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A 100 años del inicio de la Semana Trágica, una página negra de la historia argentina

El 7 de enero de 1919 comenzó la serie de episodios de represión estatal a la protesta obrera que dejó centenares de muertos.

06 Enero de 2019 11:48
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Jornada laboral de ocho horas en un ambiente seguro y sueldos justos. Sólo eso pedían los trabajadores que, en 1918, encabezaron una huelga en la fábrica metalúrgica Talleres Vasena y que culminó con una sangrienta matanza orquestada por el gobierno nacional, en aquel entonces a cargo del radical Hipólito Yrigoyen.

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Placa que recuerda los eventos de la Semana Trágica.

Las protestas habían comenzado a principios de diciembre de 1917 en el marco de una industria metalúrgica nacional debilitada por la Primera Guerra Mundial´, que buscaba recortar costos con el bienestar obrero como primera víctima. 

Los trabajadores apostaron a desgastar a la empresa, liderada por Alfredo Vasena, con piquetes que detuvieron el transporte de insumos entre las dos bases principales de la metalúrgica: los depósitos ubicados en Nueva Pompeya y la fábrica de San Cristóbal.

Los directivos de Talleres Vasena, por su parte, recurrieron a los rompehuelgas armados de la Asociación Nacional del Trabajo, un grupo de choque parapolicial creado por el presidente de la Sociedad Rural Argentina, Joaquín de Anchorena, para combatir reclamos obreros con métodos violentos. 

La tensión entre obreros y patrones pasó a abierta violencia, con enfrentamientos armados y varios muertos a lo largo de diciembre y los primeros días de enero de 1918.

Masacre de civiles

Y la escalada estalló en masacre la tarde del 7 de ese mes, cuando rompehuelgas y policías dispararon contra una columna de manifestantes que buscaba impedir la llegada de materiales a la fábrica. 

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Uno de los piquetes obreros.

El saldo de la represión fue de cuatro muertos. Juan Fiorini de 18 años, murió de un balazo en el pecho mientras tomaba mate en su casa; el español de 42 años Toribio Barrios era recolector de basura y fue asesinado a sablazos sobre avenida Alcorta; otro recolector, Santiago Gómez Metrolles, recibió un disparo en la cabeza mientras descansaba en una fonda, mientras que Miguel Britos, jornalero, también falleció de un balazo. 

El parte policial incluso reconocía que ninguno de ellos había agredido a la policía ni participaba de acciones violentas. Sólo tres agentes resultaron con heridas leves.

Y durante el funeral de los fallecidos en la represión del 7 de enero, la violencia estatal volvería a manifestarse. 

Ese día, tanto durante el paso del cortejo por avenida Corrientes como en el cementerio de la Chacarita, la policía atacó a disparos al público sin que mediara ningún tipo de provocación. Los diarios señalaron un saldo de 12 muertos y 200 heridos, pero la prensa obrera aseguró que hubo un centenar de bajas.

Otros gremios decidieron sumarse a las protestas, paralizando virtualmente la ciudad de Buenos Aires y desembocando en su militarización, a cargo del general Luis Dellepiane, que abrió la puerta a más crímenes de lesa humanidad. 

Muerte y xenofobia

La intensificación de la represión en la noche del 10 de enero desembocó en el único pogrom (matanza de judíos) del cual se tenga registro en Sudamérica. 

Con la complicidad de las fuerzas de seguridad, grupos parapoliciales integrados por jóvenes de clase alta -que luego se unificarían bajo el nombre Liga Patriótica- ingresaron a hogares asesinando y agrediendo a sus ocupantes, y violando mujeres y niñas. De acuerdo al rabino Daniel Goldman, ese episodio marcó el nacimiento de la expresión "Yo, argentino", esgrimida por los judíos porteños en un intento de salvarse. 

Los miembros de la Liga Patriótica recorrían las calles acompañados por la policía.

"Un judío fue detenido y luego de los primeros golpes comenzó a brotar un chorro de sangre de su boca. Acto seguido le ordenaron cantar el Himno Nacional y, como no lo sabía porque recién había llegado al país, lo liquidaron en el acto. No seleccionaban: pegaban y mataban a todos los barbudos que parecían judíos y encontraban a mano", supo describir el periodista Pinie Wald.

Punto final

Finalmente, el 11 de enero el gobierno de Yrigoyen firmó un acuerdo con los huelguistas acordando un aumento salarial de entre el 20 y el 40 por ciento y una jornada laboral de nueve horas, y prometiendo liberar a más de 2000 obreros presos.

La semana de fuego y sangre finalizó oficialmente el día 14 con una reunión entre los dirigentes obreros y Dellepiane. Lejos de reconocer excesos, el gobierno se mostró satisfecho con el accionar de las fuerzas de seguridad y el general a cargo de la represión les comunicó a sus subordinados su "palabra más sentida de agradecimiento".

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