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Las dos inéditas confesiones macabras del femicida Barreda

Hace 24 años mató a su esposa, su suegra y sus dos hijas. Hoy logró la libertad definitiva. En esta nota, el episodio violento que vivió en la cárcel.

por Rodolfo Palacios

20 Mayo de 2016 13:43
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A los 80 años, Ricardo Barreda no guarda muchos secretos. El odontólogo que el 15 de noviembre de 1992 mató a su esposa, su suegra y sus dos hijas, que hoy quedó en libertad y sin deudas con la Justicia, vivió un episodio violento cuando estuvo detenido en la cárcel de La Plata. Más allá de que la leyenda popular refiere que en prisión fue idolatrado por los otros presos, la verdad es que muchos de ellos lo maltrataban o lo cargaban. 

En la actualidad, Barreda vive con un amigo en Tigre. El juez de Ejecución Penal de La Plata, Raúl Dalto, consideró que su pena está cumplida.

Cuando vivía en Belgrano, en 2012, Barreda tenía dos cotorras. Foto: Yamila Murán Leivas. 

Los secretos del femicida

Abril de 2012. Belgrano, casa de Barreda, que cena con su novia Berta André y un amigo. Después de la cena, saca un champán de la heladera, lo abre y sirve en las copas.

-Esto es finoli finoli -dice.

-Brindemos por la amistad -propone Berta.

-¿Cuántos años llevan juntos? -preguntó su amigo.

-Estamos desde fines de 1992 -cuenta Berta.

-Esta torta zafa. El flan que hizo el otro día era lamentable. No tenía gusto a nada -sentencia Barreda.

-Estas tortas están buenas -comenta Berta.

-Están potables -insiste él.

-¿Alguna vez la pasó muy mal en la cárcel? -lo interroga su amigo.

Barreda no responde. Mastica con lentitud un bocado de torta.

Berta toma un sorbo de champán y su cara lo dice todo. Está por confesar algo. Lo dice sin anestesia:

-El primer día se lo quisieron fifar. Pero Ricardo no se dejó fifar. 

Barreda y su ex novia Berta, que murió el año pasado.

Su amigo escucha esa frase y se queda helado. Siente que hasta las cotorras hacen silencio. Barreda tampoco dice nada.

-Un tipo lo quiso violar. Entonces Ricardo agarró una bombilla y se la clavó acá -cuenta Berta y se señala el cuello. Lo dice con orgullo. Su novio, esa noche, pudo haber sido un lavatuper más. Un conchita del capo del pabellón, una mucamita con estudios universitarios. Pero no, el viejo se defendió como un samurai y fue un héroe. Quién iba a pensarlo.

-Se defendió como un hombre -dice Berta.

"A Ricardo un tipo lo quiso violar

-Y si no -acota Barreda con la mirada al piso-, me iba a romper el o....

-Era un negro grandote. El degenerado lo había invitado a tomar mate a su celda. Ricardo pensó: “Acá soy boleta”.

-El asunto es que el tipo fue a sanidad con la bombilla clavada en el cogote. Le salía un chorro de sangre. A mí me llevaron al fondo.

-¿Qué es el fondo?

-Los buzones de castigo. A la noche me fueron a buscar. Uy dije, cagué. Pensé que el tipo había muerto. Qué mala suerte. Mi primer día en cana con este despelote. Este murió con la bombilla puesta y ahora me vienen a buscar, pensé. Pero no, había zafado. Nos cambiaron de pabellón. No volvimos a cruzarnos, aunque a veces lo veía de lejos.

-Un día, en una visita, Ricardo me lo marcó de lejos. Era un pedazo de tipo. Daba miedo.

Barreda, palangana en mano, en la actualidad. Foto: Diario Perfil.

-¿Cómo fue? ¿El tipo se le tiró encima y se defendió?

-Se me abalanzó con la bombilla en la mano. Se la saqué y lo ataqué. Por unos días no dormí. Estaba parado. Estuve poco en los buzones, que después pasaron a llamarse celdas de aislamiento y de castigo. Cuando aparecieron los de Derechos Humanos eligieron un nombre que era el rey de los eufemismos: pabellón de separación del área de convivencia. Da risa.

-Le hice así, al negro -dice Barreda mientras levanta con la mano derecha un palito de sushi y hace el movimiento con el que le clavó la bombilla al violador.

-Conmigo nunca se pasaron con nada. Se portaron bien. No todo lo que pasa en las cárceles es malo -opina Berta. 

 

Esa es la confesión que nunca había hecho en estos 24 años. Dos revelaciones: que quisieron violarlo y que estuvo a punto de matar a otra persona.

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