por Alejo Paredes
31 Octubre de 2019 17:30Por el simple hecho de ser periodista y, sobre todo, por trabajar en un portal de noticias como redactor, tuve la oportunidad de escribir sobre distintos aspectos del país, entre los cuales se destaca la inseguridad que día a día atormenta a los vecinos. Sobre todo, aquellos que viven en la inmensidad de la Provincia de Buenos Aires.
Pero entre los distintos casos que pude redactar para este medio, nunca escribí uno tan llamativo como el que le ocurrió semanas atrás a un amigo muy querido que, obviamente ante mi lógica consulta, me permitió contar cómo sucedieron los hechos.
El protagonista de esta historia se llama Gabriel C., es estudiante de profesorado de educación física y está a punto de recibirse. Pero como la gran mayoría en este país, mientras que por la tarde/noche estudiaba, a la mañana salía a conseguir el pan de cada día.
Él trabajaba para una distribuidora de la empresa Paladini y su empleo, básicamente, consistía en vender los productos de la compañía de fiambres y embutidos en los distintos locales de una determinada zona. Precisamente, su cartera de clientes lo llevó a caminar por las calles de San Francisco Solano.
La primera curiosidad de esta historia es que solo tuvo que ir una sola vez (la de esta historia) a trabajar a esta localidad repartida entre los partidos de Quilmes y Almirante Brown. El “Pelado o Conejín” -tal es su apodo en el grupo de amigos- vive en Sarandí, Avellaneda, provincia de Buenos Aires, y se tomó la línea 148 para llegar.
Cerca de las 11 de la mañana, cuando se disponía a ir a un supermercado de los famosos “chinos” para lograr vender algo, observa como un caballo de color blanco y dos personas sobre el mismo pasan por su lado. Y si bien una situación poco común y para nada habitual en muchas de las localidades bonaerenses, apenas le prestó atención.
Sin embargo, acto seguido uno de los jinetes salta del animal, mientras que el otro permaneció vigilando del lado de enfrente, y con arma en mano le pide todo lo que tenía encima. “Había terminado de vender en un negocio ubicado en una esquina y estaba yendo hacía un ´chino´ que estaba en una calle principal”, recordó Gabriel, conversando con BigBang.
Y remarcó: “Yo estaba con una mochila, la carpeta de productos en la mano y un celular muy chiquito. Ahí veo a dos muchachos que estaban en caballo, se bajó uno mientras que el otro se quedó del lado de enfrente. Sacó un revólver medio antiguo, me lo puso en el pecho y me dijo que le diera todo. Se llevó todo, menos las cosas del trabajo”.
Por suerte, los bandidos del “Lejano Oeste” decidieron no atentar contra su vida. Con el celular en su mano y otras pertenencias de Gabriel, el malhechor se subió al caballo y junto a su compañero se fueron galopando a muy baja velocidad. Mientras que atónito con lo que le había ocurrido, Gabriel no sabía si hacer la denuncia, reírse o pedir por ayuda.
Solo esto último ocurrió, pero por la “falta de códigos” de los delincuentes. “No me quisieron dejar la tarjeta SUBE para poder volverme a mi casa. Cuando le pedí, por favor, que me devolviera la SUBE para poder viajar, lo dudó por un segundo y me dijo que no. Ahí se subió al caballo blanco mientras me seguía apuntando y se fueron”, contó.
Luego del robo, Gabriel decidió ingresar al supermercado “chino” con la intención de pedir ayuda a su familia para regresar a su casa. Pero solo recibió malos tratos y poco menos que limosna: “Lo peor fue cuando le pedí al chino que me ayudara y me dejara llamar a mi casa. Ahí me tiró por la cabeza 50 centavos y tuve que esperar solo ahí hasta las dos de la tarde para que alguien me viniera a buscar”.
Mi amigo no hizo la denuncia, porque el sheriff o alguacil no se encontraba en su puesto ese día y esta situación solamente quedó como una anécdota que siempre genera carcajadas a montones y simpáticas burlas en el grupo de amigos gracias a que, por suerte, nadie resultó herido.