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Paternidad oculta y pedido de ADN: el móvil detrás del femicidio de Mendoza

Daniel Zalazar decía que no tenía hijos, pero en realidad es el padre de Mía, la beba de diez meses a la que también hirió durante el ataque. Peleas, discusiones y un letal pedido de análisis genético.

24 Octubre de 2016 04:44
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Las puñaladas, la sangre, y el dolor serían el desenlace de una trama oculta, incluso para el entorno más íntimo de Daniel Zalazar, el "karateca" de 30 años imputado por el triple femicidio de Mendoza. Lo acusan de haber apuñalado hasta la muerte a su ex pareja, Claudia Arias y las otras dos mujeres que vivían en la casa de la primera víctima: su tía, Marta Ortíz, y su abuela, Silda Díaz.

Los vecinos no escucharon nada y no era habitual ver a Zalazar en la zona. Pero el brutal homicidio le dio luz a una verdad que pocos conocían: el experto en artes marciales era el padre de Mía, la beba de diez meses a la que Claudia había inscripto como propia, luego de que el padre se negara a reconocerla. Pedidos de ADN, reclamos de cuota alimentaria y el móvil que le dio lugar a lo que los investigadores describieron como el "baño de sangre" de Godoy Cruz.

La beba era hija no reconocida de Zalazar.

El acusado llegó a la casa de Arias, ubicada en el barrio de Trapiche, temprano, a la mañana para arreglar ciertos asuntos con ella. Ya no estaban juntos como pareja, pero un vínculo los uniría hasta siempre, o por lo menos, hasta la muerte.

Arias tenia otros tres hijos de otro pareja.

Según detallaron los medios locales, Zalazar es el padre de la beba que hoy permanece internada en el hospital Notti, víctimas de la violencia del taekwondista.  Pero Zalazar lo ocultó, alejó esa historia de su entorno, y no sumó su apellido a la identidad de la niña, que lleva el de su madre.

Su bajo perfil, su imagen de médico recibido, su vida sana y conectada al deporte, su amor por sus alumnos y su buena relación con su familia y amigos hace más impensada su reacción asesina y con el agravante de ser su propia sangre.

BigBang ayer dialogó con distintos amigos del hombre de 30 años, y todos coincidieron que no tenía hijos y que los niños eran sólo de Arias. Este podría ser la clave de los múltiples conflictos que mantendrían Arias y Zalazar. Los reproches, el despecho, y los reclamos.

Zalazar se mostraba en las redes con sus alumnos.

Nada lo detuvo. Ni sus modales, ni su formación, ni nada. Su violencia de género fue desplegada al máximo nivel, y hasta intentó incendiar la casa para eliminar las evidencias de su ataque. Para eso dejó el gas abierto y una vela encendida.

Tras una charla breve, el asesino comenzó con su ataque con un arma blanca. Uno de los chicos se escondió en el baúl de un auto y llevó su celular. Allí llamó a su abuela materna y le avisó que "estaban todos muertos". Fue esa mujer la que alertó al 911 y los móviles llegaron de inmediato. 

Una de las últimas postales de Lorena Arias y sus hijos.

Como parte del ocultamiento de lo que lo unía con Arias, Zalazar evitaba ir al barrio Trapiche. Ningún vecino lo conocía, ni lo había visto antes, pese a que la familia víctima de las puñaladas era muy querida y conocida en la zona.

Con la mamá asesinada y su padre detenido, la beba se recupera en un entorno lleno de oscuridad y dolor.