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Para no olvidar

"Se acaba la dictadura": cómo se gestó la histórica elección con la que la Argentina recuperó la democracia

Hace cuarenta años se iba a las urnas para terminar con la terrible dictadura militar que gobernó el país de 1976 a 1983.

por Agustín López Paunero

24 Marzo de 2024 08:00
cierre-campaña-alfonsin-octubre-1983
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La elección del 30 de octubre de 1983 fue un antes y un después en la historia y en la institucionalidad política de la Argentina. La necesidad que existía por parte de los ciudadanos y ciudadanas de lograr recuperar la participación democrática, luego de la peor y más sangrienta dictadura militar que el país haya conocido -y sus constantes errores y horrores-, fue el combustible para que la voluntad de las urnas se colocara a favor de la propuesta del Dr. Raúl Alfonsín y la Unión Cívica Radical (UCR).

El hombre de Chascomús tuvo un apoyo notable y los 7.724.559 votos que recibió, correspondieron a un 51,74% del electorado. Bastante por delante de la fórmula que llevó el Partido Justicialista (PJ), que contó con el santafesino Ítalo Argentino Luder como candidato a presidente y el chaqueño Deolindo Felipe Bittel como vice, y que se llevó 5.995.402 sufragios que representaron un 40,16% del total.

La enorme participación de un total del 85,61% del padrón electoral, fue una muestra más de la voluntad popular de terminar con un régimen que había secuestrado, torturado y asesinado a generaciones de militantes que decidieron enfrentar en lo político -y algunos en lo militar- al gobierno de facto, con el inédito hecho de, además, secuestrar a más de 450 bebés, según las investigaciones de las Abuelas de Plaza de Mayo, quienes hasta el momento sólo recuperaron la identidad de 130 de ellos.

Y el ascenso de Alfonsín también estuvo vinculado a la interpretación que hizo el abogado de las principales preocupaciones de los argentinos y las argentinas, algo que además de refrendarse en el resultado, se puede verificar -con el diario del lunes- en lo que fue su discurso de cierre de campaña, el cual realizó el 26 de octubre sobre una colmada Av. 9 de Julio.

Pero la caída del Proceso de Reorganización Nacional, comenzó algunos años antes, cuando ya se caía sola la mentira de que habían venido a ordenar un país, por todos los fracasos que se imponían tanto en lo político como en lo económico.

"No podemos fallarle más a nuestro pueblo. El último fracaso nos llevó a este periodo tremendo de la historia argentina. A frustraciones que parecieron definitivas", pronunció el expresidente aquel miércoles por la noche de hace 39 años. "Vinieron a decirnos que venían terminar con la especulación, y nunca quien especuló más ganó tanto y quien quiso trabajar en serio perdió más en la Argentina. Vinieron a decirnos que venían a terminar con la inflación, y no hay serie histórica desde 1810 a la fecha, en la que hayamos vivido una inflación como esta. Vinieron a decirnos que traían la paz, y nos metieron en la guerra y en una represión atroz e ilegal", describió.

Tan solo en esas palabras está la demolición del argumento del Proceso de que llegó para terminar con la violencia política y con las organizaciones armadas que ponían en jaque al orden de la Nación. Más allá de que al grueso de las fuerzas de la guerrilla, que componían principalmente el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y los Montoneros, ya las habían derrotado durante el gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón (más conocida como Isabelita), un hecho poco reconocido por los auspiciantes de conceptos como la "guerra sucia", que buscan justificar el genocidio y negar el rol atroz que cumplieron desde la Junta Militar que encabezaron, en un comienzo, los dictadores Jorge Rafael Videla, Emilio Massera y Orlando Ramón Agosti.

 

Una nueva situación política

Para la llegada de la década del 80´, las aspiraciones del gobierno de facto, que en ese entonces ya conducían Roberto Eduardo Viola, Armando Lambruschini Omar Domingo Rubens Graffigna, ya se encontraban muy deterioradas.

 

Amparados en la posición que predominaba en el PJ de aquellos días, de volver a la democracia con la promesa de una ley de amnistía que perdone a los genocidas y torturadores con el fin de terminar con la división que asolaba al país, sabían que sus días en el poder estaban contados, producto de una movilización incontrolable que se gestaba en lo más profundo de las organizaciones sindicales, políticas y de derechos humanos, que desafiaban al poder de facto cada vez más.

Así fue que, ya con el dictador Leopoldo Fortunato Galtieri a cargo del mando del país, se conformó la Multipartidaria, un espacio compuesto por la UCR, el PJ, el Partido Intransigente (PI), el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) y la Democracia Cristiana, con el cual se preparaban para la vuelta a las urnas.

Y desde ese agrupamiento fue que se convocó a la primera Marcha por la Vida, el 9 de diciembre de 1981, cuando ya el grito de "aparición con vida y castigo a los culpables" de los 30 mil desaparecidos se hacía popular y comenzaba a impactar en los sectores más despolitizados, que habían seguido la realidad de los últimos años a través del miedo de los medios de comunicación a informar la verdad.

Aunque esa primera edición de la movilización tuvo un impacto considerable, la que ocurrió sólo unos meses después, fue la que quedó en la memoria de la gran mayoría de argentinos y argentinas. Es que el 30 de marzo de 1982, el Proceso se enfrentó a la marcha más grande que su breve paso por el poder había podido ver hasta el momento, y los resultados fueron esclarecedores respecto a la crisis en la que estaba metido el gobierno de facto.

Luego de un año en el cual la inflación había cerrado en un 164,7%, la Confederación General del Trabajo (CGT) Brasil, que encabezaba el cervecero Saúl Ubaldini, convocó bajo la consigna "Paz, Pan y Trabajo", y el llamado fue apoyado tanto por las organizaciones estudiantiles de aquel entonces, como las de derechos humanos que venían creciendo al son de los crímenes de lesa humanidad que el poder realizaba.

En aquella oportunidad donde, sólo en la Ciudad de Buenos Aires marcharon, 15 mil manifestantes, los trabajadores fueron enfrentados por una brutal represión que terminó con dos mil detenidos, entre los que se incluyó el secretario general Ubaldini, y muertos, como el caso del entonces secretario general de la Asociación Obrero Minera Argentina (AOMA), José Benedicto Ortíz, quien murió algunos días después, luego de que un gendarme le disparara en su pecho con un fusil FAL durante la movilización en la capital de Mendoza.

 

Una guerra para descomprimir  

Lo que vino después en la política argentina fue uno de los eventos más sorprendentes de los cuales se tenga registro. Asolada por la violencia, la muerte y la depreciación económica que había generado, la dictadura que comandaba Galtieri recuperó el apoyo parcial con una jugada arriesgada, seductora de las voluntades de las mayorías, y que terminó en el último gran fracaso que el gobierno de facto enfrentó: la Guerra de Malvinas.

 

La utilización de la causa más importante que tiene el país en materia de política exterior, como un manotazo de ahogado para descomprimir el creciente conflicto social y transformar los rechazos en apoyos, cumplió bien su función mientras el relato acerca de que la guerra se estaba ganando estuvo vigente.

La misma CGT que se había enfrentado en la calle al régimen militar, el 2 de abril -tan sólo tres días después de su protesta- estuvo en la Plaza de Mayo para apoyar el desembarco en Malvinas y solidarizarse con los combatientes que marchaban a las Islas. La causa anticolonial que tiene siglos en el país, siempre fue lo suficientemente fuerte como para unificar en un solo reclamo a todos los argentinos y a las argentinas, como quedó demostrado en aquellas jornadas.

La falta de pericia expuesta por los comandantes militares de la Argentina a la hora del enfrentamiento armado con uno de los ejércitos mejor preparados del mundo, y los mercenarios que peleaban a favor de este, fueron determinante para derrotar a la una Nación que -en unos pocos meses- vio cómo se iba el apoyo popular que había obtenido al comenzar el conflicto.

 

El discurso que ganó una elección

La campaña electoral de aquel convulsionado año 1983 reflejó las discusiones que se vivían dentro de la sociedad en las dos propuestas fuertes, pero fue la del radicalismo la que supo apuntar al reclamo de justicia que crecía dentro de los pechos de los habitantes del suelo argentino que habían visto gobernar de forma incivilizada a la dictadura militar.

 

Es que mientras que el candidato a gobernador peronista por la provincia de Buenos Aires, Herminio Iglesias, en su cierre prendía fuego un ataúd con las siglas de la UCR y el nombre de Alfonsín, en un claro acto de desconocimiento del contexto de aquellos días, el radical convocaba a la unidad nacional y prometía que no iba a haber "radicales ni antiradicales, ni peronistas ni antiperonistas cuando haya que impedir cualquier loca aventura militar que pretenda dar un nuevo golpe".

Este contraste entre una fuerza como el PJ que, en caso de ganar, concebía mantener la Ley de Autoamnistía Nº 22.924 que los militares habían promulgado el 22 de septiembre de 1983 para perdonarse de su crímenes, y la que encabezaba un Alfonsín que se pronunciaba a favor de un modeló donde "peronistas y antiperonistas, radicales y antiradicales, harán su tarea para defender los derechos de todos" y "para preservar a la sociedad argentina de cualquier loca aventura golpista".

"Ni Luder, ni Bittel, o (Antonio) Cafiero, estaban en condiciones de llegarle a la gente. Alfonsín interpeló a los sectores medios con un discurso más interesante y supo llegarle a los sectores populares. Por eso ganó y fue lo mejor que le pudo pasar al país. El peronismo no había superado la herencia de Isabel (Perón) y (José) López Rega. No podía gobernar", reconoció ante Télam Julio Bárbaro, asesor de la fórmula peronista y candidato a diputado nacional de 1983.

En cada visita a localidades del país que hacía el radical para conseguir votos, realizaba discursos que terminaban con el Preámbulo de la Constitución Nacional, lo que definió en el acto de cierre como un "rezo laico y una oración patriótica" de su campaña.

"Que nadie se deje deslumbrar por los resplandores de las glorias del pasado. Yo les aseguro, amigos de Buenos Aires, les garantizo, si nosotros cumplimos con nuestro deber, nuestros nietos nos van a honrar", prometió Alfonsín ante una colmada Av. 9 de Julio. Y durante su gestión tendría puntos altos, como el Juicio a la Junta que la película 1985 de Santiago Mitre se encargó de retratar, pero luego vendrían momentos más tristes.

Las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que comenzaron con la impunidad con los genocidas; el colapso económico y financiero que terminó con la hiperinflación de fines de los ochenta; y más adelante -en 1994- el Pacto de Olivos con el entonces presidente Carlos Saúl Menem que fue la raíz de la polémica reforma constitucional de ese año, serán las manchas que seguirán la carrera del abogado de Chascomús hasta los libros de historia, donde también  tiene una página que lo bautizó como el padre de la democracia argentina.

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