Las primeras escenas que Martina Tolosa describe, con lujo de detalles, la novela Viracochaa son sencillamente, demoledoras. Tras perder tres embarazos, Julieta hace lo que sea con tal de poder ver a su feto una vez más, estar con él, tocarlo. Un universo no tan explorado en la literatura: la maternidad a cualquier costo, la maternidad desangrada. Ser madre dejándose la piel.
Su deseo concedido choca con la enfermedad del padre de su pareja. Javier y Julieta tienen que salir corriendo a Cachi, Salta, para asistir a Guillermo, un prestigioso médico que padece Alzhéimer y está en el último tramo de su vida. Allí comienza el verdadero terror, de la mano de pequeños trabajos y altares en las puertas de las casas, en un pueblo desolado donde la desgracia se respira en el aire.
En una entrevista con BigBang, Tolosa cuenta cómo fue la creación de esta obra tormentosa y sumamente cautivante, que desconcierta al lector hasta un punto de fascinación, atraído por el horror que atraviesa esta historia.
-¿Cómo surge la idea de Viracocha? ¿De combinar el terror con la maternidad?
-Siempre me llamó la atención la maternidad vinculada al terror porque entiendo será una experiencia aterradora en sí misma, salvaje, un poco animal. La historia de Viracocha surge de mis propios miedos con respecto a la maternidad, además de intentar meterme con lo que son los temas más sensibles, indecibles como las muertes de los bebés y de los niños. En principio, casi todos los textos que escribo terminan hablando sobre maternidad y sus alrededores: la desesperación, la felicidad o la desdicha si es que esa maternidad no es deseada. Me parece interesante esta conversación que en la actualidad estamos teniendo como sociedad de desarmar la imagen de la madre perfecta, abnegada, o de la ama de casa impecable. Viracocha partió un poco desde ahí, embarazos que no fueron, una mujer dispuesta a todo para cumplir su deseo de maternar, y después fue creciendo hasta llegar a lo que es.
-¿Cómo fue que llegaste a elegir como escenario la localidad de Cachi, en Salta?
-No fue premeditado. La idea era escribir una historia que se desarrollara en el interior del país, porque yo nací en el interior y venía leyendo novelas muy porteño-centristas en ese sentido. Después pude ir a conocer Cachi y creo que esa experiencia fue súper enriquecedora para la novela, porque pude descubrir una cultura muy rica y aprovechar sus características en la historia. También esto de que la protagonista fuera porteña y de repente tuviera que mudarse a un pueblo chiquito como lo es Cachi sirvió para darle más fuerza a las particularidades del ambiente, de la gente, de las costumbres. Como un choque. Además, quedé encantada con la provincia de Salta, de los lugares más increíbles que conocí.
-¿Te costó conjugar lo violento, lo cruento, con lo paranormal, lo espiritual del pueblo norteño?
-En Salta hay una vida espiritual enorme -mucho más grande que la de otras provincias del país que tuve la suerte de visitar- no sólo por la presencia del catolicismo sino también por otros mitos, leyendas o creencias incaicas. Creo que todo eso te lleva un poco a ese estado raro, como si pudiera pasar cualquier cosa. Cuando entrás al museo de la Alta Montaña, por ejemplo, que es donde están las momias de los niños que encontraron en el volcán Llullaillaco, es un ambiente extrañísimo, las momias están ahí exhibidas junto con las cosas con las que las encontraron. Incluso en ese sentido la violencia ya está ahí, esos pibes -y otros- fueron sacrificados. Por más que fuera una tradición cultural, un ritual que era natural para esa cultura la muerte ya está ahí. También hay algo re interesante de la cultura inca que es pensar todo en forma de dualidad, y esto implica la vida y la muerte. Era un tema muy importante para la novela y por eso está tan presente, por ejemplo, la convivencia entre un hombre viejo y senil y una bebé recién nacida, o los bebés que ya murieron y los bebés por nacer.
-En cuanto a Julieta, su vida se ve atravesada por el desgarrador deseo de ser madre, a toda costa. Un deseo descarnado, que atraviesa toda la novela. ¿Cómo fue el proceso de creación del personaje?
-Desde que empecé a escribir es muy raro para mí el tema del proceso de personaje, porque llega un momento en el que siento que se escribe solo, toma vida propia. En la segunda escritura me acuerdo de estar metida en algún diálogo, una frase que Julieta diría, la releí y pensé no, Julieta jamás diría esto. Es muy raro eso de los procesos de escritura. Creo que una va corrigiendo esas cosas pero, una vez que la novela está bastante avanzada, los personajes van decidiendo a medida que pasan las páginas. En el caso de Julieta a mí sólo me interesaba su deseo descarnado de ser madre y su vida con Javier, un tipo desagradable, un violento. También ciertos temas que siempre recaen en las mujeres, ¿no? Las tareas de cuidado, la vida doméstica, esas cosas.
-¿En qué autoras del género te inspirás a la hora de escribir? ¿Cuál es el primer libro que recordás que te acercó al terror?
-María Fernanda Ampuero me parece genial, sus libros de cuentos Pelea de Gallos y Sacrificios Humanos me obsesionaron. También Samantha Schweblin o Guadalupe Nettel con respecto a la maternidad, Carmen María Machado, la literatura de Luis Mey en cuanto a lo que es rituales o cultos.
La primera autora que me acercó al terror es, como a casi toda mi generación, Elsa Bornemann con su libro Socorro. También Stephen King. Igual toda la vida estuve cerca del género porque, además, veía muchísimas películas de terror con mi mamá, ella un poco me lo inculcó. Siempre me sedujo el terror, la adrenalina que genera, su uso para hablar de otros temas. Es un género que te da muchas posibilidades.