Afuera, lejos, en el exterior, Mauricio Macri deja de ser el presidente por un momento. Se convierte en un anónimo, un total desconocido que abandona el protocolo y deja atrás las responsabilidades de su cargo, las que tanto le pesan. Se lo ha confesado a sus íntimos: tiene la necesidad de alejarse de todo por un rato, incluso de su familia. Quiere sentirse uno más, mezclarse entre la gente que lo rodea, sin ser reconocido.
En el último tiempo, las horas en soledad durante sus giras se incrementaron considerablemente. La metodología que utiliza para alejarse de la vorágine política es siempre la misma, independientemente del país en el que se encuentre: almuerzos sin ningún funcionario alrededor, ni siquiera su esposa, la primera dama, Juliana Awada. Sólo él y una alejada custodia.
Macri junto a su familia en Italia. A veces desiste de su compañía.
El jueves 18 de mayo fue la última vez que lo hizo. En el día final de su gira por China, les avisó a sus custodios que almorzaría en un restaurante italiano. Macri llegó sólo, comió carpaccio y no conversó con ninguna persona durante una hora y media. “Me la pasé mirando a la gente. Y lo mejor fue que ninguno me miraba a mí. No me conocían y nadie se acercaba”, le dijo al periodista Santiago Fioriti del diario Clarín.
“Me la pasé mirando a la gente. Y lo mejor fue que ninguno me miraba a mí. No me conocían y nadie se acercaba
Lo cierto es que esta práctica es habitual en el Presidente. “Lo hace desde la época de Boca”, cuenta a BigBang uno de sus fieles asesores, que lo acompaña desde hace más de 20 años.
Abrumado por las exigencias del poder, encuentra calma en el exterior.
En su último paso por Italia, fue y volvió caminando de un restaurante y sólo estuvo acompañado por la atenta mirada de un pequeño grupo de custodios que lo seguía sigilosamente. “Extraña salir a caminar, respirar aire fresco sin que nadie le pida una foto o le comente algo del país”, explica un hombre de trato diario con el jefe de Estado.
“A Macri le gusta convertirse en un anónimo por un rato”, continúa. Se trata de la frase que mejor describe el particular momento que atraviesa el Presidente, envuelto en un laberinto del cual aún no logra escapar, y una pregunta que le carcome la cabeza: ¿Cómo traducir los signos positivos que recibe en el extranjero a una sociedad que observa con disgusto a una economía que todavía no muestra signos de recuperación dignos de destacar?
Esta presión lo llevó incluso a incursionar en terrenos algo desconocidos, como el consumir bebidas con alcohol. Macri nunca fumó ni bebió, aunque comenzó a tomar cerveza con Fanta, una combinación que lo relaja y mucho. "Siempre tuvo sólo gustos caros", bromea uno de sus amigos de la infancia, "pero nunca tomó alcohol", confirma.
Con anteojos negros y ropa deportiva en un banco del Central Park, en New York.
Su relación con el poder en el último tiempo fue de respeto mutuo. “Le gusta, pero lo agobia”, cuentan a BigBang. En el exterior se siente más lejos de los problemas internos y aprovecha para mirar desde otra perspectiva los conflictos.
Un integrante de la comitiva que lo acompañó dijo a BigBang que tras enterarse las noticias sobre el escándalo de corrupción en Brasil, destinó un extenso lapso de tiempo, junto a Susana Malcorra, al análisis de la situación, algo que en Argentina no hubiese podido hacer de inmediato por la cargada agenda del día a día.
A Macri le gusta la tranquilidad, el verde y la naturaleza. Un cóctel del que pocas veces puede disfrutar en la Ciudad y que sólo encuentra en sus vacaciones por el sur. Por eso encuentra en el extranjero una receta que le da frutos. “Le gusta estar solo, encontrarse a sí mismo”. La frase, dicha por uno de sus máximos colaboradores, bien podría ser el eslogan de alguna publicidad de gaseosas, pero no. Macri, por momentos, busca ser un anónimo.