por Lucas Morando
20 Febrero de 2017 13:03Hace bastante que no escribía y me dieron ganas. Estuve pensando durante un rato esquemas creativos de empezar esta nota, golpear fuerte en el primer párrafo, pero sinceramente no se me ocurrió nada. Quise escribir porque siento que todo lo que se dice y cuenta en muchos medios es, simplemente, producto de una brutal ridiculez.
Por estas horas se cuestiona al Gobierno por su vocación de probar sobre la marcha, de tirar una media y ver qué onda. Pasó con el affaire del Correo Argentino SA, con los descuentos en jubilaciones y con tantos otros temas que el Gobierno tuvo que volver para atrás. Aún peor: Mauricio Macri tuvo que volver atrás.
Macri en la conferencia de prensa del jueves.
Se dijo también por estas horas en algún diario que el Gobierno iba a “repensar” la forma en que se toman las decisiones. Difícil de creer. Si hay algo de lo que está convencida la cúpula macrista es de tener la mejor metodología de seguimiento de la gestión, con esas interminables mesas (reuniones) con todo tipo de asesores. Desde Jaime Durán Barba, el analista, hasta Carlos Grosso, el (otro) consigliere.
El problema de fondo es otro. Es una cuestión casi filosófica y tiene que ver con una concepción de la realidad que tienen los funcionarios que manejan este país. Ni siquiera es falta de sensibilidad, es la soberanía de la planilla de cálculo sobre gestión. Para el macrismo el excel está por encima de la política, de las especulaciones, de las opiniones, en fin, casi de todo. Todas las semanas hay nuevas pruebas de esta premisa.
Durán Barba, asesor estrella de Cambiemos.
Triángulo de gestión
Hoy publicamos una nota en BigBang sobre la geometría del poder que detalla cómo se dibujan las relaciones dentro del Estado M. Se viene configurando un cambio vital: cada día se posterga más al ala política -que evitaría errores como el de las Jubilaciones- y toma peso el ala de “gestión”.
Macri es hoy el principal orfebre de la estrategia política. Arma reuniones, whattsapea a gobernadores, hace llamar a dirigentes de la oposición. Su bunker es Olivos, el nuevo headquarter de la campaña 2017. Y sí, claro, también “opera” a líderes de opinión que lo cuidan con asquerosa prolijidad en los medios.
Peña, eje del poder del Estado M.
La “gestión” funciona como un triángulo encabezado por Marcos Peña, tal como describió Santiago Fioritti. Hablemos de Peña: sabe mucho de comunicación, es su metié, tiene la más extrema confianza, casi ciega, del Presidente, le gustan los procesos organizados y exige todo el tiempo resultados medibles a los ministros. Incluso disfruta de las encuestas que evalúan a cada rato la gestión. Pero la política real y la calle no son claramente su especialidad. Tampoco lo pretende.
Los dos vértices del triángulo están encabezados por Mario Quintana y Gustavo Lopetegui, quienes les miden el aceite a todos los ministros. Incluso, cuando se aburren de alguno, se lo pasan entre ellos.
Quintana junto al ministro Triaca.
Hablemos de Quintana: después de decir (la barbaridad) de que no lo corran por descontar $ 20 en las jubilaciones, salió de su despacho y se fue de vacaciones. Estaba, cuentan en la Casa Rosada, sobrepasado por la gestión. Es el fundador del supermercado de remedios y golosinas más conocido de Argentina, Farmacity. Es millonario y el excel para él es todo: ordena números, evalúa costos, calcula rentabilidades, es la matrix de su pensamiento. Difícil que un ex CEO como él (me duele recurrir a esta figura tan usada por todos hoy) entienda que la realidad se enhebra en una complejidad que trasciende las planillas. Quizá demuestre lo contrario, pero hasta ahora no lo hizo.
Lopetegui, el otro vértice del triángulo del poder.
El mismo caso corre para Lopetegui. Fundó la vieja cadena Equi Descuentos. Se hizo millonario a los 30, se aburrió, se hizo amigo de Horacio Rodríguez Larreta, que lo inició en el macrismo y hoy coordina las decisiones de la mitad del gabinete. Es prolijo, fanático de los números, se sorprende sobre cómo la gente se ha acostumbrado a convivir con décadas de inflación, le gusta esquiar y, casi por default, el excel también es su tierra prometida.
Ojo: son tres tipos súper capacitados, gestores, eficientes, que trabajan 16 horas por día para ver cómo hacer más coherentes los números del Estado. Pero comparten una patología: son poco permeables a las recomendaciones de los que más entienden de política, a los que saben que la gestión siempre tiene que estar acompañada con una cuota de sensibilidad social. Que me digan si no por qué Emilio Monzó y Rogelio Frigerio son más periféricos que antes en la cúpula que decide a dónde vamos como país.
Dujovne.
Es el mismo mal que dicen atribuirle al flamante ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne. Hablemos de Dujovne: varias fuentes macristas le atribuyen haber sido el autor intelectual del descuento de los $ 20 en las jubilaciones mínimas. Claro que tenía un motivo, ahorrarle $ 3.000 millones a las arcas estatales. Pero el costo fue muy alto. Fue tan alto que el propio Presidente tuvo que dar marcha atrás con la medida mientras escuchaba a un cronista de Radio El Mundo que lo interpelaba sobre cómo vivir con sus $ 12.000 de sueldo. El video se viralizó: ¿qué costo mediático tuvo eso? ¿Ya lo habrán medido? Dujovne, en las sombras, quedó al margen del impacto de su decisión. El que si pagó fue el titular de la Anses, Emilio Basavilbaso, un pibe de 40 años que maneja una de las cajas más grandes del país y le responde a Larreta. La furia que debe haber tenido el Jefe de Gobierno cuando vio en el barro en el que habían metido a su "pollo".
En los últimos días fue todo tan dramático que la soberanía del excel pudo más que lo abuelos. Las filas y las columnas de la planilla no calcularon que licuar la deuda del papá del Presidente iba a ser un escándalo. Y sobre todo que la mayoría del electorado espera que los políticos le solucionen los problemas, no que expliquen por qué darán marcha atrás con una media que, una vez más, nadie pudo explicar.