Córdoba está conmocionada. El juicio por el asesinato de Catalina Gutiérrez reveló una verdad aterradora, narrada con frialdad por el propio acusado, Néstor Aguilar Soto. En una declaración cargada de detalles macabros, el joven de 22 años confesó el crimen, aunque intentó desligarse de la figura del femicidio. "Soy un homicida, pero quiero defenderme y no soy un femicida", aseguró en su testimonio ante el jurado popular.
El 17 de julio de 2024, Néstor y Catalina, junto a otros amigos, planearon una salida al bowling. Horas antes del encuentro, una discusión en su departamento terminó en tragedia. Catalina, estudiante de Arquitectura de la Universidad Nacional de Córdoba, llegó a la casa de Soto y, según el relato del asesino, le reprochó que no la hubiera invitado. "Estaba tensa y fría. Le dije que me iba a cambiar la ropa y me dijo: 'Dale, culiado, encima de que no me invitás tengo que esperar'", recordó el acusado.
Soto admitió que el intercambio de palabras escaló en violencia. "Le dije que se vaya. Ahí ella se enojó y me dijo: 'Nesti, no podés ser tan pelotudo' y me pegó una cachetada". Acto seguido, aseguró que "reaccionó con un golpe" y le pidió perdón. Catalina, según él, le respondió: "Pelotudo, me pegaste re fuerte". La pelea se tornó física y, en un acto brutal, Soto aplicó la maniobra del "mataleón" hasta dejarla inconsciente. "Me apretó la nuez y se me apagó la tele", fue la insólita justificación que dio.
Cuando soltó a Catalina, ya era demasiado tarde. "Lo primero que hice fue escuchar si estaba viva. Y vi que no". En lugar de pedir ayuda, intentó deshacerse del cuerpo y encubrir lo sucedido. Mandó mensajes a amigos, simuló preocupación y hasta le escribió a la propia Catalina. "¿Qué onda, gila?", fue uno de los textos que envió, cuando ella ya estaba muerta a su lado.
Desesperado, ideó una fuga que nunca concretó. "Se me pasó por la cabeza matarme. Agarré alcohol, lo tiré en el piso y también me lo tiré a mí. Prendí un fósforo y se empezó a prender despacito. Ahí es cuando no me dieron los huevos", confesó entre lágrimas. Finalmente, llevó el cuerpo de Catalina a un descampado en el barrio Ampliación Kennedy, donde lo abandonó junto a su vehículo. Pero la verdad era insostenible.
Días después, abrazó a la madre de su víctima en la comisaría, simulando desconocer lo que había pasado. "Se me acercó y me abrazó como consolándome a mí, y a mí me daba asco, si yo lo hice. Me sentía sucio", declaró ante el tribunal. El fiscal Marcelo Sicardi modificó la carátula del caso, eliminando la alevosía, pero agregando la figura de "criminis causa", considerando que Soto mató a Catalina para ocultar los golpes previos.
La querella, representada por el abogado Carlos Hairabedián, busca la pena de prisión perpetua. El juicio continúa este miércoles con la lectura de los alegatos finales. Mientras tanto, la familia de Catalina espera justicia, con el dolor inconmensurable de haber perdido a su hija de la manera más brutal imaginable.