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Política

El fusilamiento de Severino di Giovanni y la crónica de Roberto Arlt

El asaltante anarquista expropiador amenazó al dictador José Félix Uriburu. Uno de los más grandes escritores argentinos estuvo presente el día en que lo mataron.

01 Febrero de 2018 16:03
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El 1° de febrero de 1.931, hace exactamente 87 años, fue fusilado en la Argentina el legendario militante anarquista expropiador Severino di Giovanni. Cometía asaltos para imprimir libros y periódicos anarquistas y para mantener a familias de presos políticos, hasta que lo atraparon. Había nacido el 17 de marzo de 1.901 en Chieti, Italia. No llegó a cumplir 30 años.

Perseguido por el fascismo italiano, se radicó en la Argentina en 1.922. En 1.925 asistió a una gala en el teatro Colón, a la que asistieron el presidente Marcelo T. de Alvear y el embajador de la Italia fascista. Severino arrojó panfletos y les gritó "asesinos, ladrones" al embajador y su séquito. Terminó preso.

Severino di Giovanni. La imagen más famosa de su rostro, tomada luego del episodio del teatro Colón., 

"No busqué afirmación social, ni una vida acomodada, ni tampoco una vida tranquila. Para mí elegi la lucha. Vivir en monotonía las horas mohosas de lo adocenado, de los resignados, de los acomodados, de las conveniencias, no es vivir , es solamente vegetar y transportar en forma ambulante una masa de carne y de huesos. A la vida es necesario brindarle la elevación exquisita, la rebelión del brazo y de la mente. Enfrenté a la sociedad con sus mismas armas, sin inclinar la cabeza, por eso me consideran, y soy, un hombre peligroso", escribió.

Participó en diferentes atentados: voló la embajada de los Estados Unidos en represalia por los asesinatos de Sacco y Vanzetti, voló una sede del Citibank, voló el consulado italiano en Buenos Aires. En este último atentado murieron siete personas, todos dirigentes de la Italia fascista. Abrió su propia imprenta luego de un robo a un camión de caudales.  Durante una de sus acciones, desfiguró de un tiro la cara de un policía. 

Portada del diario "El orden", que no ahorró crueldad. 

El último panfleto que escribió fue contra el dictador José Félix Uriburu. "Sepan Uriburu y su horda fusiladora que nuestras balas buscarán sus cuerpos. Sepa el comercio, la industria, la banca, los terratenientes y hacendados que sus vidas y posesiones serán quemadas y destruidas", amenazó.  Lo detuvieron al cabo de una rabiosa persecución y lo sentenciaron a muerte en un juicio militar. 

Roberto Arlt escribió una sentida crónica sobre el fusilamiento de Severino. 

Cuatro periodistas presenciaron su ejecución. Uno de ellos era el genial Roberto Arlt, quien escribió la crónica que se puede leer a continuación:

He visto morir

Por Roberto Arlt

Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanosos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.

Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.

La letanía.

Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.

“..de acuerdo a las disposiciones... por violación del bando... ley número...”

El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.

Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.

“..artículo número...ley de estado de sitio... superior tribunal... visto... pásese al superior tribunal... de guerra, tropa y suboficiales...”

Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.

“..estamos probando... apercíbase al teniente... Rizzo Patrón, vocales... tenientes coroneles... bando... dése copia... fija número...”

Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la sentencia.

“..Dése vista al ministro de Guerra... sea fusilado... firmado, secretario...”

Habla el Reo.

-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor...

Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.

El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.

El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate.

Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.

Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:

-Venda no.

Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.

Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.

Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?

-Pelotón, firme. Apunten.

La voz del reo estalla metálica, vibrante:

-¡Viva la anarquía!

-¡Fuego!

Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas.

Fogonazo del tiro de gracia.

Muerto.

Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.

Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique Gonzáles Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:

-Está prohibido reírse.

-Está prohibido concurrir con zapatos de baile.