Acorralado y nervioso. Marcelo Galarza prestó declaración el jueves pasado en el marco de una de las últimas audiencias del juicio que tiene a su hija, Nahir, como imputada por el homicidio doblemente agravado por el homicidio de Fernando Pastorizzo. Se mostró cómodo durante el interrogatorio que realizaron los abogados de su hija, pero todo cambió cuando quedó en manos de los fiscales y las querellas. Las contradicciones y qué es lo que no pudo explicar.
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El primer tramo de su declaración tuvo como protagonistas a Jose Ostolaza y Horacio Dargains, abogados de la confesa asesina. Durante todo el interrogatorio, que duró 57 minutos, Galarza padre hizo hincapié en cómo utiliza su arma -lo hace con bala en recámara y sin seguro-. El detalle no es menor: fue esa Robinson 9 mm del que salieron los dos balazos que asesinaron a Fernando.
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Pregunta a pregunta, el oficial policial se mostraba predispuesto a responder con lujo de detalles todo lo que la defensa requería. “No sé si ya le contesté todo o si quiere que siga”, indagaba de modo constante Galarza, en un interrogatorio que ostentó un llamativo halo coreográfico, casi como si el oficial supiera de ante mano cuál sería la próxima pregunta de los abogados. “Cuando conocí a Nahir me cambió la vida. Dejé de ser yo, me compró”, dijo y cerró así el primer tramo del interrogatorio.
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Pero la buena predisposición cambió cuando el oficial quedó en manos del “otro bando”. A pocos metros se encontraban los fiscales Lisandro Beherán y Sergio Rondoni Caffa; y los representantes de las dos querellas que responden a los padres de Fernando: Rubén Virué y Juan Peragallo (por parte de Gustavo Pastorizzo) y Rubén Virué (por parte de Silvia Mantegazza). Y allí pasó del "No sé si ya le contesté todo" al "no entiendo hacia dónde va con esta pregunta".
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El misterio de la “bala perdida”
“Cuando relató la secuencia del secuestro del arma (por parte de la Policía, tras la confesión de Nahir), usted dijo que buscó el arma en su dormitorio y que, antes de entregarla, sacó la bala de recámara y, ¿qué más hizo?”, indagó Virué. Galarza explicó que lo que primero se hace para descargarla es retirar el cargador y la bala que queda en la recámara.
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“¿Cómo sigue el procedimiento? ¿Qué hizo con la bala de recámara concretamente”, insistió el abogado querellante. “La dejé en el bolsillo de mi pantalón”, respondió ya con un timbre de voz más serio Galarza. “¿La sacó en presencia de los funcionarios policiales?”, resistió el abogado. “No, no. La saqué adentro de la habitación, mientras los oficiales estaban en la cocina”, respondió el padre de Nahir.
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El detalle no es menor si se tiene en cuenta que esa bala nunca fue peritada. El procedimiento de extracción de las balas del cargador, en tanto, se realizó en la cocina con los policías presentes. “Usted declaró que había nueve balas”, le recordó Virué, al tiempo que indagó: “Cuando verificó al extraer las balas del cargador que habían menos balas de las que habitualmente usted introduce en esa carga, ¿qué pensó?”.
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Fue la primera vez que el padre de Nahir se tomó unos segundos para responder. “A ver, lo que buscaban era el arma. Cuando te dicen: 'Tenemos dudas con el arma', quieren el arma. Si me dice no coincide, el arma no era; no existen elementos para decir. No sé qué es lo que me quiere decir con esto, pero en definitiva le voy a contestar: si buscaban esa arma, la encontraron; ahí la tenían. No sé lo importante de si tiene nueve o diez proyectiles”, esquivó.
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Virué lo escuchó atento. “Lo que digo es que faltaban balas en ese momento porque no son las que habitualmente usted carga”. “Le expliqué que durante la mañana me levanto y cambio el cargador”. “Entonces, no notó ninguna anomalía cuando vio nueve balas, ¿no le llamó la atención?”.
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En ese momento, Ostolaza intervino en el diálogo y alegó que Galarza ya había contestado la pregunta. Pero el juez no estuvo de acuerdo y le volvió a dar la palabra a Virué. “¿No le llamó la atención que haya menos balas?”, volvió a insistir el querellante. “Pero, ¿por qué me va a llamar la atención? No me llama la atención porque ellos vinieron por el arma. Si ellos tenían una duda con respecto al arma, esa era el arma, acá está, no tengo nada que ocultar”, resistió Galarza.
Nahir escuchó atenta la declaración de su papá.
Frente al interrogatorio, el padre de Nahir sumó: “Si usted me dice que yo cambié algo, estaríamos ante un hecho distinto. Pero no. La entregué con nueve balas”. “Está claro que lo razonable era también entregar la bala que estaba en recámara, pero se la guardó en el bolsillo”, le espetó Virué.
La llamada a Nahir en la madrugada del crimen que intentó ocultar
Según Galarza, se fue a dormir “cerca de las dos de la mañana” aquella madrugada en la que Nahir asesinó a Fernando. “¿Se produjo algún intento de comunicación con Nahir aquella noche?”, le preguntó Virué. “¿Si yo hablé con ella? No lo hice, por ahí la madre es la que la llama y la que más mira ese tipo de cosas”, respondió Galarza.
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En efecto, la madre de Nahir, Yamina, había mantenido en la madrugada del crimen un intenso caudal de llamados y mensajes con su hija. Tal como consta en la causa, desde las 00.19 hasta la 01.32, la mamá de Nahir le envió 24 mensajes de texto e intentó llamarla en 26 oportunidades. “Estaba preocupada por ella”, se excusó en su declaración.
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Cuando le volvieron a preguntar si había llamado a su hija durante la noche del crimen, Galarza volvió a ser contundente: “No, no. No estoy controlando si llama”. “Usted dice que esa noche no la llamó”, indagó el abogado. “No, que yo me acuerde no”, esquivó. “Le explico porque a las 12.34 hay una llamada desde su celular a Nahir”, le endilgó.
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“Ah, pero usted me preguntó si era cerca de las dos de la mañana”, se defendió de inmediato el padre de la imputada. “No, yo le pregunté si la había llamado esa noche”, resistió el abogado. “Si usted me pregunta si es más temprano puede ser, pero no cercano a (silencio), cercano a la madrugada”, prosiguió el policía, al tiempo que terminó por reconocer: “Y, puede ser que haya sido”.
La llegada tarde que no pudo justificar
El viernes 29 de diciembre, el padre de Nahir declaró que se despertó y que, como todos los días que tiene que presentarse a trabajar -lo hace uno de cada tres-, se dirigió a la cocina y se preparó el desayuno. “Siempre dejo todo la noche anterior preparado ahí, porque me despierto temprano y no quiero molestar a mi mujer. Dejo mi uniforme y el arma”, precisó.
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A pocos metros dormía su hija, quien había regresado pasadas las cinco y media de la mañana. Puso, según su testimonio, el arma reglamentaria de su padre -la misma con la que le disparó a Fernando- sobre la heladera y se dirigió a su dormitorio. Galarza padre, por su parte, indicó que se preparó el desayuno como cualquier día normal y que partió a su trabajo en Gualeguay, ciudad ubicada a 82 kilómetros de distancia. El viaje en auto, durante un día normal, dura una hora y cinco minutos.
Marcelo Galarza trabaja a 82 kilómetros, en Gualeguay.
“¿A qué hora llegó a su trabajo?”, indagaron desde la otra querella. “Y, debe haber sido a las ocho y treinta”, respondió. “¿Cuál es su hora normal de ingreso?”, insistió el abogado. Galarza se puso a la defensiva: “¿A qué viene esto?”. El juez Mauricio Derudi intervino de inmediato: “Usted responda lo que se le pregunta”.
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Incómodo y visiblemente ofuscado, Galarza respondió: “Mi horario normal es a las ocho de la mañana. Llegué ocho treinta, porque todo el mundo sabe que pueden haber cortes inesperados en la ruta. Hay días que hay cortes y hay que aguantarse cinco minutos en uno, diez en otro”.
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La pregunto no era inocente. No es habitual que el policía llegue tarde y lo hizo en la mañana posterior al crimen de Fernando. “¿Por qué motivo usted llegó tarde ese día?”, reforzó el abogado. “Creo que lo contesté, ¿no lo contesté?”, le preguntó al juez. “No, usted respondió en términos generales que suele haber cortes”, le explicó Derudi.
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“Si no me equivoco, había reparaciones en la ruta”, insistió Galarza. “¿Este es el motivo que lo demoró media hora?”, recargó una de las querellas. “Sí, sí, sí. Media hora o quizás veinte minutos. No sé. Capaz que cargué combustible. No sé por qué me lo pregunta. ¿Para que me sancionen?”, atacó el padre de la imputada. “El doctor acá está cumpliendo su trabajo”, intervino el juez.
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Se trataba de la tercera vez que, acorralado por las preguntas precisas de las dos querellas, Galarza perdía las riendas de la situación. Después de pedir las disculpas correspondientes, el policía abandonó la sala. Había acordado con los jueces poder ver a su hija en una sala anexa, dentro de los Tribunales. El encuentro duró diez minutos. Luego, Galarza y su mujer abandonaron el edificio y regresaron a su casa.