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"¡Caradura! ¡Cagón!": el armado "quiebre" de Thomsen y la reacción de la familia de Fernando

El lado b de la audiencia clave como nadie te lo contó.

16 Enero de 2023 21:26
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Y un día sonó la siniestra sintonía del horror en Dolores. Después de más de cinco horas de audiencia y del esperado testimonio de Juan Pedro Guarino, el juicio por el asesinato de Fernando Báez Sosa dio un giro de 180°. El aire ya se respiraba distinto dentro de la sala. Pocos entendían por qué Hugo Tomei casi ni le prestaba atención a la declaración de los testigos que él mismo había convocado. El marcado desinterés del abogado de los ocho imputados se contraponía con la tensión de los acusados, quienes se mostraron por primera vez inquietos, desorientados y, por momentos, irritados al punto que Blas Cinalli llegó a morder el barbijo que sostenía con sus manos. Algo iba a pasar, aunque muy pocos dentro de la sala lo sabían.

La jornada ya había comenzado fuera de regla. El recambio de quincena cargó la Ruta 2 y cerca de las nueve de la mañana todos comenzaron a preguntarse: "¿En dónde están Burlando y los padres de Fernando?". Con la sensación térmica elevándose minuto a minuto, el único pasatiempo de los medios apostados en la puerta del Tribunal eran las forzadas vueltas a la manzana que realizaba el abogado de los rugbiers; a quien por primera vez se lo vio sonreír e incluso hacer chistes, escoltado en la mayoría de las veces por Emilia Pertossi.

Puede decirse que la audiencia comenzó cerca de las doce del mediodía con la declaración de Guarino, pero la realidad es otra. Por fuera de la sorpresa que causó en la sala la declaración del rugbier sobreseído -quien en todo momento hizo hasta lo imposible por no cruzar miradas con los ocho imputados, incluso cuando lo pararon con un puntero de madera delante de ellos-, la orquesta comenzó a posicionar sus instrumentos a las cuatro y media de la tarde cuando desde "el afuera" ya comenzaba a circular la versión de que Máximo Thomsen "rompería el silencio".

Las contradicciones de Thomsen y la contundente refutación de la querella

Hasta ese momento, sólo dos ejes le daban sustento al rumor: la inminente declaración de la madre de Thomsen y las seis ocasiones en las que Tomei se acercó para darle instrucciones individuales, por fuera de las dos oportunidades en las que reunió a todos y les habló tapándose la boca como si fuera un director técnico. En la sala también se encontraban Francisco, uno de los hermanos mayores del autor de la patada mortal y su padre, Marcial. Indiferentes y por momentos altaneros, aguardaban que el director de la orquesta diera la orden.

Después del segundo cuarto intermedio de la jornada, la madre de Cinalli ingresó a la sala con visibles dificultades motrices y asistida por un policía. Frente a ella, sólo los jueces María Claudia Castro, Christian Rabaia y Emiliano Lazzari. De fondo al tribunal que el 31 deberá dar a conocer su veredicto, un telón de terciopelo bordó en el que hasta hace poco colgaba una cruz católica de considerables dimensiones, que supo dejar su huella en la tela; tal y como lo hizo la zapatilla de Thomsen en el rostro de Fernando.

 

María Paula necesitó una presentación especial. Y es que, además de ser la madre de Cinalli, también es tía de Luciano y Ciro Pertossi. Su presencia movilizó a su hijo, quien al comienzo de la declaración tenía el barbijo en su bolsillo derecho. El joven de 21 años venía de dos horas de escuchar a los amigos (el "Gordo Jose" y Santino) con los que chateó y con quienes se encontró en Villa Gesell inmediatamente después del asesinato de Fernando y a quienes les llegó a confesar por escrito: "Flasheamos, matamos a uno".

Su cuerpo ya no resistía ningún coucheo y llevó su mano derecha a su boca en el preciso instante en el que su madre comenzó a declarar. Mientras la mujer revelaba que era único sostén de familia y relataba sus graves problemas crónicos de salud, Blas no podía contener sus emociones. A tres filas de distancia, los familiares de los otro imputados también comenzaron a alterarse. "¿Qué es lo que les pasa?", se preguntaban en la sala. Si bien el relato de la mujer era conmovedor, los presentes estuvieron toda la mañana viendo una y otra vez tres de los videos en los que se puede ver pixel a pixel el asesinato de Fernando.

A muy poquitos metros se encontraban Graciela y Silvino. Silenciosos como en todas las audiencias, acababan de revivir durante más de cuatro horas y media cada una de las patadas y trompadas que recibió su hijo aquella madrugada del 18 de enero del 2020; cuando el Covid aún era una "enfermedad de ricos" que comenzaba a azotar Europa y su único hijo disfrutaba de sus primeras vacaciones con amigos y su novia en la Costa. "¡Ah, no! Lo hicieron mierda!", se escuchó por alto parlante una veintena de veces sólo en esta audiencia. Era nada más y nada menos que la reacción de uno de los jóvenes que grabó la brutal golpiza y la voz que cada vez que se escuchaba helaba la sangre de los padres de Fernando.

María Paula continuaba con su declaración mientras el clima se caldeaba cada vez más. "¿Esto es joda?", se preguntó uno de los amigos de Fernando que declaró en el juicio y, desde entonces, asiste a cada una de las audiencias. "¿Y esto qué tiene que ver con Fer?", se preguntaba otro, que sufrió en carne propia la violencia de los imputados cuando intentó salvar a su amigo. La incomodidad de Silvino y Graciela fue incluso mayor que el momento en el que vieron por décima vez el video de Blas, el hijo de María Paula, chuparse la sangre de Fernando de sus dedos para esquivar un control policial tras el crimen.

Risas, visitas al Kiosco y vueltas a la manzana: el "show" de Hugo Tomei en los Tribunales de Dolores

"No era la primera vez que mi hijo viajaba a Villa Gesell con amigos, pero sí la primera vez que viajó solo. Como hasta ese momento era menor, yo siempre me alquilaba una casa por las dudas. Pero ese verano ya había cumplido los 18", relataba la madre de Cinalli. Tomei casi ni la miraba. El reloj marcaba las cinco y veintiuno. "Es un desastre, una desgracia muy grande; no quiero ni pensar lo que habrán pasado los papás de este chico, pero nosotros también lo sentimos y lo sufrimos mucho", aseguró. Esa fue la gota que rebasó el vaso. Silvino no pensó, reaccionó. Se levantó sorpresivamente de su silla y, sin siquiera mirar a su mujer, abandonó la sala. Graciela resistió menos de treinta segundos e hizo lo mismo.

La testigo siguió declarando sin dar acuso de recibo alguno de la situación. La atención de los ocho imputados estaba como nunca concentrada en cada una de sus palabras. Y, así como arte de magia, comenzaron a quebrarse. El primero en derramar una lágrima fue Thomsen, quien de inmediato recibió la contención de Ayrton Viollaz, su escolta derecha desde el inicio del juicio. Un mimo en el pelo no fue suficiente para calmarlo y el efectivo policial apostado a sus espaldas tampoco tembló a la hora de poner su mano sobre su hombro derecho.

El llanto de Thomsen, moderado aunque visible, se volvió contagioso. El efecto dominó comenzó con Enzo Comelli y culminó con Lucas Pertossi, sobrino de la testigo. Mientras tanto, su hijo (Blas) y su otro sobrino (Ciro) permanecieron helados. Fueron los único de los ocho que no lloraron. "¿Esto es real?", se preguntaban los amigos de Fernando, sentados a menos de un metro. "¿Están llorando?", indagaban a los que estaban ubicados más cerca de los acusados. "Sí, están llorando. Ahora, si es real o no... qué decirles", fue la respuesta que recibieron por parte de esta periodista.

La declaración duró solo seis minutos. María Paula se levantó de la silla, pero pidió continuar presenciando la audiencia. Su hermana fue quien se levantó rápido y la ayudó a sentarse en el banco destinado para los familiares de los acusados. La puerta no tardó en volver a abrirse y Tomei ya no podía ocultar su ansiedad. El reloj marcaba las cinco y media de la tarde cuando Rosalía Zárate, la madre de Thomsen, ingresó por primera vez a la sala de audiencias para darle inicio a la "recta final" del juicio. Con los padres de Fernando ausentes y seis de los ocho imputados llorando, la ex secretaria de Obras Públicas de Zárate se sentó a declarar.

 

La mujer en ningún momento intentó hacer contacto visual con su hijo, cuyo llanto se enfatizó al escucharla hablar. En su descargo, la madre de Máximo sólo habló de los medios de comunicación y de lo que su familia sufrió. Jamás hizo alusión al asesinato de Fernando, ni se refirió a la crianza de su hijo. "Los medios comenzaron a atacarnos a todos y a mí me obligaron a renunciar. Me quedé sin obra social en plena pandemia y me diagnosticaron al muy poco tiempo un cáncer que, si no me operaban, me moría. Los hospitales públicos en esa época no atendían", disparó con hielo en sus sangre, aunque sólo obtuvo la empatía del "sector rugbier".

Los jueces miraban atónitos la bizarra secuencia. Burlando y Fabián Améndola cruzaban sus miradas como nunca hasta ahora en el juicio. Los amigos de Fernando ya no podían contener su indignación. Thomsen estallaba en llanto, al punto que Emilia Pertossi se levantó y le acercó unas carilinas. Mientras tanto, Tomei dirigía desde el ala oeste de la sala la orquesta a la perfección. El juicio, tan quirúrgicamente cuidado hasta ese entonces por la presidenta del tribunal, se había desmadrado. No había cuarto intermedio que pudiera aplacar las aguas. Y fue en ese preciso instante, en el que la madre de Máximo dio la instrucción final al sentenciar: "No puedo más. Esto es una pesadilla".

Fueron ocho minutos de tensión, bronca y desorientación. "¡Voy a hablar!", se escuchó decir a Thomsen. Era la primera vez que los presentes en el juicio escuchaban la voz del principal acusado por el homicidio de Fernando. "Voy a hablar, pero sólo voy a hablar de mí; no voy a hablar de nadie más", le anticipó al Tribunal con la misma altanería que la semana pasada Luciano Pertossi pidió la palabra. Lo hizo durante 22 minutos y respondió de forma parcial a las preguntas de la fiscalía. Aceptó ver los videos del ataque y cumplió con su promesa: no comprometió a ninguno de sus amigos.

El pico máximo de tensión se vivió cuando Burlando comenzó a hacerle la primera pregunta. Sin siquiera mirarlo, Thomsen lo pisó y no lo dejó terminar: "No me siento cómodo respondiéndole preguntas a una persona que me insultó mucho durante todo mi tiempo detenido y que dijo muchas barbaridades sobre mi persona". Atento a la estrategia, el abogado ofreció que fuera Améndola quien lo hiciera; pero el rugbier insistió con su negativa. "No quiero, no quiero responderles a ustedes", repetía cual nene caprichoso.

"Tiene derecho a no responder, pero le tienen que preguntar", le aclaró la jueza del tribunal, habilitando así otra bizarra secuencia en la que lo único que se escuchaba era a los abogados de la familia de Fernando haciéndole preguntas y a Máximo esquivando cada de las consultas, sin siquiera escucharlos: "No voy a responder, no voy a responder, no voy a responder".

Acorralada por la orquesta de Tomei, la jueza tiró la toalla: "No tiene sentido que sigamos así, si ya dijo que no va a responder". Mientras la querella y la fiscalía interpelaban con dureza a Castro, advirtiéndole que incluso las preguntas formuladas sin respuesta podían ser utilizadas por las partes en los alegatos, el director le daba la instrucción final a su defendido: "Ya está". Había pasado una hora exacta desde el momento en el que, quebrado en llanto, anunció que rompería el pacto de silencio (para leer su declaración completa, hacé click acá).

Mientras los ocho imputados se ponían sus barbijos y aguardaban a ser esposados por el personal policial que los custodia (y que los consoló durante la audiencia), Tomei y Burlando protagonizaban otro cruce. ¿El motivo? El pedido a último momento del abogado de los acusados de que su perito psicológico de parte (los rugbiers se negaron a someterse a las pericias psicológicas judiciales correspondientes) declarara vía zoom, porque tenía "un problema familiar" y se encontraba "a más de 400 kilómetros".

"Yo tengo a mi hija recién nacida y estoy acá, Tomei", le espetó ya sin ánimos de guardar las formas un indignado Burlando. Améndola intevino, concilió y le exigió que, al menos, lo hiciera en una dependencia oficial: "Para asegurarnos de que está declarando sin ningún tipo de presión o asesoramiento. Ya ha ocurrido en otros juicios". La definición quedó pendiente, pero poco importaba ya. Lo que había sucedido dentro de la sala superaba cualquier tipo de discusión técnica. Tomei, sin batuta, dirigió todo con la mirada y, claro, una reunión clave el domingo de tres horas junto a Thomsen en el penal de Dolores.

Conformes con su actuación, los rugbiers comenzaron a abandonar la sala en fila. Esposados y con barbijos, ya no lo hicieron con la mirada perdida, ni cabizbajos. Envalentonados y ya sin ninguna lágrima en sus ojos, se animaron incluso a sostener desafiantes miradas hacia el sector en el que se encontraban los pocos medios acreditados y los familiares de la víctima. Comelli -que hasta minutos atrás se mostraba conmovido y envuelto en lágrimas- lo hizo, por caso, con quien escribe esta nota durante cincuenta segundos.

La situación se tensó aún más cuando se cruzaron con los amigos de Fernando cerca de la puerta de la sala. Los mismos que presenciaron todas las audiencias y que fueron testigos directos (e incluso víctimas) del asesinato de su amigo. "¡Sos un caradura!", le espetó uno de los jóvenes. Thomsen ni siquiera se inmutó: mantuvo la mirada al frente, levantó su mentón y prosiguió su marcha. El primer movimiento de la sinfonía ya se había ejecutado. Ahora faltan cuatro más.