En el impresionante operativo de seguridad relacionado con la visita del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, hay mucha gente que a nadie le gustaría ver enojada. Agentes fieros, experimentados en guerras, en tareas de contrainteligencia y en misiones que dan escalofríos de sólo imaginarlas. Gente como la que vemos en series de televisión y películas. Amigos de Bruce Willis o de Vin Diesel, pero mucho menos simpáticos que ellos. Gente, por así decirlo, con excelente puntería.
Gente así se distribuyó por toda la ciudad.
Esta madrugada, cuando el Air Force One aterrizó en el aeropuerto de Ezeiza, además del embajador estadounidense Noah Mamet, la canciller Susana Malcorra y la jefa de protocolo de Cancillería, Betina Alejandra Pasquali de Fonseca, había otras personas cuyo nombre desconocemos, y tal vez sea mejor así.
Por delante y por detrás de las limusinas blindadas y de los agentes del servicio secreto estadounidense distribuidos por todo el aeropuerto, o, mejor dicho, por encima de estos, había francotiradores en los techos de las mangas del aeropuerto. Nada fuera de lo común dentro de la seguridad de un presidente de los Estados Unidos, aunque mejor no hacer movimientos sospechosos si uno está en la mira de esos tipos. mejor, digamos, no meterse las manos en los bolsillos. Mejor no sonarse los mocos. Mejor no resbalarse. Se aconseja prudencia en los movimientos. Extrema prudencia. Porque si falla un francotirador, puede acertar el otro. Y los recientes atentados en Bruselas, además, pusieron algo quisquillosos a los agentes del servicio secreto estadounidense.
Mientras la canciller Malcorra saluda a Obama, varios pares de ojos vigilan en la oscuridad.
En los alrededores del palacio Bosch, -sede de la embajada de los Estados Unidos, donde se alojará Obama con su familia- y en cada lugar donde el presidente norteamericano se desplace, habrá francotiradores. La seguridad de un presidente norteamericano, como hemos visto en infinidad de películas, se maneja mediante un sistema de anillos. El primero es el escudo humano que rodea al presidente y está presto a arrojarlo en el auto presidencial si fallan todos los demás. El segundo es el que nos importa en este caso: los agentes encargados del monitoreo visual, intercomunicados con francotiradores. Los habrá en la zona de Plaza de Mayo, los habrá en el acto en el Parque de la Memoria, los habrá donde vaya Obama. Estarán por unos días y se irán, probablemente, tan silenciosamente como llegaron.