Esta mañana, en la nueva reunión del Consejo contra el Hambre, muchos se sorprendieron al ver al escritor y periodista Martín Caparrós sentado al lado del presidente Alberto Fernández. Cuando anunció la conformación del Consejo, Fernández había expresado cuánto lo había conmovido el libro de Caparrós El hambre. Entonces sus dichos llamaron la atención, básicamente por la virulencia antikirchnerista que ha manifestado Caparrós en los últimos años, a través de sus columnas en el diario español El País, o sus apariciones periódicas en TN, donde dijo, por ejemplo, así como al pasar: "Mataron a un fiscal", en alusión a la muerte del fiscal Alberto Nisman. Grieta cerrada, borrón y cuenta nueva, lo cierto es que Alberto dijo: "Es un libro que a medida que uno lo lee sólo siente vergüenza porque ve cómo el mundo se fue dividiendo entre poderosos y débiles, y los débiles fueron cada vez más condenados a la miseria. En un mundo que cada vez exige más alimentarse bien para poder desarrollar la inteligencia porque el conocimiento es lo que hace fuertes a las sociedades en el tiempo en el que vivimos".
Caparrós se vinculó con el tema del hambre a partir de su trabajo para el Fondo de Población de las Naciones Unidas. El periodista debía visitar todos los años unos diez países y seleccionar historias de vida de jóvenes que dieran cuenta de problemáticas globales (migraciones, cambio climático), etc. Caparrós advirtió un denominador común en los temas que trataba: el hambre. Le pidió a las Naciones Unidas que ese fuera su próximo tema de investigación, más allá de todos los acercamientos involuntarios que había hecho. Por cuestiones burocráticas, las Naciones Unidas no aceptaron su propuesta. Sí lo hizo la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, que financió el proyecto al cual Caparrós le dedicó dos años de su vida.
"Existen en todo el mundo amplios sectores que comen mucho menos que lo necesario pero suficiente para seguir viviendo, se mueren personas en grandes cantidades pero por enfermedades asociadas a la desnutrición, pero no directamente ligadas al hambre. Entonces, es algo muy difícil de poner en escena, porque no participa de ese contexto de gran drama visual. Y además, es una de esas cosas que nos mal acostumbramos a dar por supuesto: “Y sí, hay hambre en el mundo...”. Los ricos suelen caricaturizar una reacción diciendo: “¿Y qué pretenden? ¿Terminar con el hambre en el mundo?”. Entonces sí, fue un problema doble. Por un lado, cómo enfrentar esa temática que está asordinada, y por otro lado, no quería quedarme con un macabro desfile paisajístico de personajes que vinieran a exponer su drama. Si bien quería conocer sus historias, lo que me interesaba era indagar, conocer sus causas y hacer sentido con ellas. Y eso también fue una complicación, porque los motivos del hambre son múltiples, complejos, confusos...", explicó, hablando de su libro, que incluye un capítulo específico dedicado a la Argentina, cuyo título es "La basura". En una entrevista, lo describió de este modo:
-Esa es la puesta en escena ya casi excesiva de ese movimiento, gente que corre desesperada hacia lo que otros desecharon. Pero ese capítulo, que precisamente se llama “La basura”, quizá parte de un título engañoso porque parece referir a este primer episodio donde cientos de personas se lanzan a la basura en el CEAMSE, cuando en realidad creo que alude más a otro fenómeno que sigue contando el capítulo y que me llamó la atención particularmente. Y tiene que ver con el hecho de que en la Argentina de las tres o cuatro últimas décadas se fue constituyendo un sector cada vez más marginalizado, cada vez con menos esperanzas de integrarse a la sociedad. No tiene muchas expectativas de conseguir un trabajo regular, o acceso a la educación completa, en fin, de participar de modo activo en la dinámica social. Y esto que pasa en Argentina (aun cuando las cifras aquí son siempre confusas, representa a cinco o seis millones de personas, lo que equivale a un 12% o 15% de la población) se replica casi igual en el resto del mundo. En el mundo hay mil y pico de millones de personas que viven en condiciones de completa marginalidad, y a mí me impresiona mucho esto porque me parece un fallo muy decisivo del sistema. Un buen sistema, sea el que sea y nos guste cual nos guste, debería ser capaz de utilizar todos sus recursos. Al sistema capitalista le está pasando esto con un 20% de sus recursos humanos: ya no sabe cómo explotarlos. Los avances tecnológicos, los cambios en el sistema de la organización del mercado, hacen que un amplio sector de gente quede ahí tirado sin ninguna utilidad, y entonces se cree que eso se soluciona enviando una bolsa de alimentos si es Burkina Faso o una caja con cosas si es Isidro Casanova. Pero se trata del mismo fenómeno por el que se ignora cómo utilizar a una parte de la población. Incluso, algunos fanáticos si pudieran los matarían, porque resultaría mucho más eficiente en la administración de recursos. Para ciertos sectores del poder, esa es la verdadera basura: esa gente que quedó fuera del sistema.