Veo un afiche en la calle. Dice A 30 años del primer Obras de Ramones y anuncia un show con dos ex integrantes de la banda: Richie Ramone (baterista) y CJ Ramone (bajista), más Mariano Martínez de Attaque 77 y Seba, de Expulsados, en el Teatro Vorterix. Me impresiona la efemérides. A 30 años. Me impresiona porque yo estuve ahí. Tenía 16 años y fue uno de esos momentos que a un adolescente -y había muchos aquella noche en el Estadio Obras- le quedan grabados para siempre. Hoy se cumplen exactamente 30 años del primer show de la banda neoyorquina en la Argentina: el comienzo de una historia de amor que terminó con el último show, nada menos que en el estadio de River. Fue el miércoles 4 de febrero de 1987, un día incómodo para los fans que trabajaban, pero no tanto para los que íbamos al colegio secundario, porque, como es lógico, en febrero todavía no comenzaron las clases.
Evocación de aquella jornada histórica.
Yo estuve ahí y, como muchos adolescentes, por entonces no tenía un peso en el bolsillo. Me había ido de vacaciones a Mar del Plata con mi novia y dos amigos: mis padres tenían una casa y eso facilitaba las cosas, pero el viaje era gasolero. No demasiado lejos estaba el festival Rock In Bali, organizado por el joven empresario Amado Boudou. Fue el 25 de enero y estuvieron Soda Stereo, Virus, Sumo, Los Violadores. Yo no estuve ahí: lo escuché por la radio, en vivo, desde Mar del Plata. Ante la frustración por no haber podido ir al festival, nos juramos que veríamos a los Ramones sí o sí. Juntar el dinero para las entradas requería algunos sacrificios: de ahí una cena compuesta exclusivamente por alfajores Guaymallén, que se vendían en la peatonal San Martín, a razón de 12 por un peso. Así fue como pudimos ahorrar para dos populares.
Pleasant Dreams, el disco de la banda que prefiere el autor de esta nota.
El disco por el cual Los Ramones entraron en el público argentino es uno de los que a la banda les gustaba menos: Pleasant Dreams, también conocido como Sueños placenteros. Es uno de los discos menos punk de la banda: o digamos, un disco de punk melódico, en el cual la banda toca más despacio y las canciones se paladean un poco más, se reconocen como canciones y no como estallidos de furia. Pleasant Dreams tiene temazos: She is a Sensation, The KKK Took My Baby Away, 7:11, y tantos otros. No sé cuál de mis compañeros lo llevó al colegio y tuvo la generosidad de prestármelo unos días: puede haber sido Javi o el Negro Osuna, pero lo cierto es que el disco dejó huella. La suficiente como para comprar las entradas apenas regresé a Buenos Aires.
A último momento se sumó el "Chino" Martínez, otro de los compañeros del colegio, de modo que terminamos yendo tres personas: mi novia, el Chino y yo. Recuerdo que llegamos bien temprano, con tiempo. La longitud de la fila y la cantidad de pibes que andaban dando vueltas por Libertador en busca de una entrada nos hicieron comprender dos cosas: a) que el estadio iba a estar repleto y b) que éramos muchos los que sabíamos que aquella sería una jornada histórica. Pero algo salió mal.
Imaginate que estás haciendo la fila para un recital soñado, que cenaste alfajores Guaymallén en tus vacaciones para poder ahorrar la plata para una modesta popular, que finalmente estás ahí, haciendo la fila, disciplinadamente, y el recital empieza. Con vos, que pagaste la entrada, afuera.
Dee Dee, Richie, Joey y Johnny Ramone: la formación que vino a la Argentina en 1987.
¿Qué bajón, no? Así fue. ¿Cuánta gente estaba afuera cuando empezó el show? ¿La mitad de la que había pagado su entrada? ¿Y por qué? ¿Porque sobrevendieron entradas? ¿Por un exceso de celo de la policía contra esos chicos, casi unánimemente vestidos de negro, unos cuantos -los menos pero muy pintorescos, con crestas punk de colores? Llegamos a ver algunas piedras. No les dimos mucha bola. No corrimos. Ni locos nos alejábamos de la zona: teníamos las entradas y en algún momento se iban a dignar a permitirnos pasar.
Empezamos a las puteadas. Los que estaban adelante intentaron entrar por la fuerza. La policía rápidamente nos hizo comprender que entraríamos cuando ellos quisieran. Y mientras tanto, el recital seguía adentro, para la mitad que había podido entrar. Nosotros entramos a los 40 minutos de show, de un show que duró con toda la furia, 80 minutos. Demás está decir que subimos corriendo las escaleras que llevaban a la popu. Demás estaba decir que adentro hacía un calor infernal. Y arriba del escenario estaban los Ramones.
Johnny y Joey Ramone, entrevistados a bordo de un Ford Falcon porteño. 1987.
Y no, aquello no tenía nada que ver con mi disco favorito de la banda. Fue un tema largo de 40 minutos, pero... ¡Qué tema, señores! Cuatro sonidos guturales, que por contexto uno podía identificar como "One, Two, Three, Four", nos hacían saber que había terminado una canción y que comenzaba otra. Fue un trueno, uno no podía dejar de bailar y de sacudir la cabeza como poseso. Juraría que entramos con "Sheena is a punk rocker", el número 13 de la lista de 31, pero no puedo asegurarlo. Fue un trueno. La cara arrebatada, la remera empapada de sudor. La gloria. Joey altísimo, Johnny sacudiendo su flequillo, Dee Dee del lado de la otra popular, un poco lejos de nosotros, Richie escondido detrás de una batería imponente.
No hay análisis racional posible para una experiencia semejante. O lo tomás o lo dejás. Nosotros lo tomamos. Nos partió la cabeza. Hubiera sido lindo verlo entero, porque se nos pasó volando. Porque fue un soplo. Pero... ¡Qué soplo, señores! No lo olvidé nunca y aunque luego la banda vino otras veces, y aunque pude verlos de nuevo de principio a fin -y esta vez con mejores ubicaciones y hasta la posibilidad monetaria de comer una pizza a la salida, ningún otro show tuvo para mí la épica del que inauguró la serie. Rockaway Beach se me pegó para siempre. Aquella formación, además, no se volvió a repetir. Dee Dee y Richie abandonaron la banda y en su reemplazo llegaron CJ por Dee Dee y el regreso de Mark en lugar de Richie.
La mejor banda punk de todos los tiempos.
El show fue organizado por el empresario Daniel Grinbank. Luego me dediqué al periodismo, lo conocí, lo entrevisté y entré gratis a infinidad de conciertos detrás de los cuales estaba él, pero nunca le perdoné aquel mal trago. O sí, creo que se lo perdoné cuando trajo a los Rolling Stones.
Tres de los cuatro músicos que tocaron aquella noche en Obras están muertos: Joey Ramone, el cantante; Johnny Ramone, el guitarrista, y Dee Dee Ramone, el bajista. El único sobreviente es Richie Ramone, el baterista. Dee Dee se casó con una argentina punk rocker como él (pero más joven que él, claro), vivió en Banfield y en Burzaco y supo de posteriores visitas de la banda cuando ya no la integraba. El conurbano bonaerense, donde vivió Dee Dee, debe ser uno de los lugares del mundo donde los Ramones son más admirados.
Nueve años después, el 16 de marzo de 1996, Los Ramones se despidieron en la cancha de River. Conozco gente que fue y hay diferentes versiones sobre la calidad del show: algunos dicen que la banda sonó desinflada, como si el estadio gigante -muy poco usual en la historia de la banda- lo excediera un poco, como si la despedida estuviera demasiado presente. Otros dicen que estuvo tan bueno como siempre. No estuve allí. Ya los había visto muchas veces y no me conformaba la idea de verlos tan lejos, y sobre todo, de compartirlos con aquellos paracaidistas que no habían estado la primera vez, el 4 de febrero de 1987, en uno de esos conciertos en los que todo el mundo dice haber estado pero yo estuve de verdad. Tenía 16 años y me dieron una inyección de felicidad y punk rock que me dura hasta hoy.