Es una de las páginas más tristes de la historia de la humanidad, un motivo para que nos preguntemos de qué hablamos cuando hablamos de justicia. El 23 de marzo de 1944, George Stinney Jr., un chico negro de 14 años, fue detenido acusado de los crímenes de las niñas blancas Mary Emma Thames, de 8 años, y Betty June Binnicker, de 11. Ese mismo día su padre fue despedido de su trabajo y toda su familia debió huir de la ciudad de Alcolu, donde residían, para que no los lincharan. El 24 de abril, un mes después, fue hallado culpable en un juicio express. El 16 de junio de 1944, George fue asesinado en la silla eléctrica en una prisión de Carolina del Sur.
Setenta años después, en junio de 2014, George, o su memoria, fueron reivindicadas por la jueza Carmen Mullen, que exoneró simbólicamente al chico de todos los cargos. Mullen observó que el chico fue interrogado sin abogados y sin, siquiera, la presencia de sus padres; que no existía una declaración escrita donde constara su confesión; que los reportes periodísticos indicaban que le habían ofrecido un helado a cambio de que confesara sus supuestos crímenes.
George fue la persona más joven ejecutada en los Estados Unidos en el siglo XX. Por obvio que parezca, hay que decir que el fallo judicial que dejó su honor a salvo no le devolverá la vida. Los rituales de la "Justicia" tienen algo de cáscara vacía, más allá de las buenas intenciones de la señora jueza. Pero al menos, esta especie de "juicio a la justicia" hecho por Mullen estableció que el chico no presentó testigos y que la única "evidencia" en su contra presentada por la fiscalía fue el testimonio en la instrucción de tres oficiales de policía que dijeron que había confesado, tres oficiales que ni siquiera declararon en el juicio. La fiscalía tuvo tres testigos: el hombre que descubrió los cuerpos, los dos doctores que practicaron las autopsias. Ninguno de los tres presentó ningún elemento que indicara que George fuera culpable de crimen alguno.
George tuvo un defensor oficial: un abogado tan indolente que no se tomó el trabajo de hacer una pregunta a nadie cuando la vida de su cliente estaba en juego.
Olin Johnston, el gobernador que iba por su reelección
El juicio fue por jurados: los jurados eran todos blancos, así como quienes presenciaron las audiencias, ya que no estaba permitida la presencia de personas negras en la sala. Duró exactamente dos horas y media: el jurado deliberó diez minutos y regresó con su veredicto. Culpable. El gobernador de Carolina del Sur, Olin D. Johnston, era un reconocido supremacista blanco. En un año electoral, iba por la reelección: recordemos que los negros no votaban. Los gobernadores y los presidentes tienen la posibilidad de acceder a pedidos de clemencia en los estados norteamericanos donde hay pena de muerte. Generalmente no acceden a ellos.
La vergonzosa carta en la que Johnston se negó a ofrecer clemencia.
En su rechazo a uno de los pedidos de clemencia, Johnston señaló que George había matado a la niña más chica para violar a la más grande, y que luego había matado a la niña más grande y había violado su cuerpo después de muerto, y que veinte minutos más tarde había vuelto a intentar violar el cadáver, pero le había resultado imposible porque el cuerpo estaba demasiado frío. Jamás se supo de dónde había sacado el gobernador semejante fantasía perversa. Los reportes de la autopsia de Betty Jane no indican nada ni remotamente parecido. Todo era una gran mentira sin ningun fundamento.
Hombres blancos lo atan a la silla eléctrica: George será ejecutado en segundos.
Katherine Arnie Stinney, la hermana de George, dijo que estaba junto a su hermano el día en que supuestamente asesinó a las dos niñas. Recién pudo declarar 70 años después. Cuando detuvieron a George, había tenido que huir de la ciudad para que no la lincharan.
"Piden clemencia por un negro de 14": suelto del New York Times.
"Es como si el cielo se hubiera aclarado", dijo a los medios norteamericanos cuando se enteró de la exoneración post- mórtem de su hermanito. "Cuando lo vimos en las noticias, estábamos sentados con amigos. Alcé mis manos y dije: Gracias, Jesús; alguien nos había escuchado. Es lo que esperamos por muchos años. Estoy feliz porque haya llegado este día después de tanto tiempo, pero me estremezco cuando pienso en mi infancia y en George. No hubo nadie que lo ayudara. Me dan escalofríos cada vez que lo recuerdo".
El tamaño de George no alcanzaba para que pudiera apoyar sus brazos de manera que los verdugos pudieran atarlo: tuvo que sentarse sobre una guía telefónica para "dar " el tamaño. Algunas versiones indican que se usó una Biblia, la misma que el chico leía en su celda. Las nenas asesinadas habían sido golpeadas con una viga de 20 kilos: la constitución física del chico hacía imposible que pudiera manipularla e imprimirle fuerza. George medía 1, 57 y pesaba, apenas, 47 kilos.
Últimos momentos de la vida de un chico, acusado y condenado por un crimen que no cometió.
Lo que lo condenó a muerte en una sociedad racista hasta la médula fue su deseo de colaborar. Las nenas habían desaparecido y él tuvo la inocencia de contar que ese mismo día las había visto. Los blancos y los negros vivían en Alcolu separados por la vía del tren. Ese día, Mary Emma y Betty June la cruzaron, pasaron por la casa de los Stinney y les preguntaron a George y Arnie donde podían encontrar flores de pasión. Luego siguieron su camino.
La silla en la que fue ejecutado.
La funda que ocultaba la cabeza de las personas que iban a ser ejecutadas había sido diseñada para adultos. Cuando George recibió la primera descarga de 2.400 voltios, la tela cayó. El activista afroamericano Joy James, citando a testigos presenciales, escribió que el rostro del chico quedó al descubierto, "mostrando los ojos abiertos de par en par, llenos de lágrimas, y la boca babeando". Los carceleros volvieron a ponerle la capucha y aplicaron otras dos descargas, que cuatro minutos después terminaron de matarlo.