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Palabra de Eva: sus mejores discursos y escritos

"Yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria".

06 Mayo de 2019 17:37
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Voto femenino. 23 de septiembre de 1947

La mujer, con magnífico impulso, se colocó de pronto en la trayectoria de su mejor derecho: el de influir en los destinos de su Patria. Tú misma, la que aquella madrugada arrojaste el delantal de la fábrica para empuñar el cartelón de la revuelta callejera, fuiste la que decidiste el valor nuevo y perentorio de tu sexo. Tu voluntad fue la voluntad de miles de compañeras indóciles. Tu convicción fue la convicción de tu hogar, el que salvó a la Revolución del pueblo. Tu pensamiento recóndito expresado en griterío desordenado, mostró al país que la «descamisada» en marcha era, desde entonces, la dueña de su propio destino. 

Ha llegado la hora de la mujer que comparte una causa pública y ha muerto la hora de la mujer como valor inerte y numérico dentro de la sociedad. Ha llegado la hora de la mujer que piensa, juzga, rechaza o acepta, y ha muerto la hora de la mujer que asiste atada e impotente a la caprichosa elaboración política de los destinos de su país, que es, en definitiva, el destino de su hogar. Ha llegado la hora de la mujer argentina, íntegramente mujer en el goce paralelo de deberes y derechos comunes a todo ser humano que trabaja, y ha muerto la hora de la mujer compañera ocasional y colaboradora ínfima. 

Sobre la justicia social - 28 de julio de 1948

La felicidad de un pueblo, en cuanto se refiere a sus medios de vida, se logra con una adecuada legislación en materia de justicia social y una equitativa distribución de la ayuda social. Porque resulta innegable que ésta es complemento de aquélla. La justicia social juega en el orden de los seres aptos para el trabajo, puesto que los que dejan de serlo, ya sea por accidentes, por enfermedad o por causa que la ley contempla, no quedan jamás desamparados. La ayuda social, en cambio, va dirigida a otro sector humano, que el Estado y la sociedad no pueden ni deben ignorar. Es un deber de solidaridad humana que supera todo prejuicio.

La ayuda social que llega, que se suministra racionalmente, previo examen de las condiciones de vida del que la recibe, protege y estimula. La limosna, dada para satisfacción de quien la otorga, deprima y aletarga. La ayuda social, honestamente practicada, tiene virtudes curativas. La limosna prolonga la enfermedad. La ayuda social está destinada a mitigar necesidades y restituir a la sociedad, como elementos aptos, a los descendientes de los desamparados.

La razón de mi vida-1951

He hallado en mi corazón, un sentimiento fundamental que domina desde allí, en forma total, mi espíritu y mi vida: ese sentimiento es mi indignación frente a la injusticia. Desde que yo me acuerdo cada injusticia me hace doler el alma como si me clavase algo en ella. De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente. Recuerdo muy bien que estuve muchos días tristes cuando me enteré que en el mundo había pobres y había ricos; y lo extraño es que no me doliese tanto la existencia de los pobres como el saber que al mismo tiempo había ricos.

Historia del peronismo. 12 de abril de 1951

Para evitar que se desvirtúe el peronismo, hay que combatir los vicios de la oligarquía con las virtudes del pueblo. Los vicios de la oligarquía son: en primer término, el egoísmo, Podríamos tomar como ejemplo el de las damas de beneficencia. Hacían caridad, pero una caridad denigrante. Para dar, hay que hacerse perdonar el tener que dar. Es más lindo recibir que dar, cuando se sabe dar, pero las damas trataban siempre de humillar al que ayudaban. Tras la desgracia de tener que pedir, lo humillaban en el momento de darle la limosna, con la que ni siquiera le solucionaban el problema. En segundo lugar está la vanidad. La vanidad trae consigo la mentira y la simulación, y cuando entra en la mentira y en la simulación, el hombre deja de ser constructivo dentro de la sociedad. En último término, tenemos la ambición y el orgullo, con los cuales se completan los cuatro vicios de la oligarquía: egoísmo, vanidad, ambición y orgullo.

Renunciamiento Histórico. 31 de agosto de 1951

Nada mas que eso: Evita, quería ser cuando me decidí a luchar codo a codo con los trabajadores y puse mi corazón al servicio de los pobres, llevando siempre como única bandera el nombre del general Perón a todas partes. Si con ese esfuerzo mío conquisté el corazón de los obreros y de los humildes de mi Patria, eso es ya una recompensa extraordinaria que me obliga a seguir con mis trabajos y con mis luchas.Yo no quiero otro honor que ese cariño. Aceptar ora cosa sería romper la línea de conducta que el impuse a mi corazón y darles la razón a los que no creyeron en la sinceridad de mis palabras. y que ya no podrán decir jamás que todos lo hice guiada por mezquinas y egoístas ambiciones personales. Yo sé que cada uno de los descamisados que me quiere de verdad ha de querer también que nadie tenga derecho a descreer en mis palabras, y ahora -después de esto- nadie que no sea un malvado podrá dudar de la honradez, de la lealtad y de la sinceridad de mi conducta. Por eso quiero que estén tranquilos mis descamisados: no renuncia a la lucha ni al trabajo; renuncio a los honores. He decidido renunciar al insigne honor de acompañarlo al general Perón en la fórmula presidencial; pero seguiré ocupando, como su más humilde colaboración, el puesto de batalla donde sirvo como pueblo al pueblo mismo, y como peronista al general Perón.

"Yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria". Discurso 17 de octubre de 1951. 

Yo no quise ni quiero nada para mí. Mi gloria es y será siempre el escudo de Perón y la bandera de mi pueblo y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria. Yo sé que Dios está con nosotros, porque está con los humildes y desprecia la soberbia de la oligarquía. Por eso, la victoria será nuestra. Tendremos que alcanzarla tarde o temprano, cueste lo que cueste y caiga quien caiga."

 

Día del Trabajador . 1ero de mayo de 1952

 

Mis queridos descamisados:

Otra vez estamos aquí reunidos los trabajadores y las mujeres del pueblo; otra vez estamos los descamisados en esta plaza histórica del 17 de octubre de 1945 para dar la respuesta al líder del pueblo, que esta mañana, al concluir su mensaje dijo: "Quienes quieran oír, que oigan, quienes quieran seguir, que sigan". Aquí está la respuesta mi general. Es el pueblo trabajador, es el pueblo humilde de la patria, que aquí y en todo el país está de pie y lo seguirá a Perón, el líder del pueblo, el líder de la humanidad, porque ha levantado la bandera de redención y de justicia de las masas trabajadoras; lo seguirá contra la opresión de los traidores de adentro y de afuera, que en la oscuridad de la noche quieren dejar el veneno de sus víboras en el alma y en el cuerpo de Perón, que es el alma y el cuerpo de la patria. Pero no lo conseguirán como no han conseguido jamás la envidia de los sapos acallar el canto de los ruiseñores, ni las víboras detener el vuelo de los cóndores. No lo conseguirán, porque aquí estamos los hombres y las mujeres del pueblo, mi general, para custodiar vuestros sueños y para vigilar vuestra vida, porque es la vida de la patria, porque es la vida de las futuras generaciones, que no nos perdonarían jamás que no hubiéramos cuidado a un hombre de los quilates del general Perón, que acunó los sueños de todos los argentinos, en especial del pueblo trabajador. (...)

Antes de terminar, compañeros, quiero darles un mensaje: que estén alertas. El enemigo acecha. No perdona jamás que un argentino, que un hombre de bien, el general Perón, esté trabajando por el bienestar de su pueblo y por la grandeza de la Patria. Los vendepatrias de dentro, que se venden por cuatro monedas, están también en acecho para dar el golpe en cualquier momento. Pero nosotros somos el pueblo y yo sé que estando el pueblo alerta somos invencibles porque somos la patria misma.

Mi mensaje. Capítulo 14. Los altos círculos

Me rebelo indignada con todo el veneno de mi odio, o con todo el incendio de mi amor -no lo sé todavía-, en contra del privilegio que constituyen todavía los altos círculos de las fuerzas armadas y clericales. Tengo plena conciencia de lo que escribo. Sé lo que sienten y lo que piensan de esos círculos los hombres y mujeres humildes que constituyen el pueblo. Todos los pueblos de la humanidad. Yo no los condeno personalmente. Aunque personalmente me combatieron y me combaten como enemiga declarada de sus propósitos y de sus intenciones. En el fondo de mi corazón, yo no deseo otra cosa que salvarlos con mi acusación, señalándoles el camino del pueblo por donde llega el porvenir de la humanidad.

Yo sé que la religión es el alma de los pueblos y que a los pueblos les gusta ver en sus ejércitos la fuerza pujante de sus muchachos como garantía de su libertad y expresión de la grandeza de su Patria. Pero sé también que a los pueblos les repugna la prepotencia militar que se atribuye el monopolio de la Patria, y que no se concilian la humildad y la pobreza de Cristo con la fastuosa soberbia de los dignatarios eclesiásticos que se atribuyen el monopolio absoluto de la religión. La Patria es del pueblo, lo mismo que la Religión. No soy antimilitarista ni anticlerical en el sentido en que quieren hacerme aparecer mis enemigos. Lo saben los humildes sacerdotes del pueblo que me comprenden a despecho de algunos altos dignatarios del clero rodeados y cegados por la oligarquía. Lo saben los hombres honrados que en las fuerzas armadas no han perdido contacto con el pueblo. Los que no quieren comprenderme son los enemigos del pueblo metidos a militares. Ellos desprecian al pueblo y por eso desprecian a Perón, que siendo militar abrazó la causa del pueblo aún a costa de abandonar en cierto momento su carrera militar.

Yo veo no sólo el panorama de mi propia tierra. Veo el panorama del mundo y en todas partes hay pueblos sometidos por gobiernos que explotan a sus pueblos en beneficio propio o de lejanos intereses. Y detrás de cada gobierno impopular he aprendido a ver ya la presencia militar, solapada y encubierta o descarada y prepotente. En este mensaje de mis verdades, no puedo callar esta verdad irrefutable que se cierne como la más grande sombra cubriendo los horizontes de la humanidad. Es necesario que los pueblos destruyan los altos círculos de sus fuerzas militares gobernando a las naciones. ¿Cómo? Abriendo al pueblo sus cuadros dirigentes. Los ejércitos deben ser del pueblo y servirlo. Deben servir a la causa de la justicia y de la libertad. Es necesario convencerlos de que la Patria no es una geografía de fronteras más o menos dilatadas sino que es el pueblo. La Patria sufre o es feliz en el pueblo que la forma.

En la hora de nuestra raza, en la hora de los pueblos, la Patria alcanzará su más alta verdad. Es necesario que los ejércitos del mundo defiendan a sus pueblos sirviendo la causa de la justicia y de la libertad. Solamente así se salvarán los pueblos de caer en el odio contra "eso" que antes se llamaba Patria, y que era una mentira más ¡una bella mentira que inventó la oligarquía cuando empezó a vender la dignidad del pueblo, es decir la dignidad augusta y maravillosa de la Patria!

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