Órdenes de captura y alertas rojas de Interpol. Nada de eso logró frenar el accionar de Ibar Pérez Corradi, el prófugo argentino más buscado, en los casi cuatro años que llevaba en Paraguay. Detenido esta mañana en la Triple Frontera con Brasil, el hombre condenado por ser el autor intelectual del triple crimen de la efedrina vivió una vida repleta de lujos.
Una vida con autos de alta gama y residencia en al menos dos selectos barrios privados, uno en Asunción y el otro en Ciudad del Este. Así transcurrían los días junto a su pareja, María Gladys Delgado Brítez y sus hijos, con quienes se paseaba por los shoppings paraguayos.
María Gladys Delgado Brítez, la esposa de Pérez Corradi en Paraguay.
La pista que mencionó Alejandro Sánchez Kalbermatten, el abogado de la familia de Leopoldo Bina, una de las víctimas, comienza a confirmarse. Varios meses atrás, el letrado le había marcado a las autoridades de la gestión anterior del Ministerio de Seguridad cuál era el country en el que vivía y el auto en el que se movía. Sin embargo, dice que no lo oyeron.
En enero, reiteró la información, que, según le dijo a BigBang, obtuvo por fuentes que no puede revelar, aunque serían de los servicios de inteligencia. Fue a mediados de febrero que Kalbermatten reveló que Pérez Corradi estaba en pareja con Delgado Brítez y circulaban en un auto marca Kía, modelo Optimus, con patente CDZ 843.
Mercedes Benz ML 320, uno de los vehículos que habría usado Pérez Corradi en Paraguay.
Desde 2012, Pérez Corradi habría vivido en lugares céntricos de Ciudad del Este y de Asunción. Uno de ellos sería el country Paraná Country Club, según la información aportada por el abogado. Cuando su pareja se trasladaba en el auto Kía, él utilizaba un ostentoso Mercedes Benz ML 320, un vehículo que ya no se fabrica, y que usado, en su modelo 2009, ronda los 700 mil pesos.
Hasta febrero, cuando Kalbermatten publicó tanto en su cuenta de Twitter como en medios de comunicación cuál era el estilo de vida de Pérez Corradi, el condenado vivió una lujosa casa de la calle Ybytyruzú, en Asunción, cerca del Club Internacional de Tenis (CIT). El estilo de vida incluía comidas en excéntricos restaurantes y paseos en shoppings con su nueva familia.
El lujoso y peligroso country donde habría vivido Pérez Corradi en sus días prófugo.
ALIAS, NUEVA IDENTIDAD Y HUELLAS LIMADAS
Para obtener esta “nueva vida” intentando escapar de la Justicia argentina, Pérez Corradi debió modificar algunos aspectos centrales. En primer lugar, su nombre. BigBang supo que tuvo al menos dos identidades en los últimos casi cuatro años. Primero se llamó Walter Miguel Ortega Molinas. Luego, se hizo llamar José Luis Fernández.
Pérez Corradi habría pagado 50 mil dólares para limarse las huellas dactilares.
Otro de los llamativos datos es que Pérez Corradi cerraba el vip de un lujoso boliche en Foz de Iguazú, cerca de donde fue detenido esta mañana. “Todos los datos que aporté sirvieron para dar con él”, aseguró el abogado de la familia Bina. Por eso, ahora le reclamará al Ministerio de Seguridad que le paguen cerca de $2 millones en concepto de recompensa por facilitar la información.
“Los datos para la detención los aporté yo. Vivía en un country y conté cómo era su estilo de vida: que se había juntado con una mujer y que se había limado los dedos”, comentó Sánchez Kalbermatten a este sitio. De todos modos, denunció que no tuvo demasiada suerte y que su testimonio pareció no importar, tanto las autoridades del kirchnerismo como a las del actual gobierno. Sin embargo, la ministra Patricia Bullrich aseguró que se investigaron todas las denuncias que llegaron a su ministerio.
Así llegaba Pérez Corradi al aeropuerto de Asunción esta tarde, tras ser capturado.
Los dedos de Pérez Corradi estaban limados con el objetivo de no ser registrados por el reconocimiento de huellas dactilares.
Huellas digitales borradas. Pérez Corradi habría pagado 50 mil dólares para no tener rastros.
En conferencia de prensa, esta tarde Bullrich apuntó que pagó unos 50 mil dólares en la transformación de su cuerpo y por la cirugía para eliminar sus huellas dactilares. “Pagó 50 mil dólares para rasparse los dedos”, sostuvo la funcionaria.