Entre todas las ventajas que tiene la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), una de las más características es la enorme oferta teatral de calidad con la que cuenta. Es que mientras que en la calle Corrientes, lo que se conoce como "el circuito comercial" ofrece producciones del más alto nivel y muy costosas, yéndose hacia la periferia, el espacio under compite desde las puestas caseras y mínimas, con los bolsillos de los artistas pelados, pero su corazón en la mano y satisfecho de mostrar su arte a miles.
Esa falsa dicotomía genera que existan quienes se destaquen por haber transitado por ambos mundos sin perder su esencia. El actor, dramaturgo, productor y emprendedor teatral Claudio Tolcachir, es uno de los ejemplos perfectos. El renombre que alcanzó a partir de las puestas que armó en los últimos 20 años en el espacio Timbre 4, que conduce y encabeza, hicieron de su nombre una parada inevitable a la hora de ver lo más interesante de la oferta local.
En ese sentido es que este martes 6 de agosto a las 20:30 llega con Rabia -escrita por Sergio Bizzio y dirigida junto a Lautaro Perotti- al mítico Teatro Metropolitan de avenida Corrientes 1343. No es una coronación a toda su carrera, porque esta ya existe desde hace más de una década. Pero sí es una función especial en la que sus maestros y seres queridos lo atraviesan e interpelan cuando sale al escenario.
Tolcachir dialogó con BigBang sobre esta puesta, el circuito independiente y las dificultades que padece la cultura en el marco de un Gobierno nacional que no pretende darle lugar a esas expresiones que nacen desde la necesidad de contar buenas historias, que reconforten el corazón como principal ganancia, y donde lo económico no sea el único motor que empuje la maquinaria colectiva que significa hacer teatro.
El Metropolitan es un hermoso teatro porque todo el público está cerca, porque no hay espectador que no esté muy cercano al escenario".
¿Con qué se va a encontrar el público que vaya este martes a ver Rabia al Teatro Metropólitan?
- Creo se va a encontrar con una historia alucinante, que a mí me enamoró hace años, un thriller policial, que al mismo tiempo tiene una observación humana sobre un personaje absolutamente equivocado, que es José María, que hace todo mal. Pero que al mismo tiempo uno como espectador va asistiendo a su lógica, su pensamiento. Él se esconde en una casa después de cometer un asesinato y vive a escondidas días, semanas, meses, años sin que nadie lo sepa. Todo lo que además desarrolla son los rasgos humanos del personaje, cómo aprende a vivir en contraturno en la oscuridad, en el silencio. La relación de amor con la empleada doméstica, que es su novia, que tampoco ella sabe que él está escondido ahí. Cómo la puede proteger sin que ella sepa que está, cómo la puede acompañar.
Además creo que hay algo interesante en la propuesta, que a mí me gusta, que es que el espectador se va con una cantidad de imágenes creadas en su cabeza, de la casa, de los personajes, de las situaciones, de las tensiones que va viviendo el personaje, que personalmente creo que es lo que a mí me gusta llevarme del teatro: imágenes, sensaciones y energía.
¿Y qué le aporta a la puesta la sala del Metropolitan?
- A nosotros nos gustaba mucho la idea de hacerlo ahí por una cuestión técnica también. El espacio. Hay una gran escalera, con un fondo, porque hay proyecciones, hay un trabajo muy muy delicado de la luz. Es todo estímulo la obra. Para mí es todo estímulo. De imágenes, de intenciones, de cosas que el espectador imagina aunque no se ven. El Metropolitan es un hermoso teatro porque todo el público está cerca, porque no hay espectador que no esté muy cercano al escenario. Pero al mismo tiempo se puede ver todo el trabajo de Lautaro Perotti, que es el director, en cuanto a la puesta en escena, las proyecciones, el movimiento de la escalera, además de la actuación. Estamos muy entusiasmados y trabajando para que sea un espacio muy mágico, absolutamente mágico.
Los años que tenés como profesor, dramaturgo, actor y director en tu Timbre 4, te colocaron como una de las principales figuras del teatro independiente argentino, aunque al mismo tiempo tu crecimiento te puso dentro de lo que se suele llamar circuito comercial. ¿Cómo conviven ese Tolcachir under que se hizo de abajo con el que llena salas en el Metropólitan?
- Rabia para mí es un lindo ejemplo. ¿Cómo nació Rabia? De mirarnos nosotros con Lautaro, María Oteyza, Mónica Acevedo, que éramos como el grupo central, y decir: 'Bueno, ¿qué nos dan ganas de hacer? Que sea algo nuevo, algo que nos desafíe, que nos excite, que nos asuste'. Yo nunca había hecho la adaptación de una novela, me daban muchas ganas, nunca había estado solo en el escenario. El under, más allá de que es un sistema de producción, creo que lo que tiene de interesante es que es un espacio donde uno arriesga, prueba cosas nuevas, toma decisiones sobre mundos que sean nuevos para sí mismo. Desde ese punto de vista, si yo por ahí tengo la suerte de que algunas personas ya me conocen o les puede interesar mi trabajo, que es la fortuna de ir haciendo un camino. Después, lo interesante es tomar riesgos. Amo hacerlo en Timbre 4. Es como mi lugar más cómodo para tomar riesgos. Pero en este caso está bueno poder hacerlo en distintos lados. Creo que la diferencia es permanecer en una búsqueda genuina, hacer cosas que me conmocionan, que me interesen, que tengan que ver conmigo, cada vez. Y por suerte, eso lo he podido mantener en el tiempo.
El under es un espacio donde uno arriesga, prueba cosas nuevas".
Tu trascendencia excede las fronteras argentinas. ¿Cuál creés que es la visión que existe en el teatro internacional respecto a nuestro desempeño en las tablas?
- Es de una admiración muy fuerte. En el mundo entero conocen nuestro teatro, aman a nuestros actores, por el teatro que hacemos nosotros. Porque en general en Europa son producciones con una gran carga económica, de producción en cuanto a la escenografía, la luz y ese tipo de cosas. Y de pronto llega una obra Argentina, que los vuelve locos, y es pura actuación, texto, lo básico en cuanto esceno técnico, que también es algo muy complejo. Por supuesto que hay ejemplos de todo tipo, porque hay otros directores argentinos que también hacen un gran desarrollo de lo espacial. Pero sobre todo creo que hay algo que los conmueve, que hay algo que sucede de verdad en el escenario del teatro argentino, que a ellos los conmueve mucho. Los actores, la comunicación, el juego. Eso es como lo que más se reconoce del teatro argentino: la falta de formalismo, la falta de convención. Hay algo muy sorprendente en eso.
El año que viene se cumplen 20 años de La Omisión de la Familia Coleman, que es probablemente la obra que te postuló como una de las figuras más importantes del teatro argentino. ¿Tienen algo preparado al respecto?
- Creo que el hecho de seguir haciéndola, con alegría y con la sala llena, es un montón. Hay un documental que se está preparando, que se está filmando hace bastante tiempo, y seguramente haremos algo. Porque nos encanta que la obra siga. Yo en eso dependo absolutamente de los actores, que son quienes pueden querer o no seguir haciéndola, y por suerte les emociona continuar con las funciones. Así que tomo el desafío, no lo hablamos todavía, pero a partir de esta propuesta vamos a pensar algo nuevo. Sería lindo hacerla en el Teatro Colón.
En una entrevista reciente aseguraste que la cultura en la Argentina suele crecer en tiempos de crisis económica, política y social. ¿Estás viendo eso en la actualidad?
- Son como cosas contradictorias. Porque desde el punto de vista creativo yo creo que hay una gran pulsión de trabajo, de autores nuevos. La verdad que es imposible poder cumplir con la cantidad de obras interesantes que hay en pequeños espacios. Ahora también en el caso, por ejemplo del Metropolitan y del Astral, que abrieron sus puertas a autores y grupos argentinos, creo que es muy valioso. La respuesta del público en el teatro independiente. Yo he observado que en momentos de crisis, la gente tiene cierta necesidad de encontrarse, de estar juntos, de escuchar, de respirar juntos y eso creo que es algo valioso. Por supuesto, por el otro lado, yo que estoy rodeado de amigos que están produciendo sus obras, diría que es casi imposible. Es la muerte. Realmente tenés que vos, no ya no ganar, sino vender cosas, dejar de pagar tus cuentas. La gente lo hace. Todos nosotros lo hacemos y por eso es muy valioso que el público asista y compre su entrada -que suele ser muy barata- para apoyar el teatro que se hace así a pulmón.
Creo que por un lado sí las crisis sociales hacen que la gente recurra al teatro como espacio de encuentro. Por otro lado es imposible negar que estamos viviendo un momento casi límite. Las salas están cerrando, la producción oficial de los teatros públicos es casi vergonzosa, no existe. La posibilidad de ayuda del Estado a la creación es nula. Entonces las dos cosas suceden a la vez.
En momentos de crisis, la gente tiene cierta necesidad de encontrarse, de estar juntos, de escuchar, de respirar juntos".
¿Cuál es tu postura ante los embates que encabeza el presidente Javier Milei hacia el sector de la cultura en la Argentina?
- Siempre que hubo miradas violentas, la cultura fue el enemigo. Fíjate que los exilios, las bombas que le han puesto ya sea a Mercedes Sosa o a Norma Aleandro, los prohibidos, siempre tuvieron que ver con la cultura. En este caso, por suerte o por lo menos por ahora, no estamos en ese nivel de violencia. Aunque que un presidente de la Nación ataque directamente a un artista, habilita a todos sus seguidores también a ser violentos como él. Entonces sin duda es una forma de agresión. Y que si este hombre pudiera no dudaría en prohibir. Prohibir también es una forma de violencia. Al cancelar el presupuesto, cerrar el Incaa, y al quitar la proyección de películas nacionales. Son formas de represión y de prohibición. No creo que sea diferente a lo que le está sucediendo a los científicos que pierden sus subsidios, a los deportistas que no tienen apoyo, las pymes que no pueden sostenerse. Creo que la masacre es general. Sólo habría que tener la lucidez de ver quiénes están ganando, para saber a quiénes les interesa esto.
En el caso de la cultura, la verdad es que la están golpeando por todos lados. Es muy triste para mí, porque tampoco veo una gran reacción de nadie, lo cual hace ver por qué una persona así puede haber llegado al poder y pueda hacer lo que está haciendo, por ejemplo, con los derechos humanos, sin que nadie reaccione. Eso es lo que más triste me pone, que podamos naturalizar una cosa así. Pero bueno, supongo que todo es cíclico y que se volverá a ser un poco la Argentina que yo amo y que siento en mi piel. Que tal vez no es esta, pero que seguramente está por despertarse.
Tenés muchos años de formación. En ese momento en el que vas a estar saliendo al escenario del Metropolitan, ¿quiénes van a estar presentes que tienen que ver en todo tu desarrollo como actor y artista?
- Primero, la taquicardia, que está siempre. Pero justo en esta obra, no sé si porque estoy solo atrás del escenario y esperando, me visitan mucho todos mis maestros: Alejandra Boero, Juan Carlos Gené, Verónica Oddó, Norma Aleandro, mis compañeros de cuando yo era chico de teatro -que por suerte son los mismos que tengo ahora-, mis viejos. Todos los que alguna vez me apoyaron o creyeron en mí, es como si pasaran a darme un abracito y me dijeran 'vamos que podemos'. Creo que es la soledad, que me hace estar necesitando la compañía de todos ellos.
Esta obra, que de alguna manera es como un reencuentro para mí con la actuación, y me hace recordar mucho hasta las primeras clases, de por qué yo amé tanto el teatro y por qué fue tan importante para mí, que tiene que ver con eso, como redescubrir salir al escenario. Que no lo hacés para que te vaya bien o mal, sino que hay algo ahí muy necesario y profundo acerca de por qué uno quiere hacerlo. Y en esta obra para mí es algo así.