Cuando en 2020 su hijo menor le preguntó si creía que a él lo iban a secuestrar y desaparecer, Anita Fernández Careaga nunca creyó que sólo tres años después iba a estar subida en el subte porteño, preocupada por la democracia y contando su historia. Aunque esta no es sólo la suya, también es la de su madre torturada con 16 años con ella en la panza, la de su abuela desaparecida dejando a las dos en el exilio y volviendo porque iba a seguir buscándolos "hasta que aparezcan todos los desaparecidos", porque también eran sus hijos.
Nacida en el exilio del frío sueco, volvió a una Argentina con una democracia nueva y frágil en 1984, y tuvo que convivir con la teoría de los dos demonios, con el "por algo será" que debía escuchar en la escuela de parte de alumnos y maestros. Y también con el miedo. En aquellas noches en las que los genocidas todavía vivían en libertad, se llevaba a su hermano bebé a su cama y lo ponía entre ella y la pared. Donde debía estar, dejaba un muñeco; una triste maniobra de distracción en caso de que volvieran a intentar secuestrarlos.
Debía escuchar ese relato perverso, mientras convivía con la ausencia de su abuela Esther Ballestrino de Careaga y las marcas de tortura en el cuerpo de su madre Ana María. Una que los cuidó con amor y los protegió, sin importar todo lo que había atravesado en el campo clandestino El Club Atlético, donde sus torturadores la llamaban "piojo" porque era la más chiquita en el lugar. "Vos te querés morir, pero no vamos a dejar que te mueras para seguir torturandote", le aseguraban.
Ella estuvo en un centro clandestino de detención cuando todavía no había nacido. Y las torturas que recibió su madre la habían afectado en su genética. Le habían dicho que no iba a poder ser mamá, pero ese pronóstico se revirtió. "Al final pude tener a mis hijos; otra pequeña gran victoria entre tanta muerte", reconoció ante BigBang, a días de una elección en la que las expresiones negacionistas estuvieron a la orden del día, y ensuciaron los 40 años de democracia ininterrumpida que se cumplen, con la reivindicación del genocidio de 30 mil desaparecidos cometido por la última dictadura militar.
-Contaste tu historia en el subte y se hizo viral. Pero es mucho más completa que eso, ¿no?
-Sí. Soy hija de sobreviviente, mi mamá estuvo desaparecida, pero sobrevivió. Por eso nací en Suecia. A ella la secuestran con 16 años estando embarazada de menos de tres meses y la llevaron al ex centro clandestino de detención, tortura y exterminio conocido como El Club Atlético, que es el que está en Paseo Colón y San Juan. Allí se pueden ver los restos. Era el sótano de un edificio de la Policía que fue tirado abajo para hacer la autopista. Se hicieron excavaciones cuando los sobrevivientes, por distintos testimonios, se dieron cuenta que era donde habían estado. Entre lo que decía uno, lo que decía el otro y demás, se pudo encontrar ese sitio, excavar y hallar un montón de material. Era tal cual decían los sobrevivientes. Ahí había desde cadenas, hasta paquetes de cigarrillos, o de gorras de policía. Eso se tiró abajo y se dejó casi como estaba. Allí hay un trabajo pendiente de excavación hacia donde estaban las celdas, que ojalá se pueda avanzar porque creo que se podría encontrar mucha información también.
Ahí es donde fue llevada mi mamá. En cuanto llegó, le sacaron la ropa, la despojaron de todo, incluso su nombre: ella pasó a llamarse "K04". La comenzaron a torturar, fue brutalmente torturada. Ella no dijo que estaba embarazada en un primer momento. Le preguntaban si estaba embarazada y ella dijo que no. Eso creo que paradójicamente debe haber ayudado a que yo me salve. Toda la tortura que hacían ellos era planificada. O sea, ellos torturaban, pero después no te dejaban tomar agua porque sino te morías, y la idea era que no te mueras hasta que ellos decidieran que te mueras. Ellos mismos lo decían: "Vos te querés morir, pero no vamos a dejar que te mueras para seguir torturandote".
Cuando después saben que ella está embarazada, la torturan específicamente porque no lo dijo, con un estilo que es irreproducible, pero le decían si querían que la haga abortar, que la iban a hacer abortar, o que yo no iba a nacer o que iba a nacer mal. A ella le decían "piojo" porque era la más chiquita. Cumplió 17 años ahí y salió con casi siete meses de embarazo. Ya se le notaba la panza, que era lo único que tenía, porque estaba anémica, lastimada. Todo el tiempo que pasó ahí estuvo con cadenas en pies y manos, y vendas en los ojos.
Cuando salió en ese estado deplorable y logró encontrar a su mamá, porque a ella la dejaron tirada en la esquina de la casa donde había crecido, pero en la que ya no había nadie, decía que tenía miedo que den la vuelta y la maten, o la vuelvan a agarrar y se metió en esa casa. Cuando pudo encontrarse con mi abuela, ella la llevó a Brasil junto a mi primo, que tiene a su papá desaparecido y que en ese entonces era un bebé. Mi abuela también ayudaba y acompañaba a la familia de él, que hasta el día de hoy está desaparecido.
En Brasil se pide asilo político, el primer país en darlo es Suecia y hacia allí fuimos. Mi abuela vuelve a la Argentina, vuelve con las Madres de Plaza de Mayo, que le dicen: "¿Qué hacés acá? Si vos ya recuperaste a tu hija", y ella les contesta: "Yo voy a seguir hasta que aparezcan todos, porque todos los desaparecidos son mis hijos". Lo que da cuenta de lo que era ya el movimiento, donde cada una buscaba por su hijo, pero también por todas y todos, y la solidaridad que tenían esas mujeres, más allá del acto solidario ético de mi abuela.
Bueno, ella finalmente es secuestrada. Es desaparecida junto a María Ponce de Bianco, y una de las monjas francesas, desde la Iglesia Santa Cruz, en un operativo el 8 de diciembre que también incluyó otro el 10 de diciembre, cuando la secuestran Azucena Villaflor de De Vincenti y a la otra monja. Son llevadas a la Ex ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada). Y finalmente son arrojadas con vida al mar. Este es el predio en el que se expresó como que podría ser un espacio donde miles de argentinos se diviertan y lo disfruten. Es ese predio, donde se torturó, se violó, se hizo trabajo esclavo, se quemó gente y se arrojó gente desde ahí partiendo en aviones para lanzar personas vivas al mar.
Es el mismo lugar en el que estaba (Jorge Eduardo) "El Tigre" Acosta, que es el que nombro cuando me subo al subte. Él cuando estaba en la ESMA, se refería a estas monjas como "las monjitas voladoras", para que veamos lo siniestro de todo lo que sucedía durante el terrorismo de estado.
Cuando nosotros llegamos a Suecia, los médicos la revisan a mi mamá, que estaba en un estado muy delicado. No sabían cómo iba a nacer yo, porque tuve algunos problemas por tener menos de tres meses y estar en plena formación. Con la tortura y demás hay un material genético que debería haber ido a un lado, y fue a otro. Tuve algunas intervenciones, cuando era joven me habían dicho que no iba a poder tener hijos. Al final pude tener a mis hijos; otra pequeña gran victoria entre tanta muerte.
Cuando llegaron al campamento de refugiados en Suecia -eran otras épocas y eran muy caras las comunicaciones-, les dijeron que tenían derecho a dos llamadas. Ellos usaron una para avisar que habían llegado bien, y la otra la guardaron para cuando yo naciera, para contar qué había sucedido, cómo había nacido, si lo había hecho y demás, entre tanta incertidumbre. Y cuando llaman el 11 de diciembre de 1977, para avisar que yo había nacido, se enteran que tres días antes mi abuela había sido secuestrada y desaparecida.
No sabían cómo iba a nacer yo, me habían dicho que no iba a poder tener hijos. Al final pude tenerlos; otra pequeña gran victoria entre tanta muerte"
También es muy fuerte para mi mamá, que intentaba reponerse a todo lo vivido, lejos de su propia madre, con lo que uno la necesita en esas situaciones. Ella lo vivió todo con 17 años recién cumplidos. Y después, una vez que la secuestran sabiendo en carne propia qué significaba eso. Es tan terrible lo que sucedía en los campos de concentración, que aunque se cuente todo, es inenarrable; y ella lo sabía en carne propia. Eso siempre me pareció terrible, y a la vez admirable: como pese a todo nos pudo educar con tanto amor, conciencia e incluso con alegría. Porque a pesar de las pérdidas, mis hermanos y yo crecimos con alegría.
¿Qué te genera esta explosión de negacionismo?
-Me parece terrible, por un lado, y por el otro me parece preocupante. Esto ya se vivió. En el 84 vinimos a la Argentina, y era la época de "por algo será" y la teoría de los dos demonios. Incluso en la escuela para mí era muy fuerte porque era así, justificaban, en lo poco que puede interpretar una niña de estas pérdidas, de ver las marcas en el cuerpo de mi mamá porque eran notorias, de no tener a mi abuela porque estaba desaparecida. Uno nace con esa historia y la sabe, y es muy fuerte que en la propia escuela uno note ese "por algo será".
Yo crecí con mucho miedo, lo sacaba mi hermanito bebé de la cuna, y lo ponía al lado mío contra la pared, y en la cuna ponía un muñeco por si venían a llevárselo, para que se confundan. Estas cosas, desde la inocencia de una niña y desde el terror de una niña también. Nos costó mucho, fue un trabajo de los organismos de derechos humanos diciendo: "Sí, por algo fue: querían esto, opinaban esto, buscaban esto y pasó esto". Denunciar la verdad, explicarla sin odio, sino con consciencia y con verdad, y pidiendo memoria, verdad y justicia, una tríada que fue innegociable. Tanto cuando estuvieron las leyes de impunidad, el indulto, los juicios de la verdad, nunca acá se resignó el camino de la justicia, que es importante para avanzar en la democracia de un país.
Y cuando uno cree que ya se logró ese pacto civilizatorio, ese contrato social que tenían los argentinos, vuelve a comenzar esto. Me parece peligroso porque cuando se empieza a permitir desde los medios masivos de comunicación este nivel de violencia, cuando se empieza a incentivar desde el Estado, como hizo Mauricio Macri con "el curro de los derechos humanos", donde cada vez hay menos límite de lo que uno dice, y termina en un intento de magnicidio a Cristina Fernández de Kirchner, que nos puede gustar o no, pero es una vicepresidenta elegida democráticamente, a la que se intentó matar, y después se dijo cualquier cosa, como si nada hubiese sucedido.
Crecí con mucho miedo, lo sacaba mi hermanito bebé de la cuna y lo ponía al lado mío contra la pared"
Cuando se permite ese avance en esas cosas llegamos al punto en el que estamos ahora, donde personajes usan elementos de la democracia, se presentan con las herramientas que tiene la democracia, para plantear teorías y ejercer prácticas antidemocráticas. Eso es muy peligroso, porque si el Estado va a ser el que reivindica estas cosas y el que no nos protege, nos cuida y no gobierna para todos y todas, independientemente de nuestras ideas, estamos en un problema muy grave, que no sé cómo vamos a resolver.
Protegías a tu hermano por el miedo a que lo secuestren. Era la época de la vuelta a la democracia, sin que aún se hayan juzgado a los genocidas.
- Justamente estos miedos se generaban porque los genocidas estaban en la calle. Uno se los podía cruzar, no los reconocía. Mi mamá fue reconociendo con el paso de los años en democracia, ella estuvo con venda en los ojos. Reconocía voces, después era unir los apodos con los nombres, pero no veía esas caras. Entonces uno sabía que podían estar entre nosotros. De hecho, (el torturador) "El Turco" Julián (Simón), que un momento se empezó a pasear por los canales de televisión, paraba un café en la esquina de mi escuela, por donde yo vivía en Constitución. Por eso es tan importante la justicia.
Una de las cosas que también me llevó a subirme al subte es decir: "No puede ser que tanta gente elija esto". No puede ser porque, hace unos años, cuando se intentó imponer el 2x1 (para reducir las pena de los genocidas), la gente salió masivamente a lo largo y a lo ancho del país, a decirle no en las canchas de fútbol, en los recitales, y fue ahí donde también se encontraron las historias desobedientes, o asambleas desobedientes, de hijos, hijas y familiares de genocidas, que se quieren diferenciar de esos genocidas que, con las mismas manos que los acariciaban o les pegaban, de acuerdo a la historia que tuvo cada uno, torturaban y violaban.
Yo pensé que tal vez muchos quieren un cambio, y eso es entendible, porque hay una crisis económica, la estamos pasando mal, pero los cambios siempre tienen que ser dentro de la democracia, con lo cual hay que expresarlo para que la gente sepa que esta no es una alternativa, porque esto es neofascismo. Estamos eligiendo entre democracia y neofascismo. Elijamos democracia, y desde ahí construimos, debatimos, discutimos y volvemos a elegir. Que al menos el que no lo sabe, lo sepa y así no lo elija, y el que lo elige, se haga cargo que está eligiendo eso, porque está poniendo en peligro la democracia a 40 años, con lo que nos costó y nos sigue costando reconstruirla.
Tal vez muchos quieren un cambio, y eso es entendible, pero los cambios siempre tienen que ser dentro de la democracia"
El militar retirado Iván Volante subió un Tik Tok con un Ford Falcón verde y puso "siete, aunque un poco incómodos, entran en este baúl". ¿Qué te genera que salgan directamente a decir vamos a volver a hacer lo que hicimos?
-Me genera angustia, preocupación, y no deja de sorprenderme como un ser humano puede hacer esas cosas, decirlas, reivindicarlas después, y que no suceda nada. Eso no deja de llamarme la atención. Primero que alguien sea capaz de hacerle ese tipo de cosas a otra persona. Como decía una fiscal: "No son monstruos, son seres humanos que hicieron cosas monstruosas". Y eso lo demuestra ahora esto, que usen el Falcon para amenazar, y este goce sobre lo que hicieron; que pongan bolsas mortuorias en Plaza de Mayo con los nombres de Estela de Carlotto o de otros representantes de organismos; la guillotina con la vicepresidenta; ese goce, ese disfrute de "tengan miedo, les va a pasar", porque lo dicen.
Ya que la gente tenga este nivel de violencia es feo, pero que eso vuelva a ser desde el Estado, me genera sorpresa y un estado de alerta importante. No creo que la mayoría queramos eso. Tenemos que rever nuestro individualismo, de querer estar mejor, que es algo lógico, pero pensemos lo que arriesgamos, porque a veces uno por querer algo, atenta contra sí mismo.
Tu abuela, tu madre, vos, las tres generaciones vivieron toda esta lucha por la memoria. ¿Cómo la viven tus hijos?
-Mi hijo más chico nació en el 2013 y está muy identificado con Norita Cortiñas, siempre le hizo mucho ruido su historia a él, se conmovió mucho con las veces que habló con ella. Antes de que hable en el subte, un día me preguntó: "Mamá, ¿vos pensás que yo voy a desparecer o me van a secuestrar?". Yo le dije que no, que de ninguna manera. Y me dice: "Pero al hijo de Nora le pasó". Ahí insistí con que "no te va a pasar nunca porque los argentinos ya dijimos nunca más y no queremos. Eso fue en dictadura y no vamos a estar nunca más en dictadura".
Me parecía inverosímil, y esto fue hace tres años atrás, que él tenía este miedo. Evidentemente algo se empieza a gestar, que tal vez uno cree que ya hay un contrato social que no se va a romper, y no: el nunca más hay que construirlo día a día. Estos jóvenes que están votando ahora, no sintieron ese miedo nunca.
El nunca más hay que construirlo día a día. Estos jóvenes que están votando ahora, no sintieron ese miedo nunca"
¿Cuán necesaria creés que es una legislación anti negacionista en este momento?
- Por un lado me parece sorprendente que necesitemos una legislación, pero por otro no debería suceder es que alguien que ocupe un cargo de responsabilidad en comunicación o del Estado, tenga pronunciaciones a favor del terrorismo de estado. Las negacionistas sí, pero todavía peor, de reivindicación, cómo está sucediendo ahora. Porque están avalando la violencia, no debería ni estar en discusión.
Esta la consigna de "ni fueron 30 mil, ni fueron inocentes", que es una confesión de que no interesa el número, porque directamente avala todas las atrocidades que se cometieron...
-Hay contextos históricos, y uno puede discutir en un montón de cosas, pero el tener el poder del estado y usarlo para secuestrar, torturar, desaparecer planificadamente -porque eso se planificó, se organizó-, y tener a esas personas indefensas, atadas de pies y manos, siendo torturadas, una y otra vez; siendo violadas, con sus hijos, con su familia, no. Eso evidentemente es lo que hay que volver a transmitir, porque en algún punto se perdió. Nosotros creímos que estábamos en democracia, que podíamos volver a convivir y discutir las ideas para construir un mundo más justo, y ya empezamos a retroceder a cosas que son brutales.
¿Te preocupa que los avances en los juicios a los genocidas puedan interrumpirse?
- Sí, no solamente eso, sino que los genocidas vuelvan a estar en la calle, vuelvan a estar junto a cualquiera de nosotros, y que te lo puedas cruzar en una fila de supermercado. Me preocupa muchísimo, porque ni en la pandemia los juicios se detuvieron. Se buscó la forma y siguieron avanzando, mal que mal, desde la virtualidad. Entonces que hoy, paradójicamente a 40 años -un número redondo- de democracia, puedan ponerse en juego no sólo el avance de los juicios sino que vuelvan a estar los genocidas en la calle.