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La primera noche de Cristina fuera del poder: el adiós a Olivos, escraches y las 12 horas de Pinedo presidente

La ex presidenta abandonó la residencia de Olivos media hora antes de cumplirse las doce y “convertirse” en Calabaza.

por Manuela Fernandez Mendy

03 Noviembre de 2019 10:48
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La noche del martes 9 de diciembre de 2015, mientras una multitud despedía a Cristina Kirchner con una Plaza de Mayo colmada por cerca de 700 mil personas, Mauricio Macri jugaba al fútbol a pocos metros. La ex presidenta destacaba los tres gobiernos democráticos y consecutivos del kirchnerismo -“algo que ni Yrigoyen, ni Perón pudieron lograr”, se jactó-, mientras Macri se prendió a un partido de fútbol 5 en las instalaciones de La Bombonera. ¿El dato? Jugó con Evo Morales, quien sólo horas antes había participado del último acto oficial de Cristina en el poder: la inauguración del busto de Néstor Kirchner en La Rosada.

Frente a la imposibilidad de negociar un traspaso de mando con Cristina, Macri presentó días antes de su asunción una medida cautelar a la cual dio lugar la jueza Servini de Cubría. En un acto sin precedentes, Federico Pinedo -por entonces presidente provisional del Senado- asumió por doce horas la presidencia, para evitar así el vacío de poder que se generaría pasada la media noche.

“No puedo hablar mucho porque a las doce me convierto en calabaza”, disparó con ironía Cristina desde Plaza de Mayo. El discurso duró casi una hora -cuarenta y dos minutos para ser exactos- y la por entonces presidenta se despidió con una clara advertencia a los 42 millones de argentinos de cara a la “era Macri”: “Cuando cada uno de ustedes, cada uno de esos 42 millones de argentinos sienta que aquellos en los que confió y depositó su voto lo traicionaron, tome su bandera y sepa que él es el dirigente de su destino y el constructor de su vida. Que esto es lo más grande que le he dado al pueblo argentino: el empoderamiento popular. El empoderamiento ciudadano, de las libertades, de los derechos. Gracias por tanta felicidad, gracias por tanta alegría, gracias por tanto amor. Los quiero. Los llevo siempre en el corazón y sepan que siempre voy a estar junto a ustedes. Gracias a todos”.

Que cada uno de esos 42 millones de argentinos sienta que aquellos en los que confió y depositó su voto lo traicionaron, tome su bandera y sepa que él es el dirigente de su destino"

Faltaban pocos minutos para las nueve de la noche. Cristina, con un vestido muy similar al que utilizó en su primera asunción presidencial, alzó sus manos en un claro guiño a la liturgia peronista y recibió el aplauso de la multitud. “Antes de despedirme, a pesar de esos miles de argentinos y argentinas que exigían que me quedara un tiempo más con ellos, pude sentir que nada terminaba y que todo continuaría bajo otras formas”, reflexionó tres años después en su libro Sinceramente.

El tiempo, en efecto, premiaba. Mientras Macri se refugiaba con sus íntimos en su departamento ubicado sobre la Avenida del Libertador, Cristina dejó la casa de gobierno y “voló” rumbo a Olivos junto a Carlos Zannini. “No tuve tiempo de procesar todos los sentimientos intensos que me atravesaron cuando me fui de la Plaza. Eso ocurriría recién con la distancia, como muchas cosas. Tuve que volver a Olivos rápidamente porque debíamos dejar la residencia antes de las cero horas”, recordó.

En efecto, la cautelar era clara: marcadas las doce, quien ostentaba -al menos simbólicamente- el poder era Pinedo. Con Florencia ya en el sur junto a su hija, Helena, Cristina entró por última vez a Olivos. “Antes de rime, saludé a los empleados que esa noche trabajaban. Estábamos todos muy emocionados, me abrazaban y se sacaban fotos conmigo. Eran las 23.30 cuando nos fuimos en auto. En realidad, la Cenicienta no fui yo. Máximo y Wado (De Pedro) fueron los últimos en abandonar el chalet presidencial a las 23.55. ¡Qué país, por favor! ¡Irse del gobierno a los tiros o con los jueces!”.

Una vez que se cerró el portón, la idea de Cristina era pasar la noche en su departamento del barrio de Recoleta, ubicado en las calles Uruguay y Juncal. “Volvía al mismo lugar del que salimos con Néstor para ir a vivir a Olivos, pero con una terrible diferencia: volvía sola y me acompañaban mis secretarios, Mariano y Diego”. Pero hubo un drástico cambio de último momento. “El suboficial de la Policía Federal Julio Picón, que todavía integra mi custodia y en ese momento conducía el auto que nos trasladaba, nos dice: 'Hay gente en Juncal'”.

En ese momento pensé que a ninguno de nuestros militantes se le ocurrió ir a la casa de Mauricio Macri a insultarlo"

“¿Qué gente?”, preguntó Cristina. “En lacónico lenguaje policial respondió: 'Hostiles'. No sabía si ponerme a reír o llorar. Tampoco me hice mucho problema, sólo cambiamos el rumbo del auto y me fui a dormir al barrio de Monserrat, a lo de Florencia. Me había quedado con las llaves de su casa”. Mientras la ex presidenta esquivaba el escrache, decenas de personas se congregaban sobre la avenida del Libertador para saludar a Mauricio Macri.

A las doce en punto, Macri y Juliana Awada salieron al balcón y saludaron a quienes se habían acercado a saludarlos. Los acompañaba Valentina, la hija mayor de la primera dama, de posterior marcado perfil bajo durante la presidencia de su padrastro. Eran ya las doce en punto de la madrugaba y comenzaba la breve presidencia de Pinedo. “¡Se siente, se siente, Mauricio presidente!”, coreaban los presentes, quienes insistían con el que cuatro años después se convertiría en el último lema electoral de Macri: “¡Sí, se puede!”. El presidente no dio ningún discurso, se limitó a cantar el himno y luego regresó a la intimidad de su departamento. Sólo lo abandonó la mañana siguiente, a las once, para dirigirse al Congreso.

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“Antes de irme a dormir me enteré de lo que había pasado en la puerta de nuestro departamento. Vecinos y vecinas de Recoleta -que seguramente no habían pasado privaciones durante nuestro gobierno- habían ido a hacerme un escrache cargado de odio. En ese momento pensé que a ninguno de nuestros militantes se le ocurrió ir a la casa de Mauricio Macri a insultarlo. Sin embargo, sus partidarios sí vinieron a hacerlo a la mía”. Al enterarse de lo que sucedía en la puerta del departamento de la calle Uruguay, militantes kirchneristas fueron a “bancar la parada”. “Cientos de jóvenes de distintas organizaciones políticas juveniles se indignaron por la agresión y fueron para ahí. Cuando fueron menos los que insultaban y agredían, sólo en ese momento, apareció la Policía de la Ciudad para 'poner orden'”.

Esa fue la primera noche de Cristina lejos del poder. “En la casa de Florencia no tenía ninguna de mis cosas. Recuerdo que revolví la ropa de mi hija, tomé uno de sus pijamas y me acosté a dormir. Al otro día me desperté, ya sin ese dolor de estómago”, recordó, al tiempo que reconoció: “En verdad, no era exactamente un dolor de estómago lo que había sentido durante todos esos años, sino una sensación, un peso o algo como cuando se dice 'siento una cosa en el estómago', que no alcanza a ser dolor y que en algún momento se parece a la angustia. Porque era muy brutal levantarse todos los días pensando qué cosas iban a hacer contra nuestro gobierno o a inventar sobre mí, con qué nos iban a agredir”.

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Macri llego pasadas las once y media de la mañana al Congreso. Cristina estaba en el aire. Literal. “Estaba volando al Sur. Tenía que viajar a Río Gallegos para la asunción como gobernadora de Alicia Kirchner, que se llevaría a cabo durante la tarde. Fuimos con Máximo y después acompañamos a Alicia a la residencia de la gobernación. Ella no recordaba que el día que Néstor había asumid como gobernador en 1991, cuando conoció esa misma casona, me dijo que le encantaría vivir ahí alguna vez. Así que allí estábamos las dos: yo, volviendo a un lugar que amaba y ella entrando a la misma casa en la que una vez había deseado vivir”
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