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De Montañita al triple crimen de Mendoza: los femicidios que marcaron el 2016

Hasta octubre, último mes con cifras oficiales, eran 226 las mujeres asesinadas. El doloroso índice ascendió a casi un asesinato cada 32 horas.

por Manuela Fernandez Mendy

25 Diciembre de 2016 09:13
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Drogas, violación y muerte: el crimen de Lucía Pérez en Mar del Plata

Lucía Pérez no lo sabía, pero el jueves siete de octubre conoció a su asesino. La joven marplatense de 16 años le había pedido a una compañera de colegio que la ayudara a conseguir marihuana. Esa misma tarde, a la salida de la escuela, le presentaron a Matías Gabriel Farías, uno de los tres detenidos por su brutal homicidio.

Lucía tenía 16 años. Cursaba quinto año. 

Según el relato de sus otros compañeros de la Escuela Media N°3, Farías, de 23 años, le regaló un cigarrillo de marihuana. Lucía se había acercado junto a dos amigas hasta la camioneta Fiat Strada Adventure de Juan Offidani (41), amigo de Matías y el otro imputado por el crimen. Fueron justamente las compañeras quienes permitieron la rápida identificación de los asesinos.

Offidani y Farías, ambos detenidos e imputados por el crimen de Lucía.

Al día siguiente, Lucía dejó su casa temprano por la mañana. Eran las diez y media. No les dijo a sus padres a dónde iba. En la esquina la esperaba el chico que había conocido hacía sólo un día y con el que se había mandado decenas de mensajes de WhatsApp desde entonces.

La casa en la que la joven fue vejada y torturada.

“Fue a la casa voluntariamente y una vez allí ya fue presa de la voluntad de los autores del hecho”, precisó la fiscal de la causa, María Isabel Sánchez, quien sumó: “Había una tracción, podemos decir de amor, entre Lucía y Farías. Por eso quedaron en reencontrarse”.

El hermano y los padres de Lucía reclaman justicia.

La casa de la víctima, ubicada sobre la calle Nápoles al 2900, se encuentra a más de cuarenta cuadras de la de Farías, en la que sólo cinco horas después moriría producto de los vejámenes a los que fue sometida. “No sabemos cómo se trasladó hasta allí”, reconoció la fiscal. Pero llegó.

Alejandro Maciel fue detenido en Santa Clara del Mar el 16 de octubre. Fuente. La Capital.

Acompañada por su asesino, la joven de 16 años ingresó a la casa en construcción a la que Farías se había mudado hacía sólo un mes, luego de separarse de su mujer y dejar con ella a su único hijo. La humilde vivienda se convertiría en la infernal escena del crimen en cuestión de pocos minutos.

 

 

Lo que sucedió dentro de esas cuatro paredes fue, para la fiscal, “aberrante”. “Es terrible, yo hace cuatro días que pasó el hecho, no duermo normalmente, soy mamá, soy mujer. He visto mil cosas durante mi carrera, pero nada como esto”, reconoció Sánchez, luego de recibir los resultados de la autopsia.

Matías Pérez, con mucho dolor, pide apoyo para que su hermana "descanse en paz".

"Le introdujeron un objeto romo por vía anal que derivó en un reflejo vagal y en un paro cardiorrespiratorio. Fue una agresión sexual inhumana", detalló la fiscal. "Mi hija no murió por sobredosis, la mataron con las lesiones que le provocaron", sumó Marta, mamá de la víctima.

María Isabel Sánchez, la fiscal de la causa, calificó el crimen como "aberrante".

Mientras la violaban, Lucía fue obligada a consumir droga en grandes cantidades. En el allanamiento posterior al crimen, las autoridades encontraron con preservativos usados en cantidad (de ahí la sospecha de la fiscal de que habrían participado más personas), municiones, drogas de distintos tipos, heroína, botellas de alcohol y blisters de Rivotril y Clonasepan.

"Ella no se drogaba, la autopsia dejó en claro que fue forzada a consumir", sumó la madre. "No les importó matar a una chica, a una nena. Lo hicieron de la peor manera, fue brutal", sumó Guillermo, el papá de Lucía.

Los últimos momentos con vida

El cuerpo de la Lucía dijo basta. Un acto reflejo del nervio vago, ubicado en la garganta, alteró su frecuencia cardíaca y le produjo un paro cardíaco. Mientras la violaban, sus captores pensaban que se trataba sólo de un desmayo por la sobredosis de drogas.

La joven era amante de los animales.

Pero el tiempo pasó y entraron en pánico. Fue allí que llamaron a un amigo, hoy imputado por encubrimiento, Alejandro Maciel (61), para que los ayudara. "Le dije a Farías que le mojara la cabeza para ver si reaccionaba, los dos estaban vestidos cuando llegué", declaró Offidani, quien siempre dijo haber llegado al lugar luego de la muerte de la joven.

Farías tiene un tatuaje en la espalda del Gauchito Gil.

Después de lavarla y cambiarle la ropa, los asesinos decidieron llevarla a la salita médica de Playa Serena. "Cuando llegan a la sala, simularon que era adicta, que había consumido, inhalado y que se descompensó por eso. Farías decía que era el novio", denunció su madre. Intentaron reanimarla, pero Lucía había llegado ya sin vida.

Offidani y Farías fueron acusados de "homicidio criminis causa y abuso sexual seguido de muerte". Maciel, por su parte, está imputado por "encubrimiento agravado". Los tres esperan el juicio tras las rejas.

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Doble crimen en Montañita: el brutal asesinato de Marina y Majo

Marina Menegazzo y María José Coni recibieron el 2016 junto a sus familias en Mendoza. Quince días más tarde, armaron sus mochilas y partieron junto a otras dos amigas al viaje por el que habían ahorrado todo el año anterior: visitarían Chile, Perú y culminarían la odisea en Ecuador. Nunca regresaron.

Marina y María José fueron asesinadas en febrero durante su estadía en Montañita.

La suerte de las jóvenes cambió el 14 de febrero, cuando sus compañeras de viaje, Sofía Sarmiento y Agostina Cano volvieron a la Argentina para rendir materias en la facultad. Ellas, en cambio, habían logrado "meter todos los finales" en diciembre y decidieron prolongar su estadía en el país.

 

Asi nos despedimos Buen retorno amiguitas!!! Nos vemos a la vuelta para comer todo lo que nos falto y planear el proximo destino. Las quieroooo ?

Una foto publicada por Maria Jose Coni (@mariajose.coni) el 9 de Feb de 2016 a la(s) 4:10 PST

El último destino que compartieron las cuatro fue la ciudad de Cuenca. Luego, el grupo partió a Guayaquil, desde donde sus amigas emprendieron el regreso a Mendoza. Marina y Majo, por su parte, se tomaron un micro de corta distancia y regresaron al paraíso surfero de Montañita, un pueblo costero que habían visitado hacía sólo dos semanas con sus amigas.

Estuvieron sólo 13 días y se hospedaron en el hostel JN, por el que pagaban diez dólares diarios. Solventaban sus gastos con la venta ambulante de ensalada de frutas y hamburguesas, actividad que les consumía toda la mañana. Por la tarde, disfrutaban de la playa e hicieron nuevos amigos.

María José, Marina, Antonio y sus amigos el domingo 21 en el bar Caña Grill de Montañita.

"Nos llevábamos súper bien, salíamos todas las noches juntos. Nosotros no nos quedábamos en Montañita, estábamos en una playa cerca que se llama Punta Carnero (a sólo 66 kilómetros). Así que las veíamos de noche, pero nos contaban que durante el día estaban en la playa”, confió a BigBang Antonio, uno de los jóvenes chilenos que compartió los últimos días de las chicas con vida.

El último día con vida y el encuentro con sus asesinos

"Ma, vamos a viajar a Guayaquil. No te preocupes si no te podés comunicar, voy a tener mala señal. Ni bien llego te escribo". Ese fue el último mensaje que Majo (Jose, como le dice su familia) le envió a su mamá, Gladys Steffani. Fue el lunes 22 de febrero.

Las chicas abandonaron pasadas las dos de la tarde la habitación del hostel en el que se hospedaban y se dirigieron, según el relato de los testigos, a la puerta del bar Sin Frontera, ubicado a pocos metros de la salida a la Ruta Spondylus, que conecta todas las ciudades costeras del país.

Los cuerpos de las chicas regresaron el 30 de marzo al país.

Ese fue el último dato certero que tuvieron los familiares hasta que las autoridades encontraron el 25 de febrero el cuerpo de María José, en un matorral cercano a la costa. Tardaron dos días en encontrar el de Marina, que se encontraba a sólo 30 metros. Pero, según se confirmó después, la rubia seguía viva al momento de la muerte de su amiga y fue asesinada el mismo día en el que fue hallado su cuerpo.

La contradictoria declaración de la dueña del bar y el encuentro con sus asesinos

María, la dueña del bar, aseguró que las chicas hicieron dedo desde las tres y media de la tarde hasta pasadas las ocho. “Le hacían dedo a cada auto que pasaba. Me comentaron que les habían robado en el hostel y que no tenían dinero. Por eso les regalé dos botellitas de agua y cinco dólares”, señaló en su declaración judicial.

La casa de Mina Ponce, ubicada a 2.5 kilómetros de Montañita, fue la escena del crimen.

El testimonio de la mujer, a quien en el pueblo la llaman la "abogadita" por su vínculo con la Policía local, siempre fue puesto en duda por los familiares de las chicas y la fiscal de la causa, María Dolores Coloma Pazmiño.

"Es imposible que le hayan robado a mi hija. Ella siempre me contaba todo. De hecho, habían sufrido un robo días antes en el hostel y me lo contó. Tampoco hicieron movimientos con las tarjetas de débito, es imposible", analizó Steffani.

Las chicas en la puerta de la habitación del hostel JN en el que se hospedaban.

Según María, fue en la puerta de su bar que Marina y María José conocieron a sus asesinos, condenados a cadena perpetua el 17 de agosto por el doble femicidio de las argentinas. Alberto Segundo Mina Ponce, vigilador comunal, y Aurelio "Rojo" Rodríguez, empleado de un hostel.

Según las declaraciones de los asesinos (para leerlas, hacé click acá), las chicas les dijeron que les habían robado. Fue en ese momento en el que "Rojo" dijo que le pidió a su amigo, Mina Ponce, que las dejara pasar la noche en su casa, ubicada en las afueras del pueblo costero.

Pagaban diez dólares por día para compartir la habitación de la planta baja.

La versión del asesino que la fiscal no creyó

Dijo que conoció a las chicas la tarde del 22 de febrero, el mismo día en el que desaparecieron, y que les dio asilo en su casa, ubicada a 2.5 kilómetros de la ciudad balnearia, en la puerta del bar “Sin Fronteras”.

Fue el “Rojo” quien los presentó cerca de las 19.30, luego de cruzarse de casualidad con las chicas antes de ingresar al bar. Tras ofrecerles hospedaje, le dio las llaves de su casa a su amigo y los despidió en un taxi porque tenía que volver a trabajar.

"Rojo" durante la reconstrucción del crimen.

Una hora más tarde, Mina Ponce aseguró que regresó a su casa y estaba vacía. Al rato, “Rojo” y las chicas regresaron de un kiosco (ubicada a pocos pasos de su casa) y él volvió al centro de Montañita para trabajar.

El vigilador regresó a las 3.30 de la madrugada a su casa. Sostiene que encontró a cinco hombres que lo amenazaron con un arma y los cuerpos de María José y Marina “tirados boca abajo en el piso”.

Señaló que el “líder de la banda”  el “Chamo”, un venezolano que vivía en Montañita al momento del crimen (tiempo después la Justicia ecuatoriana lo identificó como José Miguel Ovispo Contreras). Estaba, además, acompañado por dos individuos a los que mencionó como “Mauro” y “Escorpión” y aseguró haberlos detenido en 2015 por tenencia de drogas.

María, la dueña del bar, fue la última que vio a las chicas con vida.

Mina Ponce dijo que el “Chamo” empezó a limpiar la escena del crimen con agua, mientras que sus compañeros se disponían a embolsar los cuerpos de las jóvenes. Dijo que ninguno de los elementos de “embalaje” le pertenecían: “Los trajeron ellos”.

Según su relato, le pidió a un vecino un “triciclo” para trasladar los cuerpos y el primer cuerpo (de María José) fue “bajado por el monte” cerca de las tres de la tarde. No precisó cómo trasladaron el de Marina que, tras conocerse los resultados de la autopsia, se confirmó que todavía estaba con vida y no muerta, como él sostiene.

Luego de esconder los cuerpos y antes de abandonar el lugar, una camioneta modelo Chevrolet Aveo sin patente se llevó a tres de los integrantes. Él regresó a su casa con el “Chamo” y aseguró que volvió a ser amenazado. “Tenemos que culparte a ti y a tu compañero (Rojo) porque una sola persona no pudo haber hecho todo esto, te vamos a estar vigilando”.

La hermana y la mamá de María José durante el entierro. (Los Andes).

Tras la intimidación, Mina Ponce dijo que lo llevaron a una lavandería (identificada luego como “Juanita”)  para que lavara las sábanas ensangrentadas. “Si llega a pasar algo, échate la culpa o matamos a toda tu familia”, fue la frase con la que se despidieron.

El vigilador comunal aseguró que recibió intimidaciones durante los dos días que los cuerpos permanecieron desaparecidos. “Cuando salía de trabajar me acercaban un teléfono y me decían: 'Mal parido, estamos cerca de tu familia. Tienes que estar tranquilo y sereno, porque donde tu hables algo ya sabes que se muere tu mamá y tu familia'”.

Después de descubrir el segundo cuerpo, la Policía lo fue a buscar a su casa. “Me llevaron a la Comuna y los agentes (policiales) me metieron presión. Me llevaron a la fiscalía y me dijeron que tenían pruebas en mi contra”.

Las contradicciones que lo complicaron

Mina Ponce dijo que las chicas habían comprado una Coca-Cola en el kiosco la tarde del 22 de febrero, pero la dueña del mismo aseguró que María José sólo había comprado un jugo de naranja.

La mayor de las turistas pagó con diez dólares, por lo que también se derrumba la teoría de que estaban sin dinero por un robo: el viaje en micro a Guayaquil cuesta sólo seis (el directo y más costoso) y la noche en el hostel JN en el que se hospedaban, diez dólares.

El “Chamo”, al momento del crimen, se encontraba preso en Santa Elena porque lo habían encontrado un mes atrás con posesión de cocaína. La Justicia lo citó a declarar, pero lo descartó como sospechoso: su coartada era inobjetable.

Según su relato, la última vez que vio a las chicas con vida fue cerca de las nueve de la noche del 22 en su casa mientras él lavaba los platos antes de regresar. Describió el ambiente como tranquilo. Sin embargo, un amigo suyo declaró ante la fiscal que cerca de las diez pasó por la puerta y, aunque no entró, le llamó la atención no sólo que estuviera ahí, sino el nivel de ruido que provenía de su casa.

La fiscal de la causa no se jubiló para seguir con la segunda investigación.

Dijo que las cintas con los que embalaron los cuerpos no eran suyas, aunque reconoció que las bolsas sí lo eran. “Había un paquete sellado, las tenía adentro de la cómoda porque las utilizo para guardar la basura”. Sin embargo, una trabajadora de la municipalidad declaró que Mina Ponce llegó el 23 al mediodía solo y tranquilo, y que solicitó bolsas para “limpiar la playa”.

En su relato, el vigilador comunal asegura que estaba trabajando al momento del homicidio y que el último contacto que mantuvo con las chicas fue cordial. Sin embargo, el peritaje médico que le realizaron cuando lo detuvieron advirtió que tenía dos lastimaduras.

Aunque dijo que llegó a la lavandería acompañado por los secuaces del “Chamo”, el testimonio de una vecina del lugar lo contradice. “Se bajó de una moto y vino a saludarme porque siempre charlamos y ahí me empezó a decir que estaba enojado porque un amigo que trabaja en el Hotel Montañita ("Rojo") había hospedado en su casa a dos chicas argentinas, que le habían robado una botella de ron o de vodka”, recordó la mujer.

Omitió declarar que aquel jueves 25 de febrero en el que un bañista (que luego resultaría amigo suyo, para leer su declaración hacé click acá) encontró el cuerpo de María José se acercó al lugar y le preguntó a la Policía qué habían encontrado.

Tampoco reconoció que al día siguiente se acercó de nuevo a los efectivos que resguardaban la zona y les advirtió que la tarde del 23 de febrero había visto una sospechosa camioneta Chevrolet Aveo bordó abandonando la zona en la que encontraron el cuerpo.

La sentencia del primer juicio y los alegatos

El alegato de la tercera fiscal de la causa fue contundente y tuvo como principal objetivo a Mina Ponce, a quien señaló en primer lugar como el autor del crimen. “Se ha demostrado la materialidad y responsabilidad de los hechos”, precisó según consignó desde el lugar el periodista argentino Sebastián Salas.

El primer juicio tuvo lugar luego de 90 días de investigación.

Luego de recapitular las horas posteriores al hallazgo de los cuerpos y las pruebas incriminatorias en contra del vigilador comunal, la fiscal recordó en la audiencia final la primera declaración del “Negro”, en la que asumió el homicidio de Coni, luego de que la mayor de las mochileras se negara a mantener relaciones sexuales.

Aunque el ahora condenado luego se desdijo y reconoció sólo haber ayudado a esconder los cuerpos, Coloma Pazmiño desestimó el cambio de versión. ¿El motivo? Mina Ponce señaló a un venezolano identificado como “el Chamo” como el autor, aunque la Justicia luego pudo comprobar que se encontraba detenido al momento del crimen.

Majo y su mamá, Gladys, quien sigue de cerca la segunda investigación.

“No hay verificación de las personas que él luego señala como autores”, sostuvo, y sumó: “Las verificaciones de ADN y la Policía no ubican al Chamo en la escena del crimen".

Desestimada así su defensa, la fiscal también apeló a los resultados toxicológicos de los cuerpos que confirmaron que Marina y María José fueron drogadas antes del asesinato, agravante que incrementó su pena: “Fueron drogadas con benzodiazepina, que les hizo perder su voluntad”.

#MajoYMarinaElJuicio: Así llegaron Ponce Mina y el Rojo Rodríguez pic.twitter.com/i4f8Cbw1G8

- Sebastián Salas (@sebasalas_) 16 de agosto de 2016

Según la línea de investigación de la fiscal, existió un “concurso ideal de hechos: a las chicas las secuestran, las violan, las drogan y las matan”. La participación de “Rojo” fue la de haberlas “secuestrado, encerrado y maniatado”, lo que lo convierte, para Coloma Pazmiño, en un cómplice y también coautor.

La fiscalía basó su acusación en la falsa coartada que dio Rodríguez, quien aseguró que había llevado a las chicas en taxi a la casa de Mina Ponce, pero luego regresado al bar “Sin Fronteras” de la ciudad. “Nunca regresó al bar, nunca salió de la casa”, sumó. Minutos después, el abogado del acusado daría la nota al gritar en medio de la sala y señalando al “Negro”: “Acá está el asesino confeso de dos mujeres indefensas”.

La investigación que sigue: Marina seguía viva cuando matarona a María José

“Este no es el final. Todavía hay muchas incógnitas que responder, nadie explicó por qué las mataron días distintos”, adviertió Gladys Steffani, la madre de la mayor de las mendocinas.

El "Negro" y el "Rojo", ambos condenados a 40 años por el doble homicidio.

Las sospechas de Steffani, quien viajó al país vecino sólo horas después de que las autoridades reportaran el domingo 28 el hallazgo de ambos cuerpos, comenzaron desde el momento en el que pisó suelo ecuatoriano. “Nadie me podía precisar ni siquiera la distancia en la que habían encontrado los cuerpos, mucho menos por qué habían tardado dos días en encontrar el de Marina, que estaba a sólo 40 metros del de mi hija”, recuerda.

Aunque las autoridades locales reportaron recién el domingo el hallazgo de los cuerpos en un matorral ubicado a 2.5 kilómetros del centro de la ciudad y próximo a la costa, lo cierto es que para ese entonces el de María José ya había sido divisado el jueves por un turista que se había acercado a la zona para “hacer sus necesidades”. Pero la familia no lo sabía y todavía la buscaba con vida, cuando en Guayaquil ya le practicaban la primera autopsia.

El momento en el que los condenados abandonaron el tribunal.

“Al cuerpo de mi hija lo encuentran el jueves (25) y nadie nos dijo nada”, denuncia Gladys, quien por ese entonces aceleraba la búsqueda por redes sociales y dos días más tarde lograría con su insistencia en la Argentina que Interpol elevara el alerta amarilla por la desaparición de las jóvenes. El cuerpo de Marina sería hallado en la noche del sábado, pero el anuncio lo harían recién el domingo por la mañana.

¿Por qué tardaron tanto en encontrar a Marina?, fue una de las primeras preguntas que se hizo no sólo la familia, sino también la tercera y última fiscal de la causa. Aunque las autoridades policiales se excusaron en inclemencias climáticas, la autopsia arrojó otra verdad: María José fue asesinada en la madrugada del 23, mientras su amiga seguía con vida.

Paula, hermana mayor de Marina, en la puerta de la sala velatoria.

“Hay una diferencia de aproximadamente 48 horas entre ambas muertes”, reconoce Gladys, cuya afirmación se sostiene en el expediente y anticipó en exclusiva BigBang. “Eso quiere decir que Marina seguía con vida cuando mataron a mi hija”, refuerza y presenta así una de las principales respuestas que deberá dar la segunda investigación iniciada en julio por las autoridades ecuatorianas, después de que los familiares de las víctimas presentaran una medida cautelar ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos: ¿quién mantuvo cautiva a Marina por dos días? ¿En dónde? ¿Cuántas personas participaron del secuestro?

Aunque figura en el expediente, poco se habló de las fechas de muerte durante el primer juicio. “Quizás lo están dejando para esta investigación, porque de una forma que haya habido un secuestro confirma, de nuevo, que hubo más implicados en el crimen. Por eso la fiscal habló también de 'secuestro' en su alegato”, analizó Steffani, una de las primeras en darse cuenta otro llamativo dato: la ropa con la que Marina fue encontrada no era suya.

Una de las armas homicidas encontradas en el domicilio de Mina Ponce.

“A Marina le pusieron la ropa de Jose (como ella la llama) y nunca se encontró su pasaporte”, sumó Gladys. Y así, una vez más, cientos de interrogantes se abren: ¿por qué cambiarle las prendas de vestir? ¿En dónde quedó la documentación de la estudiante de fonoaudiología? ¿Por qué murió dos días después que su amiga?

La evidencia forense confirma que María José se resistió y que Marina sufrió diversos cortes en su cuello, pero con días de diferencia. Además, los resultados toxicológicos advierten otro dato objetivo: las chicas fueron drogadas con escopolamina, comúnmente conocida como burundanga.

Marina sobrevivió dos días a María José. La mantuvieron secuestrada.

Pero en algún momento de aquella fatídica madrugada las chicas se despertaron y enfrentaron a sus agresores quienes, según el juicio y pese a sus declaraciones, jamás abandonaron la escena del crimen. “Rojo dijo que las dejó a las chicas en la casa del 'Negro' y que se volvió a Montañita. Que fue a tomar una cerveza al bar (Sin Fronteras) de la 'Abogadita'. Pero la mujer lo hundió, porque declaró que nunca volvió”, reconstruye Gladys.

Hubo al menos seis personas más que interactuaron con las chicas ese día o que pasaron por la escena del crimen. Pero, llamativamente, sus domicilios no fueron ni siquiera allanados. Sus declaraciones tampoco se analizaron en profundidad o contrastaron con los hechos, pese a que se investigó por completo a José Miguel “El Chamo”, un joven venezolano que había llegado hacía un año al “paraíso surfero” (para conocer su declaración, hacé click acá).

La segunda investigación sigue en pie. Los familiares aguardan la llegada del segundo juicio.

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El triple crimen de Mendoza, en manos del "karateca" femicida

"Abu, llamá a cinco ambulancias. Daniel mató a todos, estoy escondido en el baúl”. Esas fueron las palabras con las que Bautista, de ocho años, alertó a su abuela paterna, Mirta, sobre el brutal baño de sangre que había tenido lugar en su casa del barrio Trapiche de Godoy Cruz, Mendoza. Llevaba cinco horas escondido en el baúl de su tía asesinada junto a su perrito, “Coco”, a quien pudo rescatar mientras escapaba de las garras del padre de su hermana menor.

Lucas, su hermana mayor, Claudia, la beba de diez meses y Bautista en la playa.

Nadie escuchó nada. No había puertas forzadas. De hecho, todos dormían cuando en la madrugada del domingo, Daniel Gonzalo Zalazar (30) tocó el timbre de la casa en la que vivía su “pareja informal”, Claudia, y la hija de ambos, Mía (10 meses), a quien nunca quiso reconocer ante la Justicia. "No era habitual, no tenían contacto. Se mandaban mensajes nada más, pero él le había dicho que le iba a llevar leche para la beba. No entiendo cómo mi hermana no se dio cuenta de que algo raro había, pero en ese momento, ¿qué vas a pensar?", analizó Paula, hermana de Claudia.

Claudia le abrió la puerta. Por más que el médico oriundo de Río Gallegos (para conocer el perfil del karateca femicida, hacé click acá) se había negado a darle su apellido a la beba, la relación entre ambos prosiguió.“No era formal. Él era de mantener relaciones relajadas, pero nos había hablado de ella”, confiaron a BigBang desde el entorno de Zalazar, todavía sorprendido por el crimen.

Daniel Zalazar, el kareteca permanece detenido en Mendoza a la espera del juicio.

Sólo ella y su asesino saben lo que sucedió en el comedor de la modesta casa y qué fue lo que desencadenó la brutal masacre en la que también perderían la vida la tía de ClaudiaMarta Susana Ortiz (45) y su abuela, Silda Vicenta Díaz (90). Sin embargo, la fiscalía sostiene que la negativa de Zalazar a reconocer a su hija y los correspondientes reclamos de la mujer en materia de cuota alimentaria podrían haber sido el móvil que explique el triple femicidio.

Silda Vicenta Díaz, la abuela de Claudia: tenía 90 años y estaba postrada en su cama por un problema de cadera.

En los últimos días, el médico sureño le habría pedido a Claudia un examen de ADN para confirmar su paternidad. Creía, según trascendió, que la mujer le podría haber sido infiel y ya era la última carta que le quedaba para seguir esquivando los pedidos que comenzaron ni bien la joven se enteró de que estaba embarazada.

Claudia junto a sus cuatro hijos. Dos se salvaron del ataque y estuvieron en grave estado.

Pero Paula desestimó esta teoría. "Él no quería saber nada con la criatura, no la quería a la beba. No la quería ni siquiera ver. Pero mi hermana nunca le pidió nada. Él le pasaba un poco de plata por mes y nada más. 'Tuve a tres hijos y pude sola, es una más', me dijo mi hermana cuando quedó embarazada. No entiendo por qué hizo lo que hizo, si nadie le estaba pidiendo nada".

El homicida había publicado una foto con los hijos de Claudia hace un año y medio: "Con los peques".

"Estábamos hablando todos re bien y de golpe se volvió loco y empezó a matar a todos", fueron las pocas palabras de Bauti sobre la fatídica noche. "Me escapé al patio y salió a buscarme con una linterna", sumó el pequeño, que permaneció más de cinco horas encerrado en el baúl. "Cuando este hombre volvió a entrar a la casa, mi sobrino corrió y se escondió en el auto. Los asesinatos fueron a las tres de la mañana", sumó su tía, Paula.

Tiene 30 años y era profesor de taewkondista. 

Los gritos despertaron a Marta Susana, a quien los niños de la casa llamaban cariñosamente “Tuti”. Ella les pidió que se quedaran en el cuarto y fue de inmediato al comedor a rescatar a su sobrina. Pero era tarde: Claudia se estaba desangrando en el piso del pasillo que comunicaba la cocina con los dormitorios, Zalazar la había apuñalado en el cuello con un cuchillo y un cuello de botella.

Claudia y su tía trabajaban en la empresa Aguas Mendocinas (AYSAM).

El dramático cuadro dejó helada a Susana quien, según las primeras pesquisas, habría recibido un fuerte golpe en el rostro que la dejó inconsciente. Zalazar, experto en artes marciales, hizo uso de su entrenamiento para reducir a las víctimas quienes, pese a la poca resistencia que pudieron oponer, lograron lastimarle uno de los tendones de sus manos. Sería esa herida la que, cinco horas después, lo haría caer.

Tras el brutal ataque a la mujer de 45 años, el karateca siguió con su maquiavélico plan. Su objetivo era eliminar uno por uno a todos los testigos del crimen. Su siguiente víctima fue la mujer de 90 años, quien se encontraba postrada en la cama del dormitorio que compartía con su hija, debido a que la habían operado hacía pocas semanas de la cadera. No se podía mover, pero Zalazar no tuvo clemencia: también la apuñaló.

Marta Susana, la tía de Claudia, la segunda víctima del "karateca".

Bauti” ya había logrado escapar, pero todavía en la vivienda se encontraban su bisabuela, su hermanita y su hermano, Lucas (11). Su hermana mayor, de 13 años, no había dormido esa noche en su casa. Los investigadores todavía no tienen claro en qué momento el karateca agredió a Mía y a Lucas, quienes permanecieron internados por varios días. A la beba la hirió en el cuello y al pequeño lo apuñaló en el torax y en el abdomen.

Había conocido a Claudia haciendo deporte.

Los rastros de sangre que dejó en las paredes de la casa advierten que Zalazar buscó de modo desesperado a Bautista. Sabía que se encontraba en la casa, pero, al no poder encontrarlo, encendió una hornalla y dejó una vela prendida. Eso serviría para eliminar cualquier rastro que pudieraincriminarlo y para rematar al último de los testigos.

Todavía en el baúl, el nene de ocho años logró comunicarse con su abuela, quien de inmediato dio aviso a la Policía. El barrio seguíadurmiendo, nadie escuchó nada y todos los vecinos se enteraron de lo que había ocurrido recién cuando salieron a barrer las veredas y vieron los móviles policiales en el lugar.

Zalazar permanece detenido a la espera del juicio por el triple femicidio y las lesiones a los menores.

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Micaela

Micaela Ortega se fue de su casa el 23 de abril de su casa. Su asesino, Jonathan Luna, la pasó a buscar y le dijo que era un amigo de la nena con la que chateaba desde hacía algunas semanas. Le prometió que la llevaría junto a ella, sin revelarle que enrealidad, había estado hablando con él todo el tiempo.

Micaela tenía sólo doce años. Se resistió a un intento de violación y murió estrangulada.

Las cámaras de seguridad de Bahía Blanca registraron la caminata que la joven de doce años realizó junto a su captor. No sospechaba nada. Sólo quería conocer a su "amiga cibernética", la misma que le había revelado en más de una oportunidad que sufría violencia por parte de su familia. Habían coordinado el encuentro horas antes, a través de Facebook.

Jonathan Luna confesó el homicidio. Dijo, además, en dónde se encontraba el cuerpo.

"Ella creía que Luna era conocido de la joven con la que hablaba. Y luego, en persona, habría intentado tener relaciones y ella se negó. De todas maneras, estamos investigando si no intervinieron otras personas", precisó Rodolfo de Lucía, el fiscal de la causa.

Con el correr de las horas, la madre de "Mika", como le decían, comenzó a sospechar que algo no estaba bien. Mónica Cid, su madre, radicó de inmediato la denuncia por desaparición. Por ese entonces, estaba convencida de que su hija había sido secuestrada.

Mica apareció a sólo treinta cuadras de la comisaría en la que su mamá, Mónica Cid, había radicado la denuncia por desaparición.

Mientras la desesperación se apoderaba del hogar de los Ortega, Micaela seguía caminando junto a su asesino. Pasarían 35 días hasta que Luna, de 26 años, acorralado por la investigación judicial, confesara el homicidio e indicara el lugar en el que se encontraba el cuerpo. "Quise tener relaciones y ella se resistió", fueron las palabras que dijo tras ser detenido.

Los vecinos de Luna prendieron fuego su casa después de que confesó el crimen.

"Dijo que había intentado abusarla, que Mica se resistió y que la mató. No sé qué es lo real, sólo que el cuerpo de mi hija estaba atado de pies y manos y la dopó con algo. Le faltaban las zapatillas, planchita, celular, documento y llaves”, denunció Mónica.

Micaela fue encontrada muerta en un descampado cerca del acceso sur a Bahía Blanca, a sólo tres kilómetros de la comisaría en la que su madre había radicado la denuncia por desaparición. Un mes después de su brutal asesinato.

Los chats con los que Luna engañaba a las jóvenes que seducía primero por Facebook.

La autopsia confirmó que la menor recibió golpes de puño en la cabeza y murió asfixiada por estrangulamiento mecánico con una remera, el mismo día en que desapareció.

La detención de Luna

"Logramos llegar a él a través de los testimonios, principalmente de su pareja, y un informe de una institución vinculada al abuso infantil (CEMEC). Ellos nos mandaron un análisis con los vínculos que manejaba Micaela por las redes sociales", explicó el fiscal.

Indagada por las autoridades, su novia advirtió que Luna había llegado embarrado a su casa el día en el que la menor había sido asesinada. La declaración dio lugar al allanamiento de la vivienda, en la que se encontró el celular de Micaela, su campera y su planchita de pelo. Todos objetos que el asesino intentó vender, sólo horas después del crimen.

Mónica se encadenó al Congreso para reclamar campañas preventivas sobre el acoso por redes sociales.

Luna permanece detenido en la Unidad Penal 19 de la localidad de Saavedra, a 120 kilómetros de Bahía Blanca. Fue imputado por el delito de "homicidio criminis causa, con alevosía y femicidio".

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