El jueves 3 de abril no fue un día más en Palermo. Aquella jornada, el barrio porteño se transformó en un escenario a cielo abierto, un campo de batalla de fans y vecinos, una zona liberada donde reinó el descontrol. Lo que debía ser un show gratuito de Tini Stoessel terminó en un escándalo urbano de proporciones inéditas que todavía resuena -literal y figuradamente- en los oídos de quienes viven en la zona. Hoy, varios días después, el escenario ya no está, pero el enojo quedó bien montado.
El evento, organizado por La Casa, el canal de streaming que se presenta como el nuevo fenómeno del entretenimiento digital, congregó a miles de fanáticos en la calle Nicaragua con una entrevista en vivo a la estrella pop y un show improvisado que, de improvisado, no tuvo nada. Con luces, grúas, generadores y fanáticos acampando desde la madrugada, el barrio se transformó en un recital sin entradas, sin límites y -según los vecinos- sin control de ninguna clase.
Los testimonios comenzaron a inundar las redes sociales apenas terminó el espectáculo. Uno de los más impactantes fue el de la periodista Rosalía Costantino, que compartió videos donde se ve cómo vibraban las paredes de una casa durante el show. "Así vibraba la casa de un vecino ubicada sobre la calle donde se montó el show de Tini. Y así quedó el barrio post show", escribió en su cuenta de X, mientras las imágenes mostraban veredas rotas, basura en las calles y un aire acondicionado colapsado porque, según denunció su dueño, los fans de la cantante se treparon a su terraza y rompieron el cableado.
Hubo de todo: gritos, desmayos, peleas por los mejores lugares, calles cortadas sin previo aviso, generadores de sonido encendidos a metros de las ventanas, y una sensación general de que nadie estaba a cargo. Del otro lado, La Casa -el canal que organizó el evento- había prometido una experiencia inolvidable. Y sin dudas lo fue... aunque no en el sentido que esperaban. El proyecto, impulsado por Sebastián Mellino (Once Loops), Iván Sasovsky (Expansion) y Matías Novoa (Twenty Seven), busca posicionarse como una usina de contenido con fuerte presencia de influencers y artistas de alto perfil.
Lanzado en enero desde Punta del Este, aterrizó en Buenos Aires con ambiciones gigantescas, pero esta primera apuesta pública terminó desbordada por su propio entusiasmo. Ante la oleada de críticas, el jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri, no tuvo más opción que dar la cara. "Fue un error", reconoció en declaraciones radiales. Y fue más allá: anunció la prohibición de este tipo de recitales gratuitos en la vía pública, al menos dentro de los límites de Palermo. "Aunque nos digan que van a ser eventos pequeños, después no termina pasando", admitió, en un mensaje que sonó tanto a autocrítica como a advertencia.
Según se supo, la administración porteña ya trabaja en sanciones para los organizadores, que podrían incluir multas y la imposibilidad de repetir el experimento sin una logística adecuada. Pero los vecinos no se conforman con promesas ni comunicados. Quieren respuestas, quieren reparación, y sobre todo, quieren garantías de que su barrio no volverá a ser invadido por una multitud desbocada en nombre del entretenimiento. "Nos usaron como escenografía", dijo una vecina indignada. "Esto no fue un recital. Fue un atropello". En el corazón de Palermo, la calle Nicaragua vuelve lentamente a su rutina. Pero debajo del cemento dañado, de las baldosas rotas y del eco de los parlantes, quedó algo más profundo: una ciudad que todavía no sabe cómo regular el poder de las nuevas plataformas de contenido.