14 Diciembre de 2022 12:40
Temido por todos. Por los de adentro, por los de afuera. Por sus pares, y por sus víctimas. Roberto Carmona es considerado uno de los asesinos más peligrosos de la historia argentina, no sólo por los crímenes que ha cometido, sino por su comportamiento estando preso.
Tiene tres condenas perpetuas y una violencia que no cesa. Ayer por la tarde, tras el triunfo, el hombre de 60 años tenía previsto un traslado desde Chaco, con el fin de ver a su esposa; pero nada salió como la Policía esperaba.
El primer error de esta situación, tiene que ver con con el Servicio Penitenciario, que no notificó a sus pares locales de lo que iba a suceder. El cordobés visitó un domicilio en el barrio Las Violetas. De allí salió, tomó un taxi y al subirse ocasionó un accidente y mató a un conductor.
Luego de eso, se bajó y le robó el auto a una mujer, con el cual volvió a chocar. Poco después, fue encontrado por la Policía en una esquina de esa misma zona luego de un largo operativo que realizaron por tierra y por aire, a cargo del fiscal Horacio Vásquez quien lleva a cabo la investigación.
Carmona delinquió por primera vez a los diez años, cuando abrió el auto de un policía y le robó una pistola calibre 45 pero su nombre trascendió y se conoció a sus 24 años, en febrero de 1986, un mes después de cometer uno de sus peores crímenes.
El 15 de enero de ese año, la "Hiena" Humana estaba transitando por la calle cuando se encontró con un Fiat 600 que había pinchado un neumático en el camino de Villa Carlos Paz a Córdoba. Estacionó su auto a unos 30 metros y se acercó caminando. En el lugar se encontraban tres jóvenes que acababan de salir de bailar: Guillermo Elena, Alejandro del Campillo y Gabriela Ceppi.
Al principio, Roberto se ofreció a ayudarlos, e incluso le prestó su campera a la joven de 16 años para que no pasara frío. Pero lo que parecía ser un acto generoso, se convirtió en uno terroroso. De un momento al otro, el asesino le pregunto a una de las víctimas: "¿Me conoces a mí, vos?"; mientras le mostraba un arma que tenía en la cintura. Rápidamente les robó lo poco que tenían y obligo a Gabriela a que se subiera a su auto.
Miembro cortados y carbonizados: la espeluznante autopsia a los cuerpos que aparecieron calcinados
"Quedate tranquilo que yo no soy ningún violador”, comenzó diciéndole cuando arrancaba el vehículo. Unos kilómetros más adelante la violó en el auto. Minutos después, la hizo cruzar un alambrado, arrodillarse y le disparó a un metro de distancia. Dejó el cuerpo ahí y se dio a la fuga. Tras asesinar a Gabriela, levantó -en distintos puntos de la ruta- a dos muchachos a los que le dijo que era cabo del Ejército y los obligó a robar con él.Luego de eso, frenó a dos hombres en la ruta y les dijo que era cabo del Ejercito y los obligó a robar con el. Días más tarde, tras la búsqueda del cuerpo de la joven y la detención de un hombre que por ese entonces tenía secuestrado a una familia, la Policía comenzó a hilar la situación. Se trataba del mismo asesino y lo pudieron identificar gracias a su tatuaje de "Rocky".
En ese momento, los efectivos policiales que estuvieron a cargo de su detención, confirmaron que en el traslado, el acusado confesó todo lo que había cometido. Pero una vez que inició el juicio, dijo que lo habían "ablandado a golpes". En agosto de 1988 la Cámara 5ª del Crimen de Córdoba lo declaró culpable de robo calificado, privación ilegítima de la libertad calificada, homicidio calificado y robo calificado reiterado. Le dictó reclusión perpetua con el agregado de reclusión por tiempo indeterminado y la declaración de reincidencia.
En 1998 Robertol, en la cárcel de San Martín, le dio un “puntazo” a su par, Martín Castro y si bien la herida no fue grave, esa misma noche le tiró aceite hirviendo en la cara y lo desfiguró. En 1994 mató a Héctor Bolea, quien era el preso "lider" del lugar. Después de eso, sus compañeros quisieron lincharlo, motivo por el cual fue trasladado a Chaco luego de condenarlo a 16 años de prisión, más la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado y declaración de cuarta reincidencia.