. A veces me ayudaba con un diccionario, pero entendía.
-Te interesaba más el rock que la literatura...
-Sí, ya leía y tenía mis libros favoritos, pero no me producían el mismo entusiasmo, para nada...
-¿Ibas a bailar?
-Mucho. En La Plata había dos boliches: uno que se llamaba Garage, otro que se llamaba Metrópolis, creo. Iba mucho, y cuando me podía escapar venía al centro, al Parakultural, a Bolivia, porque leía la Cerdos y Peces, y entonces quería ir a los lugares que estaban en la Cerdos y Peces, a Cemento, cuando me dejaban entrar. No en todos me dejaban entrar, porque era muy chica y parecía muy chica: siempre parecí un poco más chica de lo que soy, y a los 14 parecía muy chica, y con maquillaje peor, era como una niña maquillada, pero también era un descontrol, así que empecé a ver shows de muy pendeja... En los boliches bailables se complicaba más, pero en los boliches under, en los de Chabán, por ejemplo, no había ni media historia. En los boliches de ir a bailar sí, incluso me llevó la cana, porque mi método era no ir con el documento por las dudas. Es un método totalmente absurdo, pero a mí se me ocurría que si la cana me pedía el documento y lo tenía, quedaba demostrado que era menor, y si no lo tenía capaz zafaba. Eso era una pavada, porque tranquilamente podía no mostrárselo y ya, pero creo que mi idea era que me podían obligar a mostrárselo, lo cual probablemente era cierto. Era una época de pura razzia, el alfonsinismo, y en un par de razzias me llevaron. Una fue muy extraña porque me llevaron a la casa de mis viejos de madrugada en un patrullero, pero caí en unas cuantas, sobre todo en La Plata. Había que correr de la cana constantemente.
-¿Te pegaron?
-No sé si me pegaron, pero sí te zamarreaban, te amenazaban con el arma, eran unos hijos de puta. Cuando entré a la Facultad, el hecho que marcó el fin de mi adolescencia fue la desaparición de Miguel Bru, que lo mató la cana. Miguel era compañero mío de la Facultad, no solamente compañero mío, sino también compañero de salidas. No era amigo de Miguel, pero teníamos amigos en común, tenía su banda punk, integrábamos un mismo círculo. Así que no era un miedo loco, te podía pasar y pasaba. La Plata era muy Heavy. Cuando se estaba votando la ley de Educación, la cana entró con caballos a la Universidad, y nos escondimos en la Facultad de Económicas, que está en calle 7. Ya esto era menemismo, creo que Duhalde ya era gobernador. Fines de los 80, principios de los 90, tengo un recuerdo pesado de esa época... Era difícil andar por la calle.
-Ya había cierto desencanto...
-Claro, Yo no recuerdo demasiado la posdictadura festiva alfonsinista, no la viví mucho porque era muy chica. Tengo, eso sí, ese recuerdo de una cierta euforia muy particular, esa alegría política. Mi mamá es peronista, fanática de Cristina. Mi papá fue siempre un hombre de izquierda que terminó votando a Néstor y mi mamá siempre fue más peronista, pero aquella fórmula Luder-Bittel del peronismo del 83 no les copaba, les parecía una continuación del peronismo de derecha, como la Triple A, así que se engancharon con Alfonsín. Y los primeros años, con el juicio a los generales, los recuerdo como de mucha alegría. Y la decepción fue un momento muy cercano, la crisis económica, los cortes de luz, la hiperinflación, las "Felices Pascuas"... Fue una época negra, y más negra todavía porque lo habían amado a ese tipo. Una época deprimente.
-Una época más signada por el discurso áspero de los Redondos que por Soda Stereo, digamos...
-Yo iba a ver a los dos. No era muy fan de ninguno, no era intensa futbolísticamente, digamos que no hinchaba por ninguno de los dos. Me gustaban más o menos los dos, pero el clima era bien distinto. Lo de los Redondos era una intensidad, una rabia, y los shows de Soda Stereo eran muy amables. Estaban buenos, pero eran muy amables. Y en los de los Redondos eran muy tensos, con mucha presencia de la cana. Yo los vi mucho en La Plata, la cana entraba adentro, una vez incluso salió de abajo del escenario, uno se preguntaba para qué iba, pero había una necesidad de enfrentarse a eso, era la experiencia de estar ahí... Para mí los shows de los Redondos era la experiencia de estar ahí, no era algo que disfrutara estéticamente, lo importante era otra cosa... Ese momento de violencia, una violencia buscada por el público. Mi recuerdo de esos shows es esa violencia, no porque la gente se fuera a matar, sino porque se conjuraba cierta violencia que tenía que ver con la época, muy rabiosos, muy interesantes, menos peligrosos que el mito. Después sí, ya los shows de Huracán, Racing y River eran peligrosos en serio: en uno hubo un pibe con un cuchillo, que lo mataron... Y ahí ya no lo necesitaba yo, y no fui más. A los shows de Soda iba a escuchar música, y los banco en ese sentido, porque era necesario ese alivio, no es que me parecía una banda frívola, todo lo contrario.
-De tu segunda novela, Cómo desaparecer completamente, a tus libros posteriores, hay un ritmo menos vertiginoso que le va dejando lugar a una narradora más clásica. ¿A qué atribuís esa evolución?
-Tal vez haya más seguridad en lo que quiero decir. Los primeros libros tenían una urgencia. Quiero escribir literatura, ¿estará bien lo que estoy haciendo? Los personajes también eran así, estaban muy perdidos, no digo que ahora no lo estén, pero ahora manejo un espanto más dirigido (risas): te voy a poner acá, te voy a poner allá, te voy a poner allá... En las primeras novelas no tenía mucho control , y tampoco tenía mucho control de mí. Entonces había una búsqueda de qué decir, de cómo decirlo, y preguntas sobre qué era la literatura para mí, si quería hacer literatura, si tenía que ver con esa urgencia. Cuando empecé a escribir cuentos estaba más convencida de lo que quería hacer, menos ansiosa, con algunas cuestiones técnicas resueltas y sin tantas dudas. Cómo desaparecer completamente es un libro que escribí muy para mí, porque acá en la Argentina no había libros que hablaran de esas cosas,,, No sé si no había, pero seguro que no los conocía. Algunas cosas las encontré en Fogwill, pero al tono de Fogwill para mí le faltaba ternura... Era un escritor tan brillante como endurecido, y yo necesitaba leer algo menos endurecido.
-Es que él escribía desde el lugar del adulto aristocrático que se encontraba con la muchacha punk, era más un entomólogo...
-Claro, él observaba gente cómo yo... y la observaba bien, pero...
-Pero la distancia se notaba.
-Claro. Yo quería libros sobre esa gente. Entonces escribía eso. Chicos gays, noches, drogas, chicos abusados, chicos de la periferia, chicos que se querían ir del país, la cuestión queer, música, No había mucho de eso, y yo quería registrar eso. Después empezó a aparecer una literatura generacional, por ahí escrita al mismo tiempo pero publicada un poco más tarde, porque yo empecé a publicar desde muy pendeja, y dejé de sentir la necesidad de hablar de eso.
-¿Algún hobby obsesivo?
-La música.
-¿Sabés tocar algún instrumento?
-No. Pero lo intenté, eh...
-¿Con cuál instrumento?
Intenté tocar la guitarra, pero no va, no puedo. Lo mío es bajar discos permanentemente, escuchar discos permanentemente, comprar libros de música, discutir en foros de fans...
-¿De quién?
-De Suede, de Manic Street Preachers, de Nick Cave, pero en ese no participo mucho... Estuve en uno de Bowie y me fui. Depende de lo que más intensamente me entusiasme en ese momento... Discutís sobre interpretaciones, mejor canción de tal disco. Ayer, por ejemplo, estaba discutiendo con unas amigas escocesas, en un foro privado que tenemos, disco por disco de Suede, los peores temas, y fue muy heavy. En eso puedo perder tres o cuatro horas, pero no me enojo, veo que el otro se engrana y a mí no me ofende. Me consume mucho tiempo y plata, pero sobre todo mucho tiempo de estudio. Mi marido es igual, ahora está escuchando todos los discos de The Fall, del primero al último.
-Te vi muy feliz un día en el Recoleta pasando música y hablando sobre los temas...
Sí, si eso diera dinero trabajaría de eso y no de periodista.
-Eso de las peores canciones me recuerda a Cortázar en Queremos tanto a Glenda, la necesidad de aislar los mejores momentos de la estrella, pero también me recuerda a tu novela Este es el mar, con la necesidad de que el ídolo muera angelical...
-Bueno, en esa novela están todas mis obsesiones condensadas en un formato de Fantasy. Pero fijate que él no es un genio. No necesariamente soy fan de gente que sea considerada genial: me gustan artistas que tienen atisbos de genio... Con los escritores también me pasa: me gustan más los irregulares, los que les cuesta un poco más. Yo siempre sería más fan de los Stones que de los Beatles, si me gustaran los dos, pero no me gustan los Beatles.
-Ahí no te sigo.
-Claro: nadie me sigue ahí (risas), pero no me gustan sinceramente los Beatles y tardé un montón de tiempo en decírmelo. No sé ni en que año salió Revolver, tengo hasta ese nivel de desinterés, pero incluso aunque me gustaran siempre sería más de los Stones simplemente porque hay gente que piensa que Jagger es un ridículo. Hay algo del fallido que me parece más cercano, más interesante. Es muy cómodo bancarlos a los Beatles...
-A mí me gustan mucho los discos “malos” de los Stones...
-¡A mí también! (Risas, entusiasmo)
-Undercover, Dirty Work...
-A mí Dirty Work me encanta, pero empecemos por el primero que viene después de la tetralogía fantástica, que sería Beggars Banquet-Let It Bleed-Sticky Fingers-Exile On Main St... Goat Head's Soup, el momento en que se supone que se van a la mierda, es un discazo tremendo...
-Por supuesto! Y Black And Blue...
-... y Black And Blue tiene “Memory Motel”, que es uno de los temas más lindos de ellos... Me gusta eso, esa postura, discutamos Undercover, por ejemplo... En cambio con los Beatles, Abbey Road es perfecto, listo, no hay nada más que decir de Abbey Road... Creo que la única banda de la cual me gustan todos los discos es Velvet Underground, porque son muy poquitos discos, así no tiene gracia...
-Y los Stones, en cambio, son rockeros cuya carrera dura lo mismo que la de un escritor.
-Claro. Hasta que se mueran.
-Es que se banca al artista, ¿no? Como si cada disco fuese una baldosa en el piso y el piso fuera la obra, es medio ridículo decir “esta baldosa no me gusta”.
-Bueno, a los escritores no les gusta cuando les hacen mierda un libro, pero capaz que es verdad y no pasa nada. Las carreras interesantes se hacen de altibajos, y esos discos y esos libros van cambiando en tu apreciación, te gustan menos o más con el paso del tiempo. Mi banda de cuando era chica después de Duran Duran era The Cure, después la dejé de escuchar durante décadas, porque la tenía muy asociada a la infancia... Yo había pasado de pantalla, y hace poco los empecé a escuchar de vuelta, y dije guau... Pictures Of You es una canciíon superadulta, de una relación compleja, que yo no podía registrar cuando era chica. Y con los escritores pasa lo mismo: ahora Pynchon no me gusta, pero por ahora no vendo sus libros. Creo que puede haber un momento en que los agarre y diga “Te entendí”. Me pasó con Onetti.
-Y además de literatura de ficción y libros de música, ¿qué más leés?
-Leo mucho de magia negra, ocultismo, tarot... Ese es mi fetiche. Cementerios... Ocultismo-tarot-cementerios es un triángulo perfecto. Me fascinan estéticamente y como proyecto de la imaginación, construcciones filoficcionales sorprendentes... Nunca tuve una experiencia paranormal. una sola una vez, muy discutible...
-¿Qué te pasó?
-Es una tontería. Me había quedado a dormir en la casa de mi abuela, en Alsina. Era una de esas casas chorizo, pero que no son chorizo cuando las compraste sino que les fueron haciendo chorizo a medido que les van agregando habitaciones. Yo estaba en la habitación del medio, que es donde dormía ella cuando vivía mi abuelo, y ella dormía a veces ahí y a veces en el living, cosas de viejos... Yo estaba leyendo, totalmente despierta y de repente vi pasar como para ir al baño a lo que yo creí que era mi papá, pero me pareció un poco raro porque era un hombre diferente a mi papá. Y no volvió. A lo mejor sí era mi papá y se quedó mirando televisión, qué se yo. Me quedó la duda, y al otro día le pregunté a mi papá si había sido él. Y me dijo No, para nada. Pero esa presencia que no era mi padre, y tampoco era un chorro, porque no me hizo nada, no me dio miedo.
-¿Jugaste a la copa?
- Mucho, como una adicta. Una amiga tenía un tablero, pero he armado tableros recortando letras. He pasado noches enteras, a veces tomando merca o fumando porro, una situación muy tóxica, psicodélica.
-¿Con quién hablaste?
-Muertos famosos, muertos no famosos, de todo. no me acuerdo mucho, porque eran situaciones muy voladas. En la casa de Cristian Alarcón hablamos con una vecina que se había suicidado. Estábamos con Cristian y mi ex marido. Él no sabía que ella se había suicidado, nosotros dos sí. Yo no creo que la copa la haya movido el fantasma de ella, me parece que la movimos nosotros. Me pareció horrible, superoscuro, porque la conocíamos, sufrió, tuvo una muerte terrible, la vio su hija colgando, el portero que la vio quedó traumatizado, fue una cosa trágica y para nosotros fue un juego. Y dije No tengo más ganas. No porque fuera a venir ella a castigarnos, sino porque no me gustó lo que hicimos.
-Te pareció una actitud cínica.
-Sí, pelotuda más bien. Estuvimos mal con ella. Le faltamos el respeto. Esa fue la última vez que jugué.