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Andrés Rivera y Alberto Laiseca: las muertes de dos grandes escritores argentinos

El autor de Los Sorias y el de "La Revolución es un sueño eterno". Dos obras inmensas. El legado de ambos.

23 Diciembre de 2016 08:50
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Ayer murió Alberto Laiseca. Esta madrugada, Andrés Rivera. Es una horrible manera de terminar el año para la literatura argentina. Los dos eran (son, la literatura tiene eso: la obra sigue estando a disposición de los lectores) enormes escritores de estilos completamente diferentes entre sí. Los dos son irreemplazables.

Alberto Laiseca, entre sombras.

Alberto Laiseca tenía 75 años y un mito de autor que acompañaba su escritura. Tuvo infinidad de alumnos, muchos de ellos devenidos luego escritores reconocidos: Selva Almada, Julián López, Leonardo Oyola, entre otros.Todo el mundo tiene una historia para contar sobre Laiseca, que además tuvo una aparición cinematográfica brillante en la película El artista, de Mariano Cohn y Gastón Duprat -basada en una novela de él- donde interpreta a un loco que dice una sola palabra: "pucho". Cohn y Duprat, filmaron además su cuento "Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo". Laiseca, además, se convirtió en un notable divulgador literario a partir del ciclo Cuentos de terror, de I-Sat, donde leía obras de los grandes del género con su voz cavernosa, en primerísimos planos. 

Pero además están sus libros. Puede que pocos hayan leído Los Sorias, su kilométrica novela, un tomo gordo de 1.500 páginas que le costó mucho publicar, precisamente por sus dimensiones, aunque escritores tan disímiles como Ricardo Piglia, César Aira o Fogwill la consideraron una obra maestra. Para Fogwill y para Aira, Laiseca era decididamente el más grande escritor argentino: en Los libros de la guerra, el libro que compila la obra ensayística de Fogwill, puede apreciarse como éste despierta el entusiasmo de los lectores incluso cuando los libros todavía no habían sido publicados.

Escena de "El artista": León Ferrari, Horacio González, Fogwill y Laiseca. Detrás, Sergio Pángaro.

La primera novela de Laiseca se publicó con el título Su turno para morir, aunque el escritor prefería llamarla Su turno, y su actual reedición lleva ese nombre. Allí están todos los elementos que lo llevaron a definir su propio estilo como "Realismo delirante". En esa parodia de policial negro cierra una cinta de Moebius sobre el poder clandestino y el poder real, los mafiosos oficiales y las instituciones mafiosas. En esa novela lúdica publicada en 1976, vasta en juegos de palabras y situaciones disparatadas, atravesada de tanto en tanto por cierto tono de tragedia shakespeareana, desaparece gente y hay gente picaneada. No es una novela "de denuncia", pero estremece leerla hoy.

Su único libro de ensayo se llamó "Por favor ¡plágienme!" y es una genial defensa del plagio como método creativo. Es difícil explicar a un escritor a quienes no lo leyeron. Vaya este fragmento que da comienzo a El gusano máximo de la vida misma como aproximación a su prosa divertida, irrefrenable, pródiga en frases cortas y habituada a analizar junto al lector la historia que le está contando. 

“Ella era gordita, petisa, tetona y vivía en Nueva York. Además era terriblemente distraída. Noten esto porque es importante para la historia. Hacía un calor espantoso y húmedo. La petisa trotaba por las calles sin bombacha. Pero no por puta sino por acalorada. Olvidé decir que tenía un culo de ésos. Sus glúteos, sin el vínculo férreo, sin el dique del calzón, anadeaban que era un gusto. Ver un culo así, de lo más respingón y que no es de uno, causa desazón en el espíritu. Era como el culo movedizo del Tandil”.

Andrés Rivera: la historia argentina como material para la ficción.

Andrés Rivera

Mucho antes que la industria del libro estandarizara el término "Novela histórica", Rivera, que murió esta madrugada, a los 88 años, escribía novelas históricas, donde la vida de los llamados "próceres" era tratada de un modo no sólo desacartonado, sino desde una cercanía capaz de mostrar los vínculos entre la vida pública y la vida privada. Por supuesto, odiaba que llamaran de ese modo a su obra.  

Fragmento de "La Revolución es un sueño eterno".

"La revolución es un sueño eterno", basada en la vida de Juan José Castelli, es su obra más conocida (fue llevada al cine por Nemesio Juárez), aunque también tuvo una gran repercusión El farmer, cuyo personaje protagónico es Juan Manuel de Rosas, viejo y en el exilio. O Ese manco paz, basado en la vida de uno de los principales antagonistas de Rosas, el General José María Paz

Como tantos escritores latinoamericanos, Rivera reconoce una fuerte influencia de William Faulkner, pero también de la relectura de Faulkner que sucede en la obra del uruguayo Juan Carlos Onetti. Esa mescolanza aplicada a la historia argentina dio como resultado una obra única. 

En una entrevista de Carlos Gazzera, Rivera contó cómo trabajó La Revolución es un sueño eterno. Allí se puede comprender la lógica  de su abordaje. Cuando la investigación exhaustiva no sirve para nada, entra en juego la imaginación.

"Y comencé a trabajar por esos trazos de manuales escolares, en los que se nos presenta a los hombres de Mayo como hombres probos e impolutos, que se formularon a sí mismos y que se lanzaron a una revolución, que querían tan digna e impolutas como ellos. Puesto que no sabía nada de Castelli, de hecho, me puse a trabajar. ¿En qué consistió ese trabajo? en leer veintidós libros que se referían a Castelli. Claro que no los leí a todos, sino aquellos fragmentos que aludían "al orador de la Revolución de Mayo". Debo decir-lo he dicho en otras oportunidades, también- que esos libros no me aportaron absolutamente nada. Entonces, me lancé a escribir; hice lo que debí hacer desde un principio: no buscar referencia alguna a Castelli, y simplemente, novelar, entrar al territorio de la ficción. Eso es lo que hice, es decir: lo puse a Castelli en la situación límite en la que él vivía. Él sabía que iba a morir; de hecho, estaba recluido en su casa; de hecho, era un prisionero -para decirlo en términos políticos- de la derecha de la Revolución de Mayo. Todos sabemos que Castelli era un jacobino y que eso representaba la izquierda para aquel momento. Allí estaba ese hombre con dos cuadernos tratando de escribirlo todo porque iba a morir pronto; pronto iba a perder el habla y luego - muy pronto- también iba a morir. Traté de escribir más rápido que la muerte, y de allí salió el libro. Ese es - más o menos-, el esbozo, el perfil que tuvo.

Andrés Rivera tenía nombre artístico: su nombre verdadero era Marcos Ribak. Era hijo de obreros comunistas polacos y nació y se crió en el barrio de Villa Crespo. Fue obrero textil y militó en el PC argentino, de donde fue expulsado, como solía ocurrir con los intelectuales que cuestionaban la "línea oficial" del partido.

En los últimos años de su vida se radicó en la provincia de Córdoba. Junto a su esposa, Susana Fiorito, dirigió una biblioteca popular en la cual él mismo dirigía un ciclo de cine. 

Andrés Rivera y Susana Fiorito: bibliotecarios en Córdoba.

En el año 2010 declinó la invitación a la Feria de Frankfurt, donde viajó un nutrido grupo de escritores argentinos. En una entrevista con el diario Clarín explicó el motivo central de su negativa: la ausencia de debate estético e ideológico entre pares. 

- Estaba en veremos, digamos así. Mire, decidí no ir a Frankfurt porque me pareció que era sólo una cuestión de exhibicionismo. Todo me pareció, desde el principio al fin, un trámite burocrático. Una lista de escritores y bueno, ahí estaba yo, con las medallas colgadas de la chaqueta, y me pusieron. Yo me plantaba allí, iba a ir con mi representante, no manejo el idioma, y mucho menos el alemán, pero bueno, el inglés, que es un idioma puede decirse universal, tampoco. Y me pregunté para qué, qué iba a hacer yo allí, iba a participar en una mesa redonda, o dos, para decir las palabras habituales que se dicen en esa mesa. Los escritores argentinos nos hemos vuelto muy pacíficos, no tenemos nada para discutir, si usted lo prefiere, nada para enfrentarnos, nada para polemizar. No hay hoy en el universo de los escritores fracciones como Boedo y Florida. Aquí no hay un mundo cultural para que los escritores puedan manifestarse, y para que no teman decir algo sobre la escritura de otro colega. No tenemos enfrentamientos como los que pudo tener Borges con otro escritor. Con Ezequiel Martínez Estrada, probablemente.