Paloma Gallardo (16) y Josué Salvatierra (14) compartían un amor adolescente, de esos que nacen en las aulas y se fortalecen en cada encuentro a escondidas. Eran vecinos, compañeros de escuela y confidentes. Sus tardes juntos transcurrían en un descampado cercano a sus casas, un rincón que creían solo suyo, donde se prometían sueños y compartían risas. Pero aquel refugio de amor se convirtió en su triste final.
El 30 de enero, como tantas veces, les dijeron a sus padres que irían al gimnasio. Nunca regresaron. Horas después, la desesperación comenzó a apoderarse de sus familias, que recorrieron cada rincón buscándolos, llamando sus nombres en la oscuridad de la noche. Pero el silencio fue la única respuesta. Los cuerpos de Paloma y Josué fueron hallados uno al lado del otro, como si la muerte no hubiese podido separarlos. La brutalidad de sus asesinatos quedó plasmada en cada golpe que recibieron.
Según la autopsia preliminar, los atacaron con un objeto contundente, probablemente una piedra hallada en el lugar, hasta destrozarles el cráneo. Según el informe forense, Paloma murió a causa de una "lesión cerebral", con "fractura de cráneo" y "traumatismo encefalocraneal grave". Por su parte en el caso de Josué, el documento señala como causa de la muerte "Hemorragia cerebral", con "fractura de Cráneo" y "traumatismo encefalocraneal grave.
No hubo señales de que los hubieran atado ni de que Paloma haya sido víctima de un ataque sexual. Los mataron para robarles lo poco que llevaban: una mochila, celulares, algo de dinero. Una vida arrebatada por migajas. La hipótesis de los investigadores es tan cruel como sencilla: estaban allí, compartiendo su tiempo juntos, cuando la tragedia los encontró.
El descampado donde se reunían es un terreno descuidado, sin vigilancia, hogar de personas en situación de calle y refugio de delincuentes. Para ellos, Paloma y Josué fueron presas fáciles. Las cámaras de seguridad registraron su ingreso al lugar cerca de las 18 de aquel martes fatídico. Nadie los forzó a entrar. Creían que sería una tarde más, una oportunidad más de estar juntos, sin saber que no habría otra.
El domingo, aún en shock, los padres de Paloma tomaron sus micrófonos y condujeron su programa de radio, un ciclo religioso que emiten por streaming. Alicia Pita, su madre, con la voz quebrada y el alma rota, expresó el dolor imposible de una madre que pierde a su hija en un acto de violencia sin sentido: "Estamos atravesando el valle de sombra y de muerte. En 48 horas nos cambiaron la vida. Nuestra princesa amada, nuestra bella Paloma, nos la arrebataron".
Si bien sostuvo que "el consuelo es que está en las manos de nuestra Madre celestial", remarcó: "No abandonaron a su familia como muchos quieren hacer creer. Ellos fueron víctimas de la delincuencia inmunda. Paloma salió para encontrarse con su amigo". Omar Gallardo, el padre de la adolescente, arremetió contra los medios, a los que acusó de difundir versiones falsas, y le pidió protección a la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, ante posibles represalias en su contra.
Alicia, entre lágrimas, reconstruyó los últimos momentos de su hija: "Se quedaron en la plaza como cualquier parejita de adolescentes. Estaban contentos, no había ninguna pelea. Ellos se querían mucho, primero fueron amigos y hace dos meses empezaron a noviar." El dolor se vuelve insoportable al pensar en la cama vacía, en los sueños truncos, en el amor joven convertido en tragedia. El caso está en manos del fiscal Hernán Bustos Rivas, titular de la UFI N°5 de Florencio Varela.
Los investigadores saben que encontrar a los asesinos no será fácil. El descampado es un territorio sin ley, con habitantes nómades que entran y salen sin dejar rastro. Pero las cámaras de seguridad pueden ser la clave. Por ahora, la carátula de la causa es "homicidio criminis causa", lo que significa que los mataron para ocultar otro delito: el robo. Un crimen atroz que deja a una comunidad sumida en el miedo y la indignación. En Florencio Varela, el aire pesa, el dolor es un murmullo constante y la injusticia una herida abierta. Paloma y Josué soñaban con un futuro juntos, pero el destino -o, mejor dicho, la maldita inseguridad- les arrebató hasta el presente.