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Delirio, furia y cama: los dramáticos y afiebrados días de Tartu

El periodista logró que le diagnosticaran su enfermedad en un hospital público, después de padecer la atención privada.

07 Junio de 2016 10:10
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Los hermanos Moura lo sabían. Virus, cuando te tocaba, te llevaba a otro planeta. Igual que cuando te toca un virus. Te lleva del planeta. El 26 de mayo, mi lady se acostó a mi lado con fiebre. Al día siguiente ya tenía fiebre Faustina y, a los dos días, yo. Me soltó el lunes, la fiebre, lánguida, estirando la mano en 37.1, como diciendo: “La pasé muy bien con vos”.

El periodista tuvo que someterse a un tratamiento de "antibióticos y ventolín".

La fiebre es alucinante. Diseñada para hacer el ambiente invivible para el virus invasor, transforma tu cuerpo en un caldero para brujas de Disney, siempre hirviente. Si prestás atención, en la soledad de la noche, escuchás por dentro ruidos raros, de pelea. Vas al baño y el pis es un chorro de plomo derretido; el plástico del vasito para enjuagarse lo dientes medio que se derrite cuando le apoyas los labios; metés la cabeza en el freezer y te das cuenta de cuánto aumentaron las cosas: está vacío.

 

El domingo fui a una guardia de medicina privada, de esas por las que pagamos 6000 pesos por mes y extrañamente les decimos obra social. Imaginate: pico de gripe, era una sala de embarque de “Walking Dead”. Me tocó una “médica 200.000” (así le dicen a los jóvenes, por el número de matrícula) que me dio un compuesto standard de porquerías que terminan en “exhina” y un jarabe que, oh, casualidad, termina también en “exhina”. “Estás bien”, analiza, como diciendo: “Bueno, tampoco te estás muriendo”. No entiende que me estoy muriendo de fiebre y malestar. En su universo, “muriendo” es otra cosa. Pero no entiende que uno, cuando siente que se está “muriendo”, es el universo.

Tartu y el "síndrome Bane", el malo de Batman.

"El miércoles a la madrugada tosía y tosía. Era un prisionero de 'Apocalypse now', infectado con malaria y la piel de napalm

El lunes la gente fue a trabajar, los chicos a la escuela, los garcas a tener reuniones con otros garcas. Pero yo me quedé en casa. Y cuando el sol se hizo oblicuo, me agarro una angustia, una angustia, una angustia. Sabía que venía la noche larga, la fiebre, el malestar, la tos. Dormí como Sarmiento, sentado, despertando cada media hora y mirando a la ventana, como Sarmiento, esperando que el día me rescate de las tinieblas. El martes fue igual.

El miércoles a la madrugada tosía y tosía. Era un prisionero de “Apocalypse now”, infectado con malaria y la piel de napalm. Me fui a la guardia de medicina privada. Me cambió la medicación terminada en “exhina” que me había dado la “médica 200.000” y me dijo: “Bueno, tampoco te estás muriendo”. Debe ser una línea que los muy boludos aprendieron en “Grey's Anatomy”.

 

El jueves me asusté mucho. Tosía, tosía y me costaba encontrar aire para respirar. Ni siquiera me dormí sentado como Sarmiento, porque iba a terminar como Sarmiento: padre del aula, Sarmiento mortal. Apoyaba la cabeza contra cada vidrio helado de la casa y me acordaba de mi abuelo Vincenzo que se escapó del frente italiano de la Segunda Guerra y, camino al puerto, tenía tanta sed que chupaba las manijas de los trenes para sentir algo fresco en la boca. Me asusté mucho porque sentí que no daba más, que no iba a sobrevivir otra noche más. Así, porque ya estaba entregado.

El viernes a la mañana le escribí a mi amigo, el Dr. Palombo. “Debés estar muy cagado”, me dijo. “Venite al hospital después del almuerzo porque antes esto esta estallado de gente con gripe”. ¿Hospital? Era raro volver a un hospital público, donde siempre me gusto atenderme porque hay médicos que vieron miles de dolientes. Hasta que una novia, de esas progre de losa radiante, me dijo: “¿Por qué no te dejás de joder y te atendés con tu prepaga? ¿No te das cuenta de que le sacás el turno a un pobre en el hospital?”. Me dejó mudo. Después, me dejó.

Logró que le acertaran el diagnóstico en el Hospital Municipal Vicente López.

El viernes fui al hospital municipal de Vicente López. El Dr. Palombo, que cree en el valor humano del arte de curar, me hizo ver por la infectóloga, la doctora Balbuena y el clínico Núñez. “Tenés dos broncoespasmos”, me dijeron. “La radiografía se ve bien fea”. Palombo, que ha visto miles de dolientes, sentenció: “Antibióticos y ventolín, que es lo que te tendrían que haber dado apenas te auscultaron, mamma mia”. Eso. “Mamma mia”. Y la puta que los parió, también.

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