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Así vive Lagomarsino hoy: terapia, Crossfit y su hipótesis sobre Nisman

El técnico informático que le llevó el arma al fiscal es señalado como partícipe del supuesto asesinato. Perdió amigos y encontró paz en el deporte. Sus dudas sobre Arroyo Salgado y Sara Garfunkel.

por Bruno Yacono Alarcón

18 Enero de 2017 08:55
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Su última aparición en los medios fue el 20 de mayo de 2016. Hace más de 8 meses que poco se sabe de la vida de Diego Lagomarsino, el técnico informático que le entregó a Alberto Nisman el arma que terminaría con su vida.

Lagomarsino, de técnico informático a entregarle el arma a Nisman.

Se trata del hombre al que la querella apunta, y con insistencia, como uno de los responsables en el supuesto asesinato del fiscal. La persona que la jueza Sandra Arroyo Salgado tiene en la mira desde que el cuerpo del ex titular de la UFI- AMIA fue hallado en el baño de su departamento en las torres Le Parc de Puerto Madero.

Dos años pasaron de la muerte de Nisman y en estos 730 días la vida de Lagomarsino cambió: comenzó terapia, se refugia en el Crossfit y perdió amigos. Sólo un aspecto se sostuvo en el tiempo: aún trabaja como técnico informático.

El técnico informático se refugia en la terapia, la familia y el deporte. 

El primer año de terapia fue difícil. En aquellos meses de 2015 arribó a la conclusión junto a su psicoanalista que tras la muerte de Nisman entró en un profundo shock traumático, al punto que no recuerda cómo estaba vestido el fiscal el sábado 17 de enero cuando le entregó la Bersa calibre 22.

El año pasado encontró algunas respuestas: entendió que había “idealizado” a Nisman y que eso no estaba bien. Le llegó a decir a su analista que se había convertido en un "esclavo del fiscal", para quien trabajaba intensamente día y noche. Fueron esas horas compartidas las que llevaron a ambos a crear un lazo de confianza, que llevarían a Lagomarsino a figurar como co-titular en una cuenta que Nisman tenía en Estados Unidos.

Con el tiempo las sesiones surgieron efecto: hoy no tiene remordimiento, y logró encontrar la paz necesaria para volver a trabajar y concentrarse en sus dos hijos pequeños.

Logró sostener a buena parte de los clientes con los que trabajaba previo a la muerte de Nisman y aún sigue dedicándose a la informática. Pese a esto durante los primeros meses debió usar buena parte de sus ahorros para mantener a su familia. 

La muerte de Nisman cambió la vida de Lagomarsino.

Lagomarsino todavía vive en el departamento de la localidad de Martínez donde guardaba el arma que Nisman le pediría a través de un mensaje de Whatsapp. Es el mismo que fue allanado el 10 de marzo de 2015 tras un pedido de Arroyo Salgado y en donde suele recibir a sus abogados, Gabriel Palmeiro y Martín Casco, con quienes mira el avance del caso que finalmente quedó en manos del juzgado federal de Julián Ercolini y que lo tiene como único imputado.

Lagomarsino pone en duda el rol de Arroyo Salgado y la madre de Nisman.

Lo cierto es que para Lagomarsino, la muerte de Nisman y la posterior investigación del caso están envueltas en un manto de sospechas. Pone en duda el comportamiento de Arroyo Salgado y cree que la ex esposa del fiscal “no busca la verdad”. Sin embargo, pese a la embestida de parte de la querella, asegura entre sus íntimos que la jueza no tiene nada en su contra.

En ese sentido, también se permite dudar del accionar de la madre del fiscal, Sara Garfunkel, quien el día posterior al fallecimiento de Nisman vació la caja de seguridad de su hijo en el Banco Ciudad. Piensa que quien por aquel entonces fuese su jefe le pidió el arma por descarte.

Esta última teoría se sustenta en que para el técnico informático, Nisman también le pidió una pistola al comisario Goguliut, quien se encontraba en Mar del Plata, y a Rubén Benítez, uno de sus custodios. Ante la negativa de estos dos, optó por el.

La Bersa calibre 22 que Lagomarsino le entregó a Nisman.

El deporte, el escape mental

Para hallar cierta paz mental, Lagomarsino se refugia en el Crossfit, actividad a la que concurre al menos dos veces por semana. Sus amigos fueron un sostén crucial, aunque perdió algunos. En especial, al padrino de su hijo, un empleado de la AFIP que tras estallar el caso optó por alejarse. Eso le dolió.

Encontró en el deporte, un aliado para escapar del caso. 

Actualmente, un vehículo de Gendarmería lo sigue día y noche. No le molesta e incluso se siente algo más seguro, pero por momentos tiene la sensación de que perdió toda privacidad.

Es que el anonimato es una condición que no estará presente en su vida por al menos un largo tiempo: su rostro está vinculado a la muerte más resonante de los últimos años. 

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