09 Diciembre de 2018 13:40
"Las cábalas no existen pero ayudan" solía bromear Carlos Salvador Bilardo, uno de los directores técnicos más supersticiosos de la historia del fútbol argentino.
Macri respeta una serie de cábalas.
Y lo mismo parece suponer Mauricio Macri, quien ante cada partido que juega Boca -y obviamente frente a la superfinal de la Libertadores- instrumenta una serie de costumbres buscando atraer la suerte.
Así, el presidente no gusta de ver el partido rodeado por grandes grupos. De hecho, el 31 de octubre la semifinal de la copa en la que Boca jugó contra Palmeiras lo encontró en pleno viaje oficial a Córdoba, y luego de reunirse con el gobernador Juan Schiaretti, se recluyó en una habitación del hotel Howard Johnson de Río Cuarto para ver el cotejo.
Sin embargo, sí se permite la compañía de unos pocos. Así, en el primer partido de la final estuvo acompañado por su hija Antonia, su esposa Juliana Awada y la hija de ésta, Valentina. Y ahora, como cábala, repetirá la compañía.
Lo diferente es el escenario: aquella vez fue en la quinta Los Abrojos y esta, en el country Cumelen de Villa La Angostura, donde pasa unos días de vacaciones.
Otro acompañante con el que Macri se solía sentir cómodo mirando partidos era Eduardo Gamarnik, empresario futbolístico y asesor durante sus años como presidente de Boca, quien murió en octubre.
La 9 de Julio
Los que lo conocen de cerca, sin embargo, remarcan que en sus años al frente del club xeneize sus cábalas eran más estrictas y variadas.
Las supersticiones de Macri eran más estrictas durante sus años como presidente de Boca.
Así, antes de cada partido visitaba sin falta los vestuarios del local y, en los segundos tiempos de los encuentros particularmente complicados, se subía a su auto solo, e iba y volvía por la avenida 9 de Julio preguntando en cada semáforo en rojo el resultado parcial.