Lionel Messi no necesita levantar la voz para hipnotizar. Esta vez, en una charla distendida con Quique Wolff y su hijo Pedro en el programa Simplemente fútbol (que ahora vive en YouTube), el rosarino volvió a hacer lo segundo que mejor le sale (porque lo primero claramente es tener la pelota en sus pies): hablar bajito y dejarnos con el corazón en la mano. Desde el cuartel general del Inter Miami, el club donde volvió a sonreír y a hacer magia, La Pulga se entregó a casi una hora de charla sobre todo: el pasado que todavía late, el presente que lo ilusiona y el futuro... que no se anima a prometer, pero tampoco descarta.
¿El Mundial 2026? "Está lejos, pero pasa rapidísimo", lanzó con esa voz calma que no hace ruido, pero dice todo. A los 37 años, Leo parece vivir su propia prórroga. "Este año va a ser importante. Jugar con continuidad, sentirme bien. El año pasado arranqué la pretemporada y tuve algunas lesiones. Este año hice una buena pretemporada, arranqué bien y me siento bien. Pero es una temporada larga porque no termina hasta diciembre y está el Mundial de Clubes. Pienso y veo, pero no quiero ponerme metas. Voy día a día y veo cómo me siento físicamente, siendo ser sincero conmigo mismo", explicó, fiel a su estilo zen post-Qatar.
Ya no hay urgencias. Pero hay fuego. El mismo que lo hizo empujar a la Selección tras el golpe con Arabia Saudita en 2022, cuando todos pensaban que se venía el desastre y él prometió que no iban a dejar "tirado" al pueblo. Y cumplió. "Podría haber ganado dos mundiales, pero tengo la Copa del Mundo", dijo. Y esa frase podría estar tallada en mármol. Porque detrás de ese logro está la espina del 2014, una final perdida que -confiesa- fue una tortura durante años. "Tardó, pero llegó. Haber llegado a la final de 2014 y no ser campeón fue una tortura para mí. Ser campeón más tarde hace todo un poco más suave, se lo asimila de otra manera", confesó..
Pero el fútbol, a veces, da revancha. Y vaya si la dio. En Qatar, Argentina tocó el cielo. Pero primero cayó al infierno. "El primer partido fue un golpe durísimo", recordó. Arabia Saudita, el rival más "ganable", le dio un cachetazo al invicto de más de 30 partidos. Pero de ese caos nació el campeón. "Contra México fue un partido con mucha tensión", dijo sobre el día que clavó un gol decisivo y desató una bronca que, según él, no tiene mucho sentido. "Nunca le falté el respeto a nadie. Creo que (la rivalidad) no existe realmente. Fue más el desahogo que otra cosa", señaló Leo, con la calma que -tal vez- sólo un campeón del Mundo puede lograr.
Messi también se animó a hablar de lo que dolió. Su salida del Barcelona, su paso incómodo por el PSG y su decisión -más emocional que futbolera- de aterrizar en Miami, una tierra donde se transíra de todo menos fútbol. "No se pudo volver al Barça. Queríamos estar bien como familia. En París no me sentí cómodo. No quería seguir en Europa", confesó. Y, claro, ganar el Mundial ayudó a cerrar ese capítulo. Hoy se lo ve relajado, feliz, cerca de sus hijos. "Están todo el día con la pelota", contó entre risas.
Los definió como si fueran parte de una cantera de videojuego: "Thiago es pensante, organizador. Mateo es delantero, goleador, inteligente. Ciro es explosivo, uno contra uno, hace sus jugadas". Messi papá. Messi formador. Messi espectador privilegiado. ¿Habemus Mundial 2026? Esa es la pregunta que todos se hacen. ¿Lo veremos en Estados Unidos, México y Canadá con la celeste y blanca otra vez? Él, prudente, no promete nada. "Quiero competir y ganar", dice.
Y agrega: "Es mi esencia. Pero no me pongo metas. Veo cómo me siento". Traducción: no se baja, pero tampoco se sube. Por ahora. Mientras tanto, sigue escribiendo páginas con Inter Miami, se prepara para el Mundial de Clubes y disfruta. Con los pies en la tierra, la pelota al pie y una sonrisa que, después de tanto, parece no querer irse más. Lionel Andrés Messi no necesita confirmar nada. Su sola presencia ya ilusiona.