En el mundo de Jorge Vázquez no hay casualidades, hay canciones. Las mismas que lo acompañaron desde chico, cuando en su casa de La Plata la música sonaba como un mantra. Cuando los discos se olían, se leían, se vivían. "Mi viejo me mandaba a buscar un vinilo y yo, con dos años, ya sabía cuál era por la etiqueta", recuerda con una sonrisa, esa que mezcla nostalgia con gratitud. Hoy, sentado frente a una taza de café y en la antesala de un nuevo show en el mítico Café La Humedad, Jorge se muestra reflexivo, honesto y más vigente que nunca. "Volver a ese escenario es un mimo al alma. Tiene magia, tiene historia, tiene música", dice en diálogo con BigBang sobre su regreso programado para el próximo 19 de abril, donde presentará su nuevo sencillo "Y ahora, ¿qué?", una balada de novela, aunque -ironiza- "ya no existan las novelas".
Pero hablar de Jorge Vázquez es hablar de muchas vidas en una: fue jugador de fútbol en las inferiores de Gimnasia y Esgrima La Plata, baterista con tachos cuando no había plata, operador de radio en épocas de "ponerla toda" y cantor de sentimientos en bares donde lo que se escuchaba era más importante que lo que se veía. "La música me salvó", repite. Y no es una frase hecha ni una metáfora: cuando colgó los botines, sin secundario terminado ni trabajo fijo, encontró en la música no solo un camino profesional, sino una forma de vivir. En el corazón de La Plata, donde los tangos se mezclan con los gritos de potrero, allí nació Jorge.
Allí fue donde hizo del esfuerzo y la pasión sus marcas registradas. Porque si algo define a este cantante es su capacidad para reinventarse. Su historia es un tango en sí mismo: intensa, emotiva, y con finales que siempre encuentran un giro inesperado. Vázquez no olvida sus raíces. Las pruebas de sonido son excusa para sentarse a la batería que le compró a su hijo, y su casa guarda cajones de vinilos que él mismo selecciona con la obsesión de un arqueólogo del sonido. "Todavía tengo discos originales de Soda Stereo, Virus, y lo mejor del tango viejo que ponía mi viejo", cuenta. Su papá, DJ de alma, fue quien lo hizo amar la música como quien hereda una religión.
Cantar a Cacho no es cualquier cosa, y Jorge lo sabe. No solo por el respeto que le profesa, sino porque tuvo la suerte -y el talento- de conocerlo, de compartir escenario y de, literalmente, robarle frases para componer. "Hay una canción mía que habla de la soledad, y tiene una línea que dice 'me enamoró la soledad'. Cuando se la mostré a Cacho, me dijo 'esa frase me la robaste a mí'", recuerda entre risas. En su último trabajo, Vázquez grabó dos canciones del maestro junto a Tango Loco: Vendedor de fantasía y Garganta con arena. Interpretarlas hoy, dice, es su forma de homenajear a uno de sus grandes ídolos.
Pero su biblioteca musical es más ecléctica que un programa de medianoche: lo emocionó Rubén Juárez, lo deslumbró Elvis, y le voló la cabeza Vox Dei gracias a un primo rockero. "Escucho de todo, lo bueno no tiene género", suelta. Así, sin etiquetas. Ganó el reality Elegidos, sí. Se llevó un Gardel como mejor nuevo artista de tango, también. Pero lo que realmente lo marcó, asegura, fue otra cosa: ver su primer disco en una disquería. "Eso no tiene precio", dice. La fama, en cambio, la mira con distancia. "La tele te apaga tan rápido como te enciende. Un día tenés 700 mil mensajes, al otro silencio total. Hay que estar preparado para eso", reflexiona.
Esa madurez llegó con los años. "Si me hubiese agarrado a los 20, me daba la cabeza contra la pared. Me agarró después de los 40, con los pies en la tierra", dice. Y agradece, sobre todo, a sus hijos, quienes lo impulsaron a anotarse al reality. "Mi hijo mayor, que pensaba que iba a ser futbolista, fue el que me mandó a cantar. Y le estoy eternamente agradecido". El fútbol fue su primera pasión. No llegó a primera, pero sí cosechó amistades, disciplina y una filosofía de vida. "Me enseñó el respeto, el trabajo, la importancia de escuchar a los grandes", confiesa. Esa misma ética la trasladó a la música, y aunque el escenario lo alejó de la pelota, el espíritu del potrero sigue latiendo.
Por eso no reniega de sus comienzos con Los Búhos, ni de aquella batería hecha con tachos. Es más, aún conserva sus vinilos ochentosos, la batería de su hijo, y un rincón en casa donde puede reencontrarse con ese chico que soñaba con tocar en una banda de rock. "Ahí está la esencia", dice, y se le ilumina la voz. Y si hay algo que no pierde, es el oído abierto. Escucha cuarteto, cumbia, tango y baladas, siempre que haya "contenido". Sobre el género urbano es sincero: "Hay cosas que no me cierran, sobre todo algunas letras que hacen apología de cosas que no van. Pero también hay propuestas interesantes. No hay que cerrarse, hay que escuchar y después decidir".
Para Jorge, el éxito no se mide en premios ni en reproducciones. Se mide en poder ver crecer a sus hijos, en tener a su familia cerca, en seguir haciendo música con orgullo, sentimiento y pasión. "Hoy mi nena está bien después de haber estado muy enferma. Eso es el verdadero éxito", confiesa con la voz entrecortada. La familia, dice, lo mantiene con los pies en la tierra y lo ayuda a navegar por las dificultades de la vida. Le enseñaron a disfrutar de lo simple, a no marearse con los flashes. Y él intenta transmitirle a sus hijos lo que a él le hubiese gustado escuchar: que estudien, que se rodeen de buena gente, que escuchen de todo. Que vivan, en definitiva.
Y ahora, ¿qué? no es solo el título de su nueva canción. Es también una pregunta que se hace cada día. ¿Qué viene después? ¿Qué historia queda por contar? Jorge no tiene todas las respuestas, pero sí la certeza de que quiere seguir siendo intérprete de sentimientos. "Si la letra me dice algo, ahí estoy", resume. Lo demás, como la fama, va y viene. Pero él se queda. Con sus discos, con sus tangos, con su familia. Y con esa convicción inquebrantable de que la música -como decía su viejo- no se elige: se hereda. Y se honra.