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Política

"Nosotros somos la lealtad", los soldados que llevaron a Perón y Eva al Aconcagua

Hace 62 años, un grupo de suboficiales quiso honrar a Perón con una hazaña de extrema dificultad: montar bustos del general y su esposa en la cima del Aconcagua.

17 Octubre de 2016 15:36
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Llevar a Juan Domingo Perón y Eva Duarte a las alturas, literalmente. Esa fue la meta que se fijó un grupo de militares como declaración de amor y lealtad a su líder, hace ya 62 años, en febrero de 1954. 

Perón junto a Andrés López, su custodio personal e ideólogo de la expedición. 

El plan era sumamente complicado, pero no tanto para un grupo de hombres bien entrenados en la plenitud de sus fuerzas físicas: llevar bustos de aluminio de Perón y Eva a la cima del Aconcagua, la montaña más alta de Argentina. 

El libro sobre la gesta de 1954.

El gestor fue el suboficial Andrés López, custodio personal del general, "que durante el bombardeo a Plaza de Mayo en 1955 defendió la residencia presidencial con fuego antiaéreo desde la terraza", le cuenta a BigBang Daila Prado, autora de Los Vencedores del Aconcagua, un libro sobre la gesta.

Tarea titánica

Poco a poco, se fueron sumando a López un total de 20 suboficiales del ejército. "Las motivaciones para la gran mayoría eran políticas: admiraban a Perón, a Eva y querían homenajear a ambos", apunta la escritora señalando que sin embargo uno de ellos, Marcelino Arballo, tenía una motivación más personal. 

La desafiante cima del Aconcagua, de casi 7 mil metros de alto. 

"Era un deportista y sobre todo, montañista nato", explica Prado. "Quería subir otra vez al Aconcagua como demostración de esfuerzo y exigencia física y mental. Aunque también hay que decir que pidió llevar él solo y sin relevo el busto de Eva; los bustos pesaban mucho y estaban divididos en tres partes que luego se encastraban". 

La expedición partió el 28 de enero de 1954 desde el Puente del Inca y fue bautizada como "Sargento Miguel Farina" en honor a un militar que había muerto defendiendo al gobierno peronista cuatro años antes, durante la sublevación encabezada por Benjamín Menéndez.

Los bustos de Perón y Eva en la cumbre. 

"No fue fácil porque el primer grupo no pudo hacer cumbre el día programado debido a una fuerte e imprevista tormenta", relata Prado. "Descendieron entonces hasta el refugio más cercano y volvieron a subir al día siguiente. Un grupo reducido llegó a la cima y comenzó a instalar los bustos, pero un fuerte viento les complicó la tarea. La temperatura llegó a los 20 grados bajo cero. De todos modos no hubo víctimas fatales, aunque sí heridos de cierta consideración, sobre todo por el congelamiento de dedos de pies y manos". 

Reconocimiento y caída en desgracia

Perón, quien le había dicho a López que la expedición era "una locura", recibió personalmente a los 20 suboficiales para felicitarlos por el logro. Además, recibieron la medalla de oro al mérito como gesto de gratitud. 

Sin embargo, la llegada de la Revolución Libertadora y la caída de Perón trajo -por supuesto- malos momentos para el grupo de suboficiales. 

"Hubo de todo: la mayoría de los participantes había sido degradados del ejército y algunos encarcelados", recuerda Prado. "Otros sufrieron en silencio, tratando de subsistir y mantener a sus familias. Los menos abjuraron (incluso públicamente) del líder derrocado y colaboraron con el gobierno militar". 

Durante la Revolución Libertadora, cientos de efigies de Perón y Eva fueran destruidas. 

Pero la mayor tristeza vino cuando el gobierno militar decidió enviar su propia expedición para desmantelar los bustos y bajarlos de la cumbre del Aconcagua. López, quien acompañó a Perón en el exilio, eventualmente le sugirió -mediante un intermediario- un nuevo viaje para reinstalar las estatuas. "Dígale a Lopecito que está loco. Ya está viejo, cachuzo, que se deje de joder", se negó terminantemente el general. 

Andrés López, en una imagen reciente. (Foto: Marcelo Aballay / Perfil).

De todas formas, López nunca se quiso rendir. Aseguró hasta el último día que no se iba a a morir sin haber visto los bustos nuevamente en la cumbre, "de donde nunca debieron salir". Siguió viviendo de su jubilación en Parque Centenario hasta los 90 años y falleció finalmente en julio pasado. No pudo volver a ver su sueño convertido en realidad.