11 Marzo de 2024 18:19
La ciudad de Rosario se tiñó de sangre, miedo, bronca, angustia, dolor y sobre todo terror. Ya no se recuerda por la canción de Fito Páez, ni por su belleza. Tampoco por el clásico de fútbol que marca tendencia en el deporte desde su existencia. Ahora, es foco de atención porque el riesgo de vida es total, las amenazas de muerte son contundentes y la ciudad está tan vacía que parece desolada en cualquier momento del día.
El sábado, el homicidio de Bruno Bussanich, con sello sicario dio vuelta la ciudad de par en par. La víctima se encontraba realizando su labor en una estación de servicio como cada día de su vida cuando una persona con buzo azul y negro lo tomó por sorpresa y lo mató de tres balazos por "venganza". ¿Venganza de qué? De las nuevas normativas que tomó el gobernador de Santa Fe dentro de las cárceles por los problemas de narcotráfico.
Luego del asesinato, las autoridades hallaron una amenaza para el gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, y el ministro de Seguridad local, Pablo Cococcioni. "Vamos a matar más inocentes. Esta guerra no es por el territorio, es contra Pullaro y Cococcioni. Así como nosotros llegamos a 300 muertos, estando unidos vamos a matar a más inocentes por año. Nosotros no queremos celulares, queremos nuestros derechos ver a nuestros hijos y familia y se respeten", rezaba el escrito.
El domingo el día comenzó distinto. Al homicidio de Bruno, también se le sumaron los asesinatos de dos taxistas, que fueron cometidos con menos de 24 horas de diferencia y de la misma manera con un disparo en la cabeza, y el ataque a un colectivero: todos crímenes y atentados vinculados al narcotráfico.
La Justicia que investiga todos los casos ocurridos, contempla la teoría de que los crímenes no tienen a las víctimas como personas vinculadas al asesinato organizado, sino que fueron asesinadas en forma casual con el fin de dar un mensaje mafioso al gobierno santafesino de Pullaro.
Lo cierto es que hasta el momento, Rosario se convirtió en una ciudad desolada. Las calles están vacías, las escuelas no tienen estudiantes, las oficinas no contemplan con la presencia de los trabajadores y todo lo que se realiza, se hace con sumo cuidado, rápido y disimulado posible por miedo de perder la vida.
De hecho, se había convocado a una marcha en repudio a la avanzada narco para la tarde del domingo, pero fueron muy pocos los que se animaron a concurrir. En cambio, la mayoría de los rosarinos participó de un cacerolazo, resguardados desde sus casas de las balas narco que parecen llover en la ciudad.
A esta altura, vivir en la ciudad que queda a 300 kilómetros de Buenos Aires es todo un desafío y así lo entienden los ciudadanos con sumo dolor. En diálogo con Demasiada Información, Verónica Ramírez, residente y testigo de todo lo que está sucediendo en Rosario, explicó cómo son los días y el peligro que corren cada vez que necesitan transitar por las calles.
"El día a día, en el común de la gente, tenemos miedo y una impotencia enorme", comenzó diciendo. La responsabilidad sobre los problemas de narcotráfico en la ciudad se los ligó principalmente a la gestión de Omar Perotti, a quien culpabilizó de hacer negocios con ellos para financiar las obras públicas.
"La gestión anterior dio vía libre al narcotráfico, por una cuestión lógica, se intercambiaban zonas liberadas por plata que se lavaba para la obra pública. Esto avanzó mucho y esto nos está matando de a poquito. Recién vengo de comprar y da terror ver a la Policía en la calle. No hay colegios, transporte, nada", relató.
En cuanto al lugar donde mayor se centra el ingreso de drogas a la ciudad, indicó: "El Río Paraná es donde más entra la droga y donde deben controlar para frenar la inseguridad que hay hoy en día" y agregó: "Hay zonas donde no se puede circular desde hace años. No pueden ingresar ambulancias, ni policías porque están librados a la suerte. Acá, donde hay playa y donde no hay, hay narcos".
Las calles vacías tienen una justa razón y es el miedo, del cual Ramírez hizo hincapié. "Con la cantidad de amenazas recibidas, los padres decidieron no mandar a sus hijos a la escuela y, en caso de salir a la calle, hacerlo lo justo y necesario. Ahora, tenemos miedo que nos den un tiro. Esto es caminar y pensar cuándo me toca. Si ven colas en los bancos ya dijeron que van a tirar".
Por último, comentó sobre la situación que tiene ante sus ojos, de ver cómo por problemas de consumo, se arruinan incluso las infancias. "Yo trabajo en lugares de consumo problemático. Hay niños con consumo problemático desde los cinco años. Hay mínimo tres generaciones que viven en el consumo y encima no llega el dinero para alimentos en los comedores".