Pochoclo, sí. Pero pochoclo del bueno. La cuarta temporada de La Casa de Papel se puede analizar desde dos perspectivas. Con mala onda podemos decir que es más de lo mismo. Con buena onda podemos decir que no falla. Quiero decir, la estructura de las cuatro temporadas es exactamente igual. Las dos primeras se centran sobre la toma de la Casa de la Moneda de España, con la intención de imprimir cientos de millones de euros; las dos últimas, y evidentemente la que viene, en la toma del Banco Nacional de España. Y así es como la banda está dentro de la Casa con sus rehenes, la policía está afuera con su carpa y el Profesor está en su cuartel general tratando de coordinarlo todo y de evitar ser descubierto. Asistimos a flashbacks que nos muestran cómo se organizó el golpe y cómo se previó resolver la contingencia que se presenta. La banda, una vez más, tiene un caído (No diremos cuál, sí que es el cuarto en cuatro temporadas). Y a su vez aparecen aliados periféricos que forman una especie de divertida Armada Brancaleone, siempre a las órdenes del profesor. ¿Y qué mejor, en este momento de nuestras vidas, qué disfrutar de un encierro apasionante?
El lugar del genio loco algo desequilibrado que antes representaba Berlín (Pedro Alonso) lo toma ahora Palermo (el argentino Rodrigo de la Serna), viejo amigo y vanamente enamorado de Berlín. Por supuesto, el fallecido hermano del Profesor sigue apareciendo desde el pasado: es un personaje demasiado rico para desecharlo del todo así como así.
La tercera temporada había terminado fatal: la perversa policía Alicia Sierra le había hecho una zancadilla horrible a Nairobi: la había hecho exponerse para ver a su hijo, para que un grupo de francotiradores la acribillara luego sin dificultad. Y para colmo Lisboa, otrora la inspectora Raquel Murillo, había sido detenida por la policía y el Profesor creía que la habían matado. Todo muy mal. De modo que en la cuarta temporada, la banda tenía que: a) salvarle la vida a Nairobi; b) liberar a Lisboa; c) proseguir con el plan de fundir el oro del Banco Nacional de España y salir con vida de allí.
Hay en la banda un cierto sesgo anarco-libertario-progre. El aparato del Estado se comporta con perversa impunidad y la policía es capaz de cualquier cosa, desde enterrar vivo a un prisionero hasta de detener clandestinamente a una persona. Por eso los ladrones son queridos por la sociedad, que los ve como una suerte de resistencia a un orden opresor. Al mismo tiempo, algunos discursos en clave feminista/queer atraviesan la serie: si en la primera parte de la serie Nairobi desafió a Berlín al grito de "Comienza el matriarcado", ahora es Tokio quien desafía en la banda el poder del gay misógino de Palermo, y además hoy en la banda una mujer trans: Manila, que antes se llamaba Juanito y ahora se llama Julia y está buenísima. La misión de la nueva agente es mantenerse infiltrada entre los rehenes y evitar toda sublevación. Por otro lado, el siempre repugnante Arturito apelará a unas misteriosas pastillas para abusar de una rehén, pero será castigado por ello. Vale decir. todos estos conflictos están expuestos en clave liviana, que al fin y al cabo se trata de una serie de acción y no de un tratado feminista, pero están. La gran novedad es la presencia de Candía, el jefe de Seguridad del Banco de España, una especie de Terminator madrileño que les causa graves daños (no diremos cuáles) a la banda y genera una batalla dentro del Banco que los mantiene distraídos durante la mitad de la cuarta temporada.
Ya conocemos a todos los personajes (Manila, recién presentada, posiblemente se luzca en la temporada que viene), ya conocemos el esquema de la serie, que permanece intacto, no hay ninguna clase de sorpresa en cuanto a la estructura. Los leit motiv son los mismos, la vestimenta también. La eterna partida de ajedrez del Profesor con la policía, la idea de encerrarse para emerger triunfantes, tomada de nuestro "robo al Banco Río", todo es exactamente lo mismo de siempre. Y sin embargo (porque los actores son buenos, porque la idea es atractiva, porque las peripecias son divertidas y la acción no decae jamás) ahí nos tiene, atrapados como cabrones, anhelando la quinta temporada para saber cómo termina. Porque comemos bastante seguido milanesas con puré y eso no nos impide disfrutarlas. Y lo mismo nos sucede con el Pochoclo.