El motivo del crimen fue mixto: usar la sangre de la víctima en un rito umbanda y, de paso, quedarse con su moto japonesa de alta cilindrada. Los ejecutores del homicidio ritual fueron Hugo Odilón Ledesma, un pai seguidor de cultos africanos; sus “hijos espirituales” el policía Gustavo Giersztunowicz y el comerciante César Klein. Los tres habían sido condenados por haber matado el 17 de junio de 2004, a Miguel Almirón, en un barrio situado en las afueras de Posadas, la capital de Misiones.
El trío de asesinos deberá cumplir la pena de prisión perpetua que le impuso el Tribunal Oral en lo Penal N°1 de Posadas, ratificada por el Superior Tribunal de la provincia de Misiones, luego de que la Corte Suprema de Justicia confirmara hoy el fallo con las firmas de Ricardo Lorenzetti, Elena Highton de Nolasco y Juan Carlos Maqueda.
Ledesma había pertenecido a la policía misionera.
?Según se probó en el juicio oral,Giersztunowicz fue el “entregador”, quien llevó engañado a Almirón hasta el templo que Ledesma regenteaba en el barrio Las Flores. Ahí entre el pai y Klein, mataron al hombre con golpes de maza en la cabeza. Después usaron una daga para obtener la sangre de la víctima, que luego fue usada para realizar diversos ritos.
El crimen tuvo una doble finalidad porque los condenados se quedaron además con una moto Suzuki de 800 centímetros de cilindrada, que pertenecía al infausto Almirón. Por eso los jueces los condenaron por homicidio “criminis causa”, es decir, que el homicidio fue ejecutado para ocultar el robo del vehículo. También se consideró un agravante que el crimen fue premeditado, por eso se conOsideró que se ejecutó con alevosía.
El templo del pai en las afueras de Posadas.
Ledesma había pertenecido a la policía misionera, de donde lo expulsaron por la sospechas que lo cercaban como partícipe de diversos delitos, incluso algunos homicidios que nunca se llegaron a aclarar ocurridos durante los años 80.
El pai se convirtió en un referente del mundo del hampa en esa región del norte del país, donde el tráfico de drogas y de armas son delitos habituales. Ladrones y sicarios visitaban su templo, para pedir su “bendición” antes de dar un golpe o ejecutar un contrato. El pai “protegía” las armas de los delincuentes para que no fallaran si tenían que enfrentarse con la policía.
La policía misionera tenía en la mira al ex colega y aunque sospechaba que habría asesinado a varias personas nunca había encontrado las pruebas para procesarlo o condenarlo. Pero todos, alguna vez, se equivocan, los homicidas sepultaron el cuerpo de Almirón en un pozo que habían cavado en el patio de tierra del templo. Allí fueron encontrados los restos, dos meses después del homicidio.
Cuando los policías lo fueron a buscar, el pai les dijo desafiante: “Me río de la justicia, yo estoy cubierto, tengo una coraza contra la justicia, pero yo voy a recuperar la libertad, ustedes son mis enemigos número uno”. No pudo cumplir su temible promesa.