El 30 de diciembre de 2004, Argentina vivió una de las tragedias más desgarradoras de su historia reciente tras el incendio en el boliche República Cromañón. Hoy, dos décadas después, el dolor sigue siendo un llamado de justicia y memoria, mientras el país reflexiona sobre la responsabilidad y el cambio que aún queda pendiente para proteger a los más vulnerables de la nación.
Aquel día comenzó como una noche de fiesta, con cientos de jóvenes emocionados por ver el tercer recital de la banda Callejeros, en Cromañón. Nadie imaginaba que a pocos minutos de comenzar a entonar las canciones de su banda favorita empezaría una tragedia que dejaría un saldo de 194 muertos y miles de heridos, además de un vacío que persiste en el corazón de quienes sobrevivieron y de los familiares de las víctimas.
A 20 años de la tragedia, el eco de las voces que claman justicia se escucha más fuerte que nunca, en un país donde la impunidad y la falta de responsabilidad estatal siguen siendo temas pendientes. En este contexto, BigBang dialogó con Nicolás Pappolla, sobreviviente de aquella tragedia e integrante de "El camino es cultural": "Con el diario del lunes te digo que recuerdo al 30 de diciembre de 2004 como una bisagra, un antes y un después en la historia reciente de la Argentina, que todavía como sociedad nos cuesta aceptarla y asumirla en donde la generación que más lo sufrió, fue la juventud",recordó sobre aquel día y continuó: "Sin el diario del lunes, recuerdo que todo era felicidad como cada vez que iba a ver a Callejeros o a otras bandas de rocanrol. Para mi el rock es familia, comunidad, amor, rebeldía, amistad. Salimos desde la plaza del barrio, con mis amigos y amigas, fuimos en colectivo hasta Once todos juntos, cantando, tomando algo fresco, fuimos contentos y volvimos siendo lo que pudimos ser".
La tragedia se desató cuando una bengala prendida por un fanático incendió el techo del lugar, cubierto por materiales inflamables. La humareda tóxica se expandió rápidamente, atrapando a cientos de personas en una sala que no estaba preparada para enfrentar una emergencia de esa magnitud. Las puertas de salida se encontraban cerradas y el caos se apoderó de un espacio en el que cada segundo se convertía en una lucha desesperada por sobrevivir.
Cuando comenzó el incendio, en el caos de personas tratando de salvar sus vidas y ayudar a quienes más lo necesitaban, Nicolás tenía un objetivo en mente: no soltar la mano de su hermano. "Me había comprometido con mis viejos que lo iba a cuidar para que lo dejen venir. Lo agarré fuerte de la cintura, lo puse delante mio y le pedí que no se suelte y que caminemos para la salida por donde habíamos entrado. Estábamos a la mitad de la barra de bebidas del fondo cuando se corta la luz, por suerte logramos salir los dos, juntos, sin separarnos", recuerda sobre el momento exacto donde su historia de vida cambiaba de rumbo inesperadamente.
Al lugar no sólo llegaron Bomberos y personal de salud, sino también padres en busca de sus hijos y los medios de comunicación que retrataron la desesperación de los protagonistas: las imágenes de los cuerpos apilados en las salidas, de los Bomberos y de las ambulancias que llegaron tarde a un lugar abarrotado de familiares angustiados, siguen vivas en la memoria colectiva.
Aquella noche es un recuerdo que queda latente en los corazones de quienes lo vivieron, así como también como en la sociedad que empatizó con las pérdidas y la falta de justicia: "Hoy el mayor detalle que quedó grabado y marcado en mi vida es que cuando la muerte te pasa a centímetros empezás a comprender y a valorar la vida desde otro prisma. En lo personal, el detalle que me dejo Cromañón es que hasta tanto el Estado no se haga cargo de su responsabilidad, no abrace a los que sufren, no manifieste interés por cambiar todas las cosas que hicieron mal, muchos/as sobrevivientes y familiares van a quedar aislados en su dolor y en su propia singularidad. Hay que ayudar a revertir eso, desde el lugar que uno elija, porque merecemos volver a ser felices, tener una vida medianamente ordenada, perseguir sueños, sin olvidarnos de lo que nos pasó. Cromañón será una marca que nos acompañará toda la vida, pero puede cicatrizar", contó Nicolás al ser consultado sobre aquellos detalles que quedaron marcados en su memoria.
El día después
Nicolás no sólo tiene en su memoria los detalles de aquella trágica noche, sino que lleva consigo las cicatrices de un camino recorrido, donde recuerda haberse apoyado en la terapia y sus seres queridos: "Al otro día me levante, fuimos a la guardia de un hospital, estaba lleno de pibes y pibas por lo mismo que nosotros. Placas de tórax, medicación, y del hospital fuimos hasta la iglesia del barrio. Soy creyente, no voy a misa, pero siempre me hizo bien ir a la Iglesia, rezar y creer en Dios. El mayor apoyo que recibí fue de mi vieja, de mi viejo, de mi hermano y de todos mis amigos y amigas con quienes habíamos ido al lugar, sus familias, durante los primeros meses compartimos mucho tiempo y testimonio entre nosotros. Esa red de contención fue muy importante, no sentirte solo", reflexionó a corazón abierto.
En 2004, cuando Cromañón marcó a la historia argentina, la salud mental era un tabú socialmente. Pocos fueron las víctimas que pudieron abrazar a la terapia: "No se hablaba ni se conocía el término salud mental y lo importante que es. Me acuerdo que en los primeros días me acerqué al hospital Alvear al dispositivo de emergencias que habían montado. Me acuerdo que la entrevista era en un cubículo de uno por uno, donde entre el calor y la sensación de encierro no pude -ni quise- terminar la entrevista. Rajé", dijo Nicolás haciendo referencia a cómo fue su primera aproximación a la terapia.
Además, contó algo insólito: "Volví en el 2009 a pedir ayuda, lo loco, es que después de la entrevista con una psicóloga y una psiquiatra, venía de pelear contra la burocracia y la decisión del Gobierno de la Ciudad de darme de baja el subsidio a mí y a mi hermano, esa situación revictimizante me llevó a pedir ayuda nuevamente en el hospital Alvear. Me contestaron que me veían bien, que consideraban que no tenía que comenzar un tratamiento psicológico". El testimonio de Nicolás reflejó no sólo el abandono por parte de los funcionarios políticos, sino también por parte de los profesionales de la salud mental de las víctimas de Cromañón.
El abandono por parte de los profesionales de la salud mental, llevaron a Nicolás a "enojarse" con la psicología hasta el año 2015, momento donde la historia cambió cuando empezó a ser parte de la firma de un convenio de atención a víctimas de Cromañón, entre el Ministerio de Salud de la Nación y el Ministerio de Justicia y DDHH: "Hoy hace nueve años que hago terapia en el centro Fernando Ulloa, dependiente de la secretaría de DDHH de la Nación. Es un centro que atiende de forma gratuita y comprometida a sobrevivientes y familiares, si alguien necesita ayuda, no duden en contactarlos", expresó contundentemente.
Al igual que su mente, su cuerpo le recordó la tragedia durante mucho tiempo: "Gracias a terapia, por ejemplo, yo pude dejar de transpirar el pecho en los subtes o en un bondi lleno. Era una reacción del cuerpo que no lograba comprender por que sucedía, ni controlar. Cuando uno logra poner Cromañón en palabras, desde un lugar sanador y trascendental, lográs cargar con una mochila mucho más liviana".
Negligencia, corrupción e impunidad
Actualmente, el sobreviviente abraza su dolor y cicatrices, mientras pide justicia. En el ámbito judicial, el caso de Cromañón avanzó con lentitud y dolorosas contradicciones. Aunque algunos responsables, como el dueño del local, Omar Chabán fueron condenados, muchos sobrevivientes y familiares consideran que la justicia fue insuficiente, ya que varios funcionarios y empresarios involucrados quedaron impunes o cumplieron penas leves.
Nicolás también reflexionó en cuanto a quienes tuvieron activa responsabilidad sobre la tragedia: "La negligencia, la corrupción, la desidia, la resaca del neoliberalismo de los '90 y el descontrol y descomposición del tejido social del 2001 y sus años siguientes. Al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, al Estado Nacional y a todos los que colaboraron para que aquella juventud que llegó a Cromañón haya llegado descreída de la política, sin laburo, caída del mapa, sin creer en mucho más que en el rocanrol, sus amigos y su barrio", analizó.
Un Estado con las manos manchadas, que no sólo se cargó la muerte de 194 personas aquella noche, sino también 17 fallecimientos de sobrevivientes que durante estas dos décadas decidieron terminar con sus vidas, hundidos en el dolor y abandono, Nicolás ofreció una reflexión importantísima: "Estoy convencido de que el principal desafío que tenemos es lograr que asuma su responsabilidad y se haga cargo. (El Estado) Falló en el antes, en el durante y en el después en líneas generales", Nicolás responsabilizó a los actores políticos, y remarcó la importancia de quienes se mueven para honrar la memoria de los que ya no están, al mismo tiempo que se intenta sanar las heridas de quienes quedaron: "Existieron algunas acciones positivas gracias al compromiso de las organizaciones que siguen buscando interpelar al Estado y también gracias a una generación política contemporánea a Cromañón que elige no correrle el culo a la aguja, hacerse cargo, y desde sus lugares ayudarnos a transformar la realidad".
Una tragedia que educa
Políticamente, se logró avanzar, según relata Nicolás: "En 2015 con la incorporación del Universo Cromañón en el mundo de las políticas de DDHH del centro Ulloa fue un gran logro. La sanción de la ley 27.695 votada en el Congreso Nacional con el apoyo de todas las fuerzas políticas también", explicó Pappolla y agregó: "La sanción de la ley 4.786 en 2013 en la Legislatura porteña también, aunque falta torcer la injusticia por la que atraviesan muchos sobrevivientes desde hace 16 años, en la que diferentes gobiernos les han negado el derecho a ser reconocidos como víctimas".
Cromañón sigue siendo un recordatorio de que la justicia no solamente es un derecho, sino un deber que no caduca con los años, y que el dolor de una noche puede transformarse en la fuerza política de una lucha que jamás se apagará. Gracias a la contención de su familia, terapia, y una fuerza interna que lo mueve, el joven logró seguir su camino: "Trabajo, estudio, y milito la causa Cromañón hace muchos años", contó al mismo tiempo que se sinceró sobre que desde la tragedia no pudo mantener una estructura y rutina en su vida a sus 36 años.
Aquella noche, donde un techo se prendió fuego y cientos de almas se apagaron, dejó una huella en la sociedad argentina. Sobre esto, Nicolás Pappolla reflexionó profundamente: "Espero que logremos inscribir socialmente Cromañón como considero que debe ser recordado. Un verdadero punto de inflexión en la historia reciente de nuestro país, seguramente el más triste y doloroso desde el retorno de la democracia. Para eso es fundamental que el Estado asuma la responsabilidad; que como sociedad aceptemos lo que nos pasó, y que Cromañón pueda pasar a formar parte de la memoria colectiva de nuestra sociedad. Es el mejor aporte que podemos hacer para que nunca más se repita, y para que las víctimas tampoco se sientan aisladas en su propio dolor y mucho menos culpables", concluyó.